(NOVELA ACTIVA)
El final de la estudiante de honor académico en Hogwarts, Hermione Jean Granger, dio un giro inesperado cuando abandona el ministerio a sus treinta y seis años y se presenta como profesora en el colegio Hogwarts de magia y hechicería...
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Léa Malfoy
Me dejé resbalar por la puerta en mis espaldas.
No podía ser cierto.
Era algo que jamás, ni en mil años, me hubiese llegado a imaginar que pasaría.
A papá no le gustaba hablar mucho sobre la batalla mágica ni de sus años escolares así que yo me había tomado mi tiempo buscando información.
En cada titular, cada periódico, salía el nombrado "Trío de oro", también conocido como el ejército de Dumbledore donde aquel trío estaba incluido en él.
Investigué sobre cada uno de los integrantes, todos me sonaban, Ron Weasley por su numerosa familia, Harry Potter, el elegido y luego ella, Hermione Granger.
Mi curiosidad aumentó cuando yo apenas estaba informada de ella, pero el ministerio y todo Hogwarts parecía conocerla a la perfección.
Alumna ejemplar, amiga leal y perfecta en el comité de él ministerio.
A lo que ella se había dedicado, sus discursos, sus fotos junto a su matrícula de honor... Esa chica parecía la perfecta que narraban en una historia de amor.
Una gran admiración creció dentro de mi hacia ella, y no me perdía ninguna noticia que había sobre los movimientos que hacía en el ministerio hasta que finalmente se aplicó una ley en contra de la esclavitud hacia los elfos domésticos.
No pensé que aquello me emocionaría tanto.
En casa jamás habíamos tenido elfos domésticos, salvo a Dob que más que un elfo doméstico era un integrante más de la familia, el cual papá y mamá acogieron cuando días después de mudarse a la mansión el elfo apareció, desesperado pidiendo que les dejaran vivir aquí y él haría lo que fuese a cambio.
Papá se negó rotundamente, pero no a que se quedara, si no a que él fuese un criado.
El elfo no tenía nombre así que papá lo nombró como "Dob".
La triste historia de Dobby.
Ese era el porqué de que papá jamás hubiese aceptado a Dob como criado.
En casa había un par de personas como ayudantes, pero ni mucho menos eran esclavizados ni tampoco los manteníamos en una mazmorra.
Eso era una de las pocas cosas que me enorgullecía de mi apellido, y era que con los años habíamos avanzado, a pesar de que aún éramos criticados y odiados.
