Cap. 3. Primer Volumen; EN NUESTRO REINO

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     Desde la ventana de la habitación 25 en el segundo piso del 'Hotel Yao Tai' [1] se escuchaba el jaleo del mercado nocturno de Yuan Huan, sonidos de conversaciones y risas llegaban rodando como olas; de vez en cuando escuchábamos el sonido ensordecedor de una bocina, señal de que los vendedores ambulantes estaban vendiendo "leones marinos", un famoso afrodisíaco. Los letreros de neón de 'Jade', el aroma nocturno, y otros como 'Pequeño Paraíso', lanzaban destellos rojos y verdes a la habitación... El ambiente era asfixiante esa noche y el viejo y destartalado ventilador sobre la cama giraba hacia adelante y hacia atrás lanzando ráfagas de aire caliente.

     Nos acostamos uno al lado del otro en la cama, desnudos. Incluso en la penumbra podía sentir sus ojos ardientes y chispeantes, como dos bolas de fuego rodando sobre mi cuerpo, en una urgente búsqueda. Estaba acostado de espaldas a mí, y mientras se movía, sin querer, su codo me golpeó. Ahogué un grito de dolor.

     "¿Te lastimé, pequeño?

     - No es nada", respondí vagamente.

Levantó sus largos brazos en el aire y los dedos se ensancharon, sus manos parecían un par de rastrillos, "Ya ves, se me olvida que en estos delgados brazos míos no queda nada más que huesos. Incluso me duele cuando me golpeo. Pero no siempre fui así, solía ​​tener unos hombros anchos como los tuyos, ¿me crees, pequeño?

     - Sí.

     - ¿Cuántos años tienes?

     - Dieciocho.

     - Eso es, cuando tenía tu edad era más o menos como tú. Pero en tan solo un verano, no llega a tres meses, mi cuerpo se consumió quedándome en los huesos. Un verano, un solo verano..."

     Su voz emergió de la oscuridad, sonando distante, insegura, como si surgiera de una cueva profunda y lejana.

     A menudo, en las oscuras profundidades de la noche en algún hotel o remota posada, mientras yacemos desnudos en una cama vieja y gastada, dos extraños temen revelar su nombre al hombre acostado junto a nosotros, pero sentimos el repentino impulso de confesarnos, soltando nuestros secretos más ocultos, los más difíciles de expresar a otras personas. Incapaces de mirarnos a la cara, y sin saber nada del pasado de la otra persona, abandonamos toda preocupación por la vergüenza y desnudamos el corazón el uno frente al otro.

     La primera persona que llevé al 'Hotel Yao Tai' fue un profesor de gimnasia de secundaria, un norteño cuyos abdominales eran tan duros como rocas. Esa noche había bebido mucho koaliang [2] y andaba deambulando borracho, jadeando y murmurando.

     Me dijo lo buena mujer que era su esposa nacida en Pekín, tan considerada, pero que, aún así, él no podía amarla. Estaba secretamente enamorado del capitán del equipo de baloncesto de la escuela, un chico al que él había entrenado durante tres años, hasta que estuvieron tan cerca como padre e hijo. Pero le resultó imposible decirle al chico lo que sentía por él, y el amor secreto que ardía en su corazón casi lo volvió loco.

     Le pasó sus zapatillas de fútbol, le compró la camiseta, incluso le secó el sudor del cuerpo con una toalla, pero nunca tuvo el valor de acercarse más a él. Finalmente, justo antes de la graduación, se jugó el último partido entre instituciones, una feroz competición que tuvo a todos de los nervios. Durante el juego, por alguna razón inesperada, el capitán discutió sobre algo con el maestro, quien explotó de rabia y abofeteó al chico con tanta fuerza que se estrelló contra el suelo. Durante todos esos años, lo único que había anhelado era tener la oportunidad de tocar al chico, poner sus brazos alrededor de él y abrazarlo. Pero, en cambio, había perdido el control abofeteando al chaval con tanta fuerza que le dejó marcada la mano en su cara. Era como si se hubiera quedado grabada en su propio corazón y, desde entonces, aún le dolía. Divagó una y otra vez, el grandote profesor de gimnasia, hasta que comenzó a sollozar y finalmente se derrumbó y lloró tan fuerte que me asustó.

HIJOS DEL PECADO (Crystal Boys)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora