Alguien le estaba siguiendo. Él había leído sobre gente que hacía eso, pero eran personas que pertenecían a un mundo diferente y violento. No tenía idea de quién podía ser, de quién querría hacerle daño. Trataba con desesperación de no entrar en pánico, pero en los últimos tiempos sus sueños eran pesadillas intolerables, y cada mañana despertaba con una sensación de inminente fatalidad. Quizá es sólo mi imaginación, pensó Bonnie Buns. Estoy trabajando demasiado. Necesito tomarme vacaciones.
Giró la cabeza para mirarse en el espejo del dormitorio. Lo que vio fue la imagen de un hombre de más de veinticinco años, prolijamente vestido, con facciones patricias, figura esbelta y ojos carmesí de mirada inteligente y ansiosa. Había en él una elegancia serena, cierto atractivo sutil. Su cabello púrpura le caía con suavidad hasta los hombros. Detesto mi aspecto, pensó Bonnie. Estoy demasiado delgado. Tengo que empezar a comer más. Fue a la cocina, comenzó a hacerse el desayuno y se obligó a no pensar en esa cosa atemorizadora que le estaba ocurriendo y a concentrarse en la omelette esponjosa que quería preparar. Encendió la cafetera eléctrica y puso una rebanada de pan en la tostadora. Diez minutos después, todo estaba listo.
Bonnie colocó los platos sobre la mesa y se sentó. Tomó un tenedor, observó un momento la comida y sacudió la cabeza con desesperación. El miedo le había quitado el apetito.
Esto no puede continuar, pensó con furia. Quienquiera sea el que me persigue, no permitiré que me haga esto. No se lo permitiré.
Bonnie consultó su reloj. Era hora de salir para el trabajo. Paseó la vista por el departamento como buscando que ese ambiente tan conocido lo tranquilizara. Era un departamento agradablemente amueblado del segundo piso, ubicado en Vía Camino Court, y constaba de living, dormitorio, estudio, cuarto de baño, cocina y toilette. Hacía tres años que vivía allí, en Cupertino, California.
Hasta dos semanas antes, Bonnie lo consideraba algo así como un nido acogedor, un refugio. Ahora se había convertido en una fortaleza, en un lugar en el que nadie podría entrar para lastimarlo.
Bonnie se acercó a la puerta del frente y examinó la cerradura. Le haré poner una traba especial, pensó. Mañana. Apagó todas las luces, se aseguró de que la puerta quedara bien cerrada a sus espaldas y tomó el ascensor hacia el garaje del subsuelo.
El garaje estaba desierto. Su automóvil se encontraba a seis metros de la puerta del ascensor. Miró en todas direcciones, corrió hacia el vehículo, entró en él y cerró y trabó las puertas con el corazón golpeándole en el pecho. Enfiló entonces hacia el centro bajo un cielo oscuro y amenazador. El pronóstico anunciaba lluvia. Pero no lloverá, pensó Bonnie. Saldrá el sol. Haré un trato contigo, Dios. Si no llueve, significará que todo está bien, que fue sólo mi imaginación.
Diez minutos después, Bonnie Buns avanzaba con el auto por el centro de Cupertino. Todavía lo maravillaba el milagro de en qué se había convertido lo que antes era un tranquilo rincón del valle de Santa Clara. Ubicado a ochenta kilómetros al sur de San Francisco, era allí donde se había iniciado la revolución informática, y con toda justicia se había apodado a esa región Silicon Valley.
Bonnie trabajaba en la Global Computer Graphics Corporation, una exitosa compañía joven y en rápido crecimiento, con doscientos empleados.
Cuando Bonnie dobló a la calle Silverado, tuvo la inquietante sensación de que él estaba justo detrás de él, persiguiéndole. Pero, ¿quién era esa persona? Y, ¿por qué lo hacía? Miró por el espejo retrovisor. Todo parecía normal.
Pero su instinto le decía otra cosa. Delante de Bonnie se alzaba el edificio desgarbado y de aspecto moderno que alojaba a la Global Computer Graphics. Ingresó en la playa de estacionamiento, le mostró al guardia su identificación y dejó el auto en el espacio que tenía reservado. Allí se sentía a salvo.
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Tell Me Your Dreams.
FanfictionBonnie Buns es un hombre joven y hermoso; nadie, al parecer, tiene motivos para odiarlo. ¿Pero cómo se explican las palabras aterradoras que aparecen escritas con barra de labios en su espejo? ¿O los inquietantes mensajes que surgen en la pantalla d...