05. desconocido

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— Carajo, tú nunca escuchas, ¿cierto?

Más tarde ese mismo día logré hacer que Jimin me siguiera mientras cruzábamos el patio común. Él, con la bolsa de la tienda a la que habíamos ido antes colgando de su mano, continuó con sus reclamos. Tara había regresado a casa cuando su madre la llamó, así que solo éramos nosotros dos.

— Puedes irte, ¿sabes? No tienes que venir conmigo.

— ¿Y qué hago si terminas muerta? Todo el barrio va a saber que te deje sola y me darán la bronca de mi vida.

Sonreí.

— Estaré bien. Es pleno día.

— No puedes andar sola a ninguna hora de ese lado del condominio, Sora. Pareces nueva.

— ¿Ahora eres mi guardaespaldas?

— Soy tu mejor recurso ahora mismo. Como sea, te digo de una vez que no pienso hablar con él.

Empezamos a caminar mucho más cerca el uno del otro cuando llegamos a la calle de Tae, pues nos comenzamos a topar con personas de pinta peligrosa. Muchos fumaban sentados en alguna silla de su porche y otros solo nos veían pasar como si estuviéramos a punto de echarles a los policías.

— Todavía estamos a tiempo de dar media vuelta — me susurró mi amigo, apretando su compra en su pecho.

— Ya casi llegamos.

— Sora...

Cuando al fin tuvimos a nuestra vista la casa de Taehyung nos dimos cuenta de que algunos de los miembros más característicos de la pandilla estaban pasando el rato en el patio delantero. Algunos estaban de pie mientras fumaban pero otros estaban sentados en sillas plegables o en un sofá roto de aspecto viejo que nunca pudo encontrar su lugar en el interior de la casa.

— De verdad que no quiero acercarme ahí — siguió diciendo mi amigo.

— Deja de ser gallina.

— No tengo el porte indicado para hacerles frente en caso de que te digan algo, Sora. El más inofensivo de su grupo me haría añicos en un santiamén.

— Nadie se va a pelear.

— En serio preferiría que nos fuéramos.

Bufé.

— Pues vete. Ya te dije que no tengo problema con ir por mi cuenta.

Empecé a cruzar la calle.

— Bien, como sea. Yo te cuido — lo escuché decir, pero no oí sus pasos, — ... Desde aquí.

Cuando estaba a solo un metro de estar frente a la casa, Jimin me alcanzó y se colocó a mi lado. Sabía que no me dejaría sola, pero aún así me sentí agradecida con él. Quería actuar como si esto no me diera miedo, pero al ver a aquellos hombres de a montones viéndome llegar, me empecé a sentir insegura.

Jaewon, sentado en las escaleras del pórtico de madera vieja y descuidada, dio una calada a su cigarrillo y dejó salir el humo entre sus labios. Llevaba una camiseta blanca y unos pantalones rotos por las rodillas. Su cuello sostenía varias cadenas doradas y su cabello iba tan corto que se podía ver la forma de su cráneo.

sempiterno • kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora