CAPÍTULO XIX: MATANZA

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Esa noche, con la capital de ternes completamente dormida e inocente del pérfido príncipe que reinaba sobre sus cabezas, Nethery brindaba en sus aposentos, sonriente y ligero a causa del vino y la victoria anticipada crepitando por su pecho, con Rhada de pie en el umbral de su enorme balcón.

—Es esta noche —murmuró Nethery sentado sobre su cama, palmas aplanadas sobre el terciopelo de esta y su mirada en el alto techo—. Ya puedo sentir el olor de sus muertes.

—Pensé que era el perfume que traes sobre tu cuerpo —contestó el Drakán y Nethery sonrió, con sus labios curvándose imperceptiblemente en el borde de la copa que sostenía con sus dedos.

—Pediré que nos traigan carne y dulces —anunció sin caer en la ofensa musitada por Rhada, jalando el cordel que llamaba mediante una campanilla a su servidumbre—. Quiero que el sabor de la carne y la miel permanezca en tu paladar mientras tomes la vida de esos hombres, así no podrás olvidarte de mí en ningún momento.

Rhada desvió la mirada de los jardines que se divisaban desde el balcón hacia Nethery y atendió a sus palabras con un atisbo de sonrisa. Esa era toda la respuesta que necesitaba.

Cuando algunos criados ingresaron, Nethery, quien ya se había lanzado sobre los acolchados tapetes y almohadones que rodeaban su mesa de juerga, pidió que llevaran en abundancia finos manjares y dulces licores.

Rhada se mantuvo de pie, callado en todo momento y Nethery lo miró con pereza mientras encendía con la llama de una vela el inicio de su pipa.

—Ya llevas un buen tiempo aquí —ronroneó con el humo danzando sobre sus labios—, ¿me equivoco?

Rhada se humedeció los labios.

—No —concedió el Drakán, seguramente llevando la cuenta de cuántos días habían transcurrido con él como esclavo del reino que hubo masacrado a su gente—. Llevo demasiado tiempo aquí.

Nethery palmeó a su lado, indicándole que se sentara junto a él. El desagrado que se manifestó en el rostro del Drakán fue una delicia y él realmente quería verlo más de cerca.

—Ven aquí —lo llamó.

—No. —Volvió la vista a los jardines y Nethery suspiró contento.

Había dos cosas a las que se estaba acostumbrando con su Drakán, el desprecio y el deseo. Quizá incluso volviendo un poco adicto, y si bien al principio el rechazo le parecía humillante, despreciable, ahora cada día se sorprendía deseando que de la boca de Rhada saliera algún insulto, alguna mirada despectiva o un toque cargado de odio.

Porque no era ciego.

Sabía que el descendiente de los dragones estaba en su misma situación, donde la sangre que tiraba de ambos era demasiado espesa, demasiado caliente y dominante; y que los había vencido seguramente desde la primera vez que pusieron la vista en el otro.

Incluso el odio le parecía aburrido, insulso en comparación a lo que Rhada parecía sentir por él. Y lo estaba comenzando a disfrutar, a abrazar como un niño abrazaba su primer aliento de oxígeno; sin saber que lo necesitaría por el resto de vida.

—¿Por qué sonríes?

—¿Está mal? ¿Son mis lágrimas de tu preferencia?

Rhada ladeó una sonrisa y comenzó a acercarse, quedando de pie a poca distancia de Nethery, quien aguantó las ganas de gatear para quedar bajo él.

—¿Lágrimas evocadas por los recuerdos de ese perro que te rompió? Prefiero arrancarte los ojos antes que volver a verlas.

Nethery succionó de su pipa con pereza, mirándolo hacia arriba con la insolencia de quien se sabe celado. Rhada lo trataba con tal impudicia, tan desinteresado en lo que pudiera ocurrirle como consecuencia de sus acciones déspotas y soberbias que Nethery ya ni siquiera encontraba en la muerte o los azotes algún castigo a fin.

DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora