Vio el rostro de Nethery.
Lo tocó.
Era suyo.
A las afueras de los aposentos de Nethery se encontraban dos sirvientes, de mirada gacha y con los brazos ocupados. Rhada los escudriñó hasta que Thabit apareció a su lado y les indicó que le tendieran a Rhada una capucha y una daga envainada.
—¿Son de fiar? —preguntó el Drakán, bajando la vista hasta la capa de cuero y terciopelo. Thabit asintió en silencio—. ¿Es necesario que la use?
—Te resguardará de miradas indiscretas. —Rhada asintió, tomó la capa y la daga, y caminó tras el heredero de los Vakjir, quien lo guió a través de desérticos pasillos—. Saldremos a través de los jardines.
A medida que caminaban Rhada reconoció el camino. Era el mismo que había transitado con Savannah anteriormente. La brisa nocturna contrastó su piel caliente y el olor a tierra húmeda advertía que ya los criados habían rociado las plantas y arbustos ese día.
—¿Cuántas personas saben de esta entrada? —preguntó colocándose la capa, cubriendo así sus hombros y gran parte de su rostro.
—En su esencia, solo la familia real.
—¿Y tú? —Encajó el cuchillo en el cinturón de cuero que le rodeaba la cintura.
—¿Te sorprende? —preguntó sardónicamente—. Nethery es más mío que de los mismos reyes.
Rhada levantó las cejas y no respondió.
Llegaron a la puerta de acero, la cual se encontraba abierta. Otro sirviente, de grandes proporciones y con el rostro cubierto de cicatrices, se encontraba ahí.
Thabit lo condujo a través del pequeño pasadizo de concreto y a la salida de este esperaba un magnífico caballo; amarrado a un árbol y con su elegante montura, en cuero opaco y bronce, lista. Rhada caminó hacia él y acarició el lomo de su nariz. El animal tiró de las riendas y Rhada lo sostuvo por el rostro, pegando su frente a la del animal.
Escuchó su respiración y recordó la primera vez que domó a un purasangre. Lo emocionado que estaba y el miedo que podía palparse en sus manos torpes cuando su padre le entregó la montura. En aquel entonces era joven e ingenuo, y el orgullo enlazado a su estirpe lo hacía temerario, sediento de probar su valía.
Desató al caballo del árbol y acarició un poco su cuello, sintiendo su suave pelaje cepillar la palma de su mano. Aferró una mano al pomo de la montura y clavó su pie en uno de los estribos. Se impulsó con fuerza y montó sobre el jamelgo, sujetando las riendas de cuero con una mano.
—Shhh—siseó cuando el equino ejemplar protestó. Tiró despacio del cabestro para tranquilizarlo y palmeó su cabeza.
—Drakán... —lo llamó el devoto del príncipe Nethery. Rhada bajó la vista y el filo en la mirada del hombre al pie del caballo podía verse incluso entre las sombras de la noche—. Si algo le ocurre a Rhekan...
—Tú hombre es un guerrero, sabe cómo cuidarse —lo interrumpió.
Thabit chasqueó con la lengua y levantó la barbilla.
—Sé lo que mi hombre es capaz de hacer... Es por ti que temo. —El viento en la noche golpeteó contra las cuencas de sus pulseras, haciéndolas sonar cuando levantó una mano y apuntó al Drakán.
Rhada cerró los ojos. Permitió que la noche se adentrara en su cuerpo y así agudizar sus sentidos. Podía oler el metal fundido en fuego de la casa de los herreros, el pelaje sudado de los caballos, la tierra húmeda en los jardines de palacio. Podía escuchar el crujir de las ramas por el viento impasible que las removía, la fricción entre sus hojas. Podía saborear la piel de Nethery en su lengua.
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DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]
Ficción GeneralTras perder la guerra, Rhada, el último Drakán de la tribu de los dragones, fue tomado como botín y arrastrado bajo cadenas a los perfumados aposentos del caprichoso heredero del reino de Rosalles; Nethery Devhankur. Un enmascarado príncipe que olía...