CAPÍTULO XXI: UNIÓN

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Al acercarse a las barracas, Rhada no vio a un solo guardia. Su entrecejo se frunció y sus manos se hicieron puños a los costados de sus caderas al mismo tiempo que aceleraba el paso, el cansancio de la noche crepitando por todo su cuerpo y el cielo sobre su cabeza adquiriendo los primeros tonos rosados y aloques del alba que despuntaba sobre él.

Aún podía escuchar los gritos de dolor del Augur en su cabeza, las súplicas y las incontables veces que pidió perdón. Aún tenía restos de sangre entre los dedos.

Una vez dentro se percató de la ausencia de otros esclavos y asió la mano en la empuñadura de su navaja. Rhekan no había tenido ninguna objeción en que la conservara, demasiado ocupado viendo el cuerpo del Augur arder en llamas de fuego.

Miró en todas direcciones, el lugar únicamente alumbrado por los vestigios de luna que se infiltraban a través de las ventanas. Llegó al lugar donde estaba su lecho, separado del resto por un biombo de madera y paja que él mismo había hecho días atrás, y se quedó inmóvil al ver un cubierto cuerpo tendido sobre la que era su cama.

Parpadeó lento, su cabello sucio y áspero al tacto cayendo por los costados de su rostro, sus labios agrietados y sus ojos cetrino irritados tras la ausencia de sueño.

—¿Quién eres y qué estás haciendo aquí? —preguntó con el rostro desencajado, mirando a todos lados.

Todo seguía como la última vez que estuvo ahí. Las viejas mantas de sucio y gastado algodón, las dos manzanas que Savannah le había obsequiado sobre un mortero de greda a los pies de su lecho, y la lámpara de aceite que alumbraba sus noches encendida en una esquina.

El criado volteó, enredando sus dedos en la capucha que le cubría la cabeza y tirándola hacia atrás.

El entrecejo de Rhada se frunció y sus ojos delataron la sorpresa al ver que era Nethery quien se encontraba sobre su lecho.

El heredero de los Devhankur ladeó una sonrisa y se colocó de pie, desabrochando el cordel que amarraba su capa. Sus ojos sin abandonar a Rhada en ningún momento.

—Estaba esperando por ti. Te extrañaba demasiado —ronroneó con voz cínica.

Rhada negó con un movimiento de cabeza.

El rostro de Nethery nuevamente descubierto ante él, cincelado por los dioses en carne aterciopelada y del color del ámbar. Con sus filosos pómulos resaltando bajo el fuerte mar azul que componían sus ojos y sus labios ágata estirados con soberbia.

La noche que sus miradas se cruzaron por primera vez se forzó en la memoria de Rhada. Ese príncipe enmascarado, de piel dorada, ostentosos ropajes y ebrio, prepotente como solo los dioses tenían permitido serlo.

Cuánto lo había odiado.

Cuánto lo había deseado.

—Cría insensata —gruñó caminando hacia él—. ¿Por qué no traes tu máscara?

Nethery estiró sus brazos y mostró con soberbia sus humildes ropajes. El capisayo áspero y viejo que cubría su sedoso cuerpo, sus pies desnudos y la ausencia de joyas.

—Se supone que soy un simple criado, ¿por qué habría de usar uno?

Rhada chasqueó con la lengua.

Nethery era demasiado atrevido, y aquello poco tenía que ver con la valentía. Y Rhada quería, por todo lo que fuera maldito, quería al punto de necesitar, verter sobre su rostro y labios tantos besos como respiraciones le quedaran.

—¿Alguien vio tu rostro, Nevaret? —Estiró su mano y ahuecó la palma de esta para acunarle una mejilla a Nethery.

El heredero de Rosalles negó y se acurrucó en aquella caricia, ladeando el rostro y restregándose como un felino en la palma de Rhada, pequeñas bocanadas de aire tibio saliendo por sus labios. Y el Drakán se permitió disfrutar el placer que esa cercanía le daba. Beber de ese instante donde la piel de Nethery cepillaba la áspera palma de su mano.

DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora