Mientras todos aún dormían y escabulléndose con cuidado, ocultándose tanto de criados como guardias de palacio, Nethery llegó a su alcoba, cerró la puerta a su espalda y se desplomó contra esta. Su espalda golpeando la dura superficie y sus manos temblando al igual que su labio inferior.
Tragó el llanto contenido, sintiendo que le abría la garganta cual espinas y se deslizó hacia abajo para abrazarse a sí mismo en torno a sus piernas flectadas. El frío era tanto que quemaba como hielo por su cuerpo, la presión en su pecho le hacía imposible el respirar y la sensación desnuda de su rostro le escocía piel.
Jadeó necesitando aire, viendo intensos colores bajo sus adoloridos párpados y enterrando sus uñas en la carne de sus piernas.
La sedición de sus sentimientos por Rhada estaba arrancándole la piel como si fuese una fusta con púas de acero caliente y dolía demasiado, dolía tanto que la muerte lo seducía como una escapatoria piadosa, porque él no era valiente, nunca lo había sido y tampoco era fuerte, era débil.
Todos estaban equivocados.
Él era débil.
Era cobarde.
Ahora podía verlo con claridad, sin la soberbia que en Nethery había crecido como una semilla en tierra fértil.
Desde el nacimiento de su pecho brotó un sollozo aguado, quebrado en partes y tan patético que Nethery tuvo ganas de tragar cristales rotos para así no volver a escuchar su voz. Mordió su labio inferior con tanta fuerza que pronto sintió el sabor metálico contra su lengua, no pudo hacer que le importara, simplemente se mantuvo ahí en el suelo, escuchando las risas de sus demonios y sintiéndose derrotado a pesar de la victoria que se levantaba sobre su cabeza, a pesar de haber vencido a su madre y a todos aquellos que creyeron que se subyugaría obedientemente ante la voluntad del Augur.
Sorbió su nariz y se restregó el rostro con ambas manos cuando las lágrimas se hicieron fastidiosas sobre sus mejillas. No tenía derecho a llorar, no cuando siempre supo el desenlace de su contienda con Rhada; pero su corazón obstinado no atendía razones.
—Se acabó —balbuceó sin aliento—. Se acabó. Se acabó... ¡Maldita sea, ya entiéndelo! —gritó desgarrando sus cuerdas vocales y golpeando la parte posterior de su cabeza contra la puerta.
Tuvo que obligarse a respirar y cuando el sol comenzó a brillar con fuerza a través de su ventana, se arrastró de mala gana y colocó sobre su rostro la fría máscara que descansaba en el arrimo a los pies de su cama.
No tenía tiempo para compadecerse de su miserable vida. Sus padres en cualquier momento llamarían por él y tendría que enfrentar una nueva batalla.
Jaló el cordel y cuando su servidumbre llegó, Nethery se encontraba envuelto completamente en las mantas que cubrían su lecho, ocultando bajo estas el ordinario capisayo con el que había fingido ser un criado y tras su máscara el desastre demacrado que era su rostro.
—¿Desea desayunar, alteza?
—Un baño, prepárenme un baño perfumado de flores de limón y gardenias —les ordenó sin voltear a verlos. Se cubriría en el dulce blanco de aquellas flores para barrer el aroma que Rhada había hecho nacer en su cuerpo a través del sudor; salado, firme y tan intenso que Nene podía verlo cada vez que cerraba los párpados como si fuera un color—. Luego, cuando Thabit anuncie su llegada, sírvannos frutas en el jardín de lavanda.
El jardín preferido de los linajudos para pasar la mañana.
—Como ordene.
—Y saquen de mis baúles el tafetán negro bordado con hilos en dorado y perlas de mar, el velo de oro que me concedió el rey de aquellas islas al norte y busquen en la estancia de los tesoros de mi familia la corona que mi padre me obsequió cuando alcancé mis dieciocho soles anuales.
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DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]
Ficción GeneralTras perder la guerra, Rhada, el último Drakán de la tribu de los dragones, fue tomado como botín y arrastrado bajo cadenas a los perfumados aposentos del caprichoso heredero del reino de Rosalles; Nethery Devhankur. Un enmascarado príncipe que olía...