Unos pasos más, unos pasos menos

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Y retomando lo anterior, había permanecido sentada en esa banca, casi inmóvil por más de quince minutos, sólo contemplando cómo la gente iba y venía. Una impresión que no conocía me sobrevino, y era que, en efecto, disfrutaba de esa tranquilidad tanto como ella, estar sola en un parque únicamente observando todo lo que su sucedía a mi alrededor, no era posible describirlo con palabras, sólo lo sentía, el viento soplando fuerte e intempestivo, a veces con más o con menos fuerza, las hojas caídas de los árboles crujían mientras las personas distraídas las estrujaban con las suelas de sus zapatos inconscientemente. Ahora me encontraba atando y desatando las pulseras de mis manos, de vez en cuando chasqueando los dedos sin ninguna propósito y enredando los hilos restantes de los brazaletes que yo misma había confeccionados unos meses antes, las perlas doradas que aseguraban el nudo crujían al chocar una con la otra generando un sonido armónico muy característico y similar al sonido que una campana produce al tirar de ella.

Por momentos, sentía impulsos de pararme y marcharme, pero había algo inexplicable que me mantenía allí. Y cada minuto que transcurría, se avecinaba la noche y todo oscurecía paulatinamente y con ello me sobrevenía una pesada premura e impaciencia poco tolerable. Adriana retiró algo de su mochila que no alcancé a ver, y luego se cubrió el brazo, con su chaqueta y un pañuelo. Cuando los retiró estaban manchados de sangre y sin ningún reparo los introdujo en los bolsillos de su mochila. Se estaba autolesionando, o eso me pareció haber observado, mi vista no podía engañarme, era más que evidente. Había leído algo referente a eso, no obstante nunca había investigado el tema a profundidad. Únicamente tenía conocimiento que las personas que se autolesionaban sufrían de depresión y problemas mentales. ¿Qué pudo haberla llevado a tal situación? Y que se vea digamos "inclinada" a desahogar sus penas de esa manera. Me lanzó una mirada de incomodad, me hizo sentir como una espía que husmeaba en lo que no lo importaba. Quizá era cierto, no tenía que entrometerme en algo que no me competía, pero aquello era lo más extraño que había visto hasta entonces, sin saber lo que estaba por venir. Se incorporó de inmediato, aunque no completamente erguida abandonó el lugar. Movida por un instinto peculiar y no moderado me levanté de mi asiento, tomé mis cosas e hice lo mismo procurado que no viera que lo hacía con el único propósito de seguirla.

Cada paso que avanzaba, cada pisada me traída a memoria que cada paso me alejaba de casa, donde debía estar, y me acercaba a lo desconocido y de repente a algún insólito suceso que no debía presenciar. Atravesé la calle cabizbaja, sin darle importancia a los autos que por ahí circulaban. Puede que si el semáforo hubiese estado en rojo, hubiese ocurrido un terrible y lamentable accidente y en parte por culpa de mi desorientación y el pleno estado de distracción en que me encontraba.

No sabía donde llegaría parar con mi curiosidad impetuosa. No me preocupaba por eso entonces. Las calles cada vez parecían más bulliciosas, crucé en medio del tumulto de la gente para evitar ser descubierta. Todo el ambiente era frívolo. Cada paso todo se delineaba gris, oscuro y opaco. Mientras cruzaba veía con sosiego las galerías que se divisaban en mi enfrente, unos edificios de más de 50 años de antigüedad, muy deteriorados, las siguientes locaciones eran un local comercial enrejado, las rejas eran de color negro y aún no estaba abierto, la siguiente una cafetería donde observé a mucha gente tomando café conversando amenamente con sus acompañantes. Los ventanales me permitían ver todo. Había un callejón en medio de una casona antigua y una tienda de productos de alumbrado eléctrico y baterías, por desgracia y por predecible que resultase decidió ocultarse justo allí, ingresó evitando ser observaba y fue así excepto por mi, que era la única que espectadora de la escena. El callejón doblaba horizontalmente y allí exhausta de caminar y quién sabe de qué desgraciados sucesos y recuerdos se dejó caer en el suelo, sobre periódicos que yacían húmedos a causa de la fina garúa. Se cubrió el rostro en modo lastimero, como si se culpara por hechos evidentemente desconocidos para mí y ya no pudiera soportarlo por más tiempo.

Un camino sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora