Untitled Part 1

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Ya no se encontraba allí.

Por alguna extraña razón cada vez que se sentaba a tomar el té en aquella vieja mesilla de vidrio y bronce brocada, que lo acompañó casi toda su existencia, tenía la necesidad impetuosa de levantar el mantel de seda, mirar hacia abajo y sonreír con complicidad.

Cerró los ojos burlándose del pensamiento, la sensación; la memoria.

Estúpida pulsión llena de recuerdos.

Tomó un sorbo largo en su taza de porcelana con los ojos cerrados, tratando de concentrarse solamente en el sabor amargo de la hoja negra. Sin embargo, uno de sus ojos miraba de reojo la punta del mantel, tentándolo a levantarlo.

¿Para qué mierda iba a hacer algo así? Estaba completamente solo, como siempre.

Y ya no se encontraba allí.

Su corazón dió un vuelco repentino cuando tocaron a la puerta. Inglaterra se sobresaltó acodado en sus pensamientos y permitió el paso con una voz suave y serena.

-Su Alteza Señor, tiene una llamada- anunció el recién llegado, con una leve reverencia similar a la que hacían frente a la Reina Madre. El otro hizo un gesto.

-Si es Victoria dile que irán por ella al aeropuerto; Escocia es bastante reticente de perder invitados- contestó mirando con desgano a la ventana, inundando el ambiente con el cordial y exquisito acento de su lengua, sumido en los cálculos de su rutina.

-No, mi Lord... no se trata miss Alcorta- corrigió tímidamente- Es que... le parecerá extraño y quiero saber mis instrucciones para proceder adecuadamente.

-¿Quién es, muchacho? Dilo de una vez- preguntó impaciente- Parece que hablas de la muerte.

-Es la República Argentina.

Arthur casi escupe el té.

Bueno, CASI la muerte.

-¿Y qué quiere?- trató de normalizarse contando internamente números en japonés. Hacía mucho que no sabía de él, pero no podía mostrarse como un niño iluso esperando su ansiado regalo de Navidad.

-Según su propia gesta, hablar en nombre del Mercosur; el Primer Mandatario de ese país quiere afianzar el comercio con usted, y como el señor Hernández estaba en Europa hace un tiempo lo envió a él.

Mentira.

-Ya veo...

-Señor, ¿Procedemos como lo acostumbrado con esa nación o...?

"Procedemos como lo acosumbrado"; Kirkland ladeó la boca en forma de sonrisa irónica. Aquella frase se la había regalado Alfred en las guerras pasadas: siempre eran las palabras antes de detonar alguna bomba o mandar a destruir ciudades.

-No no, por favor. Pásame la llamada.

El joven se sobresaltó- ¿E-está seguro, señor? No parecía estar en las óptimas condiciones de diplomacia. Sabe las consecuencias de darle voz...

No, no estaba seguro.

Pero debía aparentar. Como siempre.

-Deja de infundarme tus temores y pásame el teléfono celular- sonrió confiado, mirándolo a los ojos- son sólo negocios.

Más mentiras.

-Como ordene- terminó retirándose. Al cabo de unos minutos una bella melodía de Queen, cadente y triste, sonó en su teléfono personal.

Dejó sonar cuatro veces, no debía mostrarse como estaba: con el corazón en el cuello, lleno de preguntas, de recriminaciones. De aquella última e imbécil venganza, de hacerlo caer en su seducción y dejarlo como un trapo roto a mitad de camino, lleno de palabras de amor y de verdades nunca confesadas. Había sido descuidado, el cuerpo lo ansió más que la mente y ahí fue cuando se perdió y cayó en la trampa de ese mocoso como un inexperto.

Cada vez que lo recordaba se sentía avergonzado de sí mismo, pero también se sorprendía con gratitud: al menos Martín le había mostrado que no estaba todo dicho en su ser, a pesar de los siglos sobre los hombros.

-¿Sí?- dijo suavemente, sirviéndose otra taza de té.

-Kirkland, necesito verte. ¿Estás ocupado?

Un tono suave lo sorprendió; estaba demasiado acostumbrado a los gritos, los reclamos por Victoria, por todas las cosas que le había hecho, cómo lo había engañado y había destruído de manera miserable su existencia por varias décadas. No lo culpaba, estaba en todo su derecho; pero debían recordarse que no eran humanos, y que esos violentos reveses siempre ocurrían entre ellos, se amasen o no con locura. Eso es lo que siempre le intentó decir a Argentina: no era mortal, no podía anclarse en el rencor eternamente como uno; mas le gustaba esa irreverente pasión de alguien propio de la juventud, de esa sangre caliente latina que tanto amaba ver hervir para su morbo personal. Bueno, tal vez también él se encadenaba a sí mismo a esas emociones humanas un poco. Suspiró.

Así eran las cosas; y la historia siempre las volvía a repetir.

Sin embargo algo más lo turbó con esa voz: el uso de las palabras. En aquel perfecto inglés británico con tono de ascendencia italiana y española, algo le hizo retumbar la cabeza: "necesito" en vez de "debo".

Allí confirmó que el Mercosur y los negocios eran toda una falacia para ese encuentro; seguro que las embajadas estaban haciéndose cargo. Pero los humanos eran tan ingenuos a veces...

-Ven a cenar- le invitó y medio ordenó, para no quedar atrás en el tono- Hoy la comida será deliciosa.

-Está bien. Llegaré a las ocho- aceptó, cortando la comunicación.

Bien, se había puesto realmente extraño. ¿Qué estaba haciendo aceptando todo sin ton ni son?

Arthur no terminó su té sino que observó el celular en su mano descolgado, algo desconcertado por todo aquello. Miró a la ventana, como el atardecer alumbraba en ámbar toda su habitación personal llena de secretos, memorias y fotos. Muchas fotos.

Un rayo de sol durmiente se apoyó sobre una que ya había perdido textura y estaba borrosa, muestra de ser una de las primeras realizadas como fotografía. Allí se delineaban unas figuras alegres y pequeñas junto con él y otros vecinos europeos.

¿Acaso...?





-¡¡¡Mocoso del demonio, venid para acá, joder... os daré una tunda de las hostias!!!

Como si fuera ayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora