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Tenía un nudo en la garganta.

Había estado reteniéndolo durante horas, no podía permitirse llorar o gritar en aquel momento, pero ahora, estaba demasiado abrumada seguir aguantando.

Cerró con suavidad la puerta de aquella estrecha sala abandonada que encontró y se dejó caer al suelo.

Se sentía derrotada en todos los sentidos.

Podía sentir las cálidas lágrimas haciendo camino por su faz, quemándole al pasar.
Su pecho le dolía con fuerza. Puso una de sus manos sobre el y presionó en un vano esfuerzo de calmar esa agonía.

Finalmente se permitió pensar.

Lo había perdido.

Ambos habían crecido juntos, gran parte de su vida fue junto a él. Y ahora ya no estaba. Su compañero, su cómplice, su amigo, su hermano, su amante.

Daba igual lo que habían sido, ya no estaba vivo.

—Pokko —dijo entre lágrimas—. ¿Por qué? ¿Por qué tú?

Se llevó la otra mano a la cabeza. Habían muchas cosas en su mente, no podía ordenarlas y eso la desesperaba.

Aún así, ella sabía el por qué se había ido.

Lo dió todo por quién consideraba su hermanito, Falco. Era tan solo un niño, no merecía un final aún, por ende sacrificó su vida para que pudiera vivir unos miserables años más.

No lo culpaba, ella haría lo mismo.

Su mente intentó hallar un responsable, alguien con quien desquitarse.

Falco, Reiner, Magath, Zeke.

Zeke, ese traidor.

Pero ella no quería culpar a nadie, no quería resentimiento. Solo necesitaba consuelo.

—Yo... ni siquiera pude despedirme de ti.

Debió abrazarlo más fuerte, por más tiempo, o con más ganas. Hacerle saber que lo quería, lo amaba. Pero no lo hizo.

Tampoco era su culpa, pero el dolor y la impotencia seguían ahí.

Su respiración cada vez era más agitada, murmuraba incoherencias exaltada, deseosa por algo que la ampare en su martirio.

Se lo imaginaba cruzando la puerta, mirándola y diciéndole «¿Qué haces en el suelo? Levántate, ven. Abrázame.»

Era demasiado, no aguantaba más.

—¡Porco! —gritó desgarrando su garganta en un intento de liberar ese tormento—. ¡No me dejes! ¡Regresa!

Jalaba su cabello queriendo sentir cualquier otro dolor menos el que la estaba torturando.

—¡Por favor, vuelve!

Se retorció en el suelo.

No lo volvería a ver, jamás volvería a acurrucarse en su pecho, escuchar su voz, ver su sonrisa. Gritaba agónicamente, ¿cómo seguiría viviendo sin él?

Se abrazó a si misma, clavando sus uñas en sus brazos y golpeando su cabeza en el suelo, añorando el calor de su querido.

—¡Vuelve, vuelve, mierda, vuelve!

Era inútil, ya estaba muerto.


La joven yacía en la ventana, necesitaba que el aire fresco la golpeara para respirar. No había pasado mucho desde que logró calmar tal crisis, después de todo, su personalidad serena siempre salía a flote.

Volvería a sufrir, pero por el momento podía manejarlo.

Tan tranquila, contemplaba el desastre que había causado todo. Escombros y cuerpos, pesar y tormento.

Quizás pronto la llamarían para seguir en su misión. No sabía exactamente qué es lo que tendría que hacer, ya todo estaba arruinado, pero debía haber un plan, aunque sea improvisado.

—Supongo que tendré que acostumbrarme a trabajar sola, sin un compañero a mi lado.

Era horrible decirlo en voz alta, le daba escalofríos en el cuerpo pensar en esa próxima soledad, pero era la verdad.

Suspiró. Le picaba la nariz nuevamente, anunciando que nuevas lágrimas estaban por llegar.

Guió una de sus manos al bolsillo interno de la camisa que traía, y de ella sacó una pequeña flor seca. La observó atentamente durante unos segundos.

Recordaba bien el momento que la llevó a obtener esa flor.

Aún era una niña rosando la adolescencia, había seguido a su compañero hasta un lugar apartado de los demás en el jardín. Ella no le había dicho que lo iba a seguir, pero intuía que él la iba estar esperando.

Se recostaron juntos en aquel césped floreado, admirando las nubes en el cielo azulado. Estaban exhaustos por el largo entrenamiento, así que solo se dedicaron a acompañarse.

Porco tocaba su mano con uno de sus dedos. Lucía osado, pero era lo suficientemente tímido para no poder tomar toda su mano.

—Oye Pieck, cuando seamos mayores —titubeó—, ¿te casarás conmigo?

Abrió ampliamente sus ojos mientras sentía como sus mejillas se acaloraban.

Se giró hacia él para verlo aún más en nervioso que ella, en pánico quizás.

Estaba completamente sonrojado, incluso sus orejas tomaron esa tonalidad rojiza. Podía jurar que estaba paralizado al punto de siquiera respirar.

—Sí.

El chico volteó su vista para toparse con los ojos azabaches de su compañera, apreciándolo con una cálida sonrisa.

Entonces supo que para ella era importante, juntó su mano con la suya y puso una flor entre ellas, dedicándosela.

Él no lo sabía, pero Pieck siempre llevaba esa flor con consigo.

—Pokko, ¿por qué tenías que ilusionarme así?

Apoyó la flor sobre su pecho y volvió a suspirar.

—Una vez leí, o escuché. No recuerdo bien, que todos necesitamos una esperanza para seguir adelante, para así tener el valor de mantenernos vivos.

El viento soplaba a través de la ventana, haciendo danzar su cabello en el. Era consciente de que no conseguía nada hablando sola, él no la oiría, pero continuó.

—Sabes perfectamente que jamás creí en la reencarnación ni en la vida después de la muerte, siempre fueron estupideces para mi —cerró sus ojos, tratando de imaginar su rostro, como si estuviera ahí para escucharla—. Pero ahora, me forzaré en creer en ellas, lo haré. Porque necesito una esperanza. Necesito creer que en otra vida volveremos a estar juntos.

Las lágrimas acumuladas por negarse a abrir los ojos, caían tortuosamente por su rostro.

—Hasta ese entonces, seguiré amándote.

como el pico, si sé, pero necesitaba una mínima reacción weon cómo chucha no la van a hacer reaccionar a su muerte.

Esperanza | pokkopikuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora