«Otra vez están peleando...», pensé, sin saber aún que esa pelea, en aquella tarde aparentemente normal, no sería solo una más del montón. «Últimamente mis padres no paran de pelear», dije en vos baja y me puse a jugar con algunas cosas que tenía a la mano, deseando que mis mi cerebro dejara de prestarle atención a las estruendosas voces de la discusión. Fue imposible.
Apoyé mi cabeza contra una pared y cubrí mis oídos para tratar de que todos esos gritos no llegaran a mí, pero fue en vano. Me despegué de la pared y traté de refugiarme en mi almohada, imaginaba que una especie de súper héroe viniera a rescatarme, a sacarme de esta casa llena de goteras, ventanas astilladas y pequeños agujeros por los que se colaba el aire y, de vez en cuando, algún insecto.
Un sonido diferente atravesó la pobre barrera que creaban mis manos, era un grito más aterrador, un grito que hizo que se me erizara la piel al instante. Me quedé petrificado. Era la voz de mi madre, había sucedido algo grave... miles de pensamientos cruzaron por mi mente hasta que un segundo sonido me sacó del trance y me moví instintivamente fuera del cuarto.
Al salir vi a mi madre, con los que parecían los restos de un vaso roto a sus pies. Parecía estar aterrada, le temblaban ligeramente las manos y de sus ojos se asomaban tenues lágrimas, producto de la desesperación que la invadía. Más lejos, cerca de la puerta de entrada, se encontraba mi padre, respirando agitadamente y con la cara algo enrojecida. Mi madre lo miraba fijamente mientras se acercaba lentamente hacia mí, al llegar, trató de aparentar estar calmada y, con la vos resquebrajada me dijo que vuelva a mi cuarto. Sin atinar a decir alguna palabra, me limité a volver a mi cuarto, no sin antes mirar una última vez a mi padre, quien estaría yéndose a quién sabe donde.
Al volver a mi cuarto me acosté en la cama y, con el rostro sumergido en la almohada, intenté asimilar lo que acababa de suceder.
La cara de mi madre aparecía una y otra vez en mi mente, provocándome tanta frustración e impotencia que no podía evitar llorar y, lo que inició como una pequeña lágrima, terminaría provocando que mi almohada se humedeciera. No sabía como asimilar que mi padre casi le causara daño a mi madre, que no fuera capaz de hacer nada para ayudar a mi madre a sentirse mejor, que solo me tapara los oídos y dejara las cosas pasar... Ese sentimiento de que pude haber evitado algo me carcomía por dentro junto con la ira y la impotencia que me generó aquella situación. Finalmente me logré quedar dormido en ese mar de lágrimas, pero unos ruidos hicieron que me despertara en medio de la noche.
Me asomé ligeramente por la puerta de mi cuarto y vi un silueta irse mientras la puerta se cerraba lentamente, como si quien la estuviera cerrando no quisiera hacer ruido. Creí que era un ladrón y fui rápidamente a la ventana para ver de quién se trataba, para mi sorpresa, no lo era. Era mi madre, tenía puesta una mochila que parecía estar a medio llenar. Me quedé observándola sin pestañear, esperando que volteara para poder verla, pero no lo hizo, solo siguió caminando hasta desaparecer de mi vista.
En el momento tenía esperanzas de que volviera, pero se esfumaron a los pocos segundos de que la perdiera de vista. «No volverá», pensé, esperando que el karma quisiera contradecirme, pero no tuve esa suerte. A paso de enfermo, con pesadez y con un profundo dolor, miré dentro del cuarto de mis padres, queriendo verla ahí, durmiendo, anhelando que todo eso fueran míseras alucinaciones producto del sueño, pero lo único que vi fue a mi padre, al hombre responsable de que mi madre se fuera.
Quise llorar, pero no pude, quizá porque no tenía lágrimas, quizá porque inconscientemente ya sabía que pasaría, no lo sé. Solo sé que otra vez no pude hacer nada, no pude ir a buscar a mi madre, estaba ahí, estaba caminando fuera de la casa, pude haberla alcanzado con facilidad, pude haberme aunque sea despedido, pero solo me limité a observar... como siempre lo he hecho. Después de observar a mi padre dormido durante poco tiempo, me limitaría a volver a mi cuarto, daría vuelta la almohada para acostarme en el lado seco y me volvería a dormir, ya sin sentir nada más que un profundo vacío.
A la mañana siguiente me despertaría el sonido de algo golpeándose, abriría los ojos y me sentaría en la cama sin muchas ganas. Miraría a mi alrededor en busca de algo, pero no había nada fuera de lo común. Un segundo golpe provocaría que mi curiosidad se despertara mínimamente y saldría de mi cuarto para ver que los causaba. Al salir me encontré a mi padre con la cabeza apoyada en la pared, apretando los puños y con los ojos cerrados. Lo miré con indiferencia y me dirigí a la heladera en busca de algún alimento, al abrirla, mi padre me miró inmediatamente, como si se hubiese sorprendido, pero su sorpresa se transformó rápidamente en algo que no supe, o quizá no quise descifrar con certeza. Parecía una mezcla de enojo, desesperación y, quizá, un poco de tristeza. Al recibir está mirada me asustaría por un momento, pero seguiría en lo mio, cerraría la heladera, que estaba prácticamente vacía y me limitaría a tomar un trozo de pan que había en la mesa, tras esto volvería a mi cuarto.
Los siguientes días transcurrirían sin nada fuera de lo común, mi padre se iba en la mañana y volvía al atardecer, en la noche se iba y volvía en la madrugada con un fuerte olor a alcohol. Yo pasaba la mayor parte del tiempo en mi cuarto, comía lo que había y para lo que me alcanzaba con lo que mi padre me dejaba cada día antes de irse en la mañana. Casi no hablaba con él, nos cruzábamos poco, pero cuando lo hacíamos se notaba una gran tensión e incomodidad, como si los dos le echáramos la culpa al otro de que se hubiese ido.
Todo continuó así hasta que un día, al levantarme e ir hasta la mesa en donde me dejaba el dinero, noté que no había nada. Ya no había dinero, por suerte me había sobrado lo suficiente los otros días para comprar un poco de pan, con la cual me arreglé ese día. A la mañana siguiente tampoco había dinero, como ya no me quedaba nada, fui al cuarto de mi padre para ver si había algo. Lo único que encontré fueron botellas de alcohol vacías y un olor muy desagradable. «A mi padre ya no le alcanza con beber todas las noches...», pensé, y sin darle muchas vueltas me fui a mi cuarto con la esperanza de que me dejara dinero el día siguiente.
Esta vez mi padre no llegaría en la tarde, sino en la noche, lo cual se me hizo extraño, pero más extraño aún fue que me dirigiera la palabra. No fue mucho lo que me dijo, más bien casi nada, solo se limitó a decir que mañana debería ir a estudiar. En el momento se me hizo raro ya que no había ido desde el día en que se marchó mi madre. Supuse que como no tenía dinero, me mandaría para que al menos comiera algo allí.
Me generó algo de felicidad sentir que se preocupaba por mí, aunque no lo demostrara, sentir que le importo aunque sea un poco. A la mañana siguiente me levanté y me preparé para ir a la escuela, mi padre se encontraba todavía en la casa, algo que no era común. Sin prestarle mucha atención, me seguí preparando y, cuando ya era hora de irme, tuve el valor de despedirme de mi padre, no fue mucho, solo me asomé a su cuarto y le dije que ya me iba, me miro desde dentro de su cuarto y sin esforzarse mucho hizo un gesto con su mano a modo de despedida. Tras despedirme me di la vuelta y me dirigí a la puerta, al salir, miré hacia adentro una última vez y pude ver a mi padre hablando por teléfono con alguien, sin darle importancia, cerré la puerta y me dirigí a la escuela.
ESTÁS LEYENDO
Desequilibrio
Mystery / ThrillerEsto no es una historia, es la realidad, la realidad de un niño que está por descubrir que la vida es injusta. Crecerá bajo la sombra de la desgracia y, aunque se esfuerce por mejorar, paso a paso se dirige hacia un inevitable 𝓭𝓮𝓼𝓮𝓺𝓾𝓲𝓵𝓲𝓫𝓻...