Hace unos años, vagaba por las largas y frías calles de mi ciudad bajo una lluvia incesante, cuyas gotas solo resplandecían bajo la lenta y amarillenta luz de mi cigarrillo, caminaba sin rumbo como era habitual en todas las personas que padecemos de esta maldición que guarda su forma en un eterno agujero negro tras decenas de botellas. Sin embargo, aquella noche se alejó de lo que mis cansados huesos conocían por costumbre, el ritmo de la lluvia se redujo hasta llenar el espacio de una pesada y silenciosa atmósfera, una luz tan verde como el musgo que cubre las lápidas de este sacro lugar, engulló a la la pálida luz de la luna, que parecía esconderse vergonzosa tras las negruzcas nubes. Alcé mi mirada y me crucé con una chica totalmente perfecta, una rizada melena de oro rebosaba a los lados del velo que escondía su pálida cara, palidez tan solo interrumpida por unos labios color sangre y unos ojos profundos de color azabache. Como presa de un hechizo ajeno a todo conocimiento humano existente, tire mi cigarro al suelo y me aproximé a ella en silencio, paso a paso, mientras ella me observaba con una quietud escultórica, centímetro a centímetro, como si tirase de mí una cuerda inquebrantable y de la que jamás me podría zafar, aunque, no te miento si te digo que jamás albergué otro deseo que el de estar a escasos milímetros de tan bella luz.
Y ahí me hallaba yo, muerto de un pavor incontrolable, temblando como un cachorro al que su madre no desea amamantar y al que solo le queda desear que el tiempo haga justicia ante tan triste vulnerabilidad. Traté de hablar, de conjugar unas míseras palabras que exculparan mis inútiles pasos serpentinos, pero fue en vano pues, ninguna unión de vocales y consonantes habrían hecho justicia a lo que sentí aquella noche frente a esa chica. Sus brazos se movieron, con la lentitud acompasada que precede al descenso de un ave rapaz antes de lanzarse a por su digno y merecido premio, tomó su velo y dió paso al conocimiento. No hacían falta presentaciones, a los que arrastramos años de miseria nos suena su cara de habladurías de taberna, de noches en vela aguardando a su llegada o ante su presencia en la oscuridad, cuando nadie puede observarla pero ella se permite el lujo de clavar sus oscuros ojos y absorber la poca luz que haya para fundirla con el intenso verde, de enamoramientos e infortunios de unos pocos locos de los que jamás vuelves a escuchar. Sabía lo que tocaba pues aunque estuviera mudo, ella hablaría por mí, aunque hubiese sido ciego, ella miraría por mí y me guiaría hacia la rectitud, pues su ley es la única que todo el mundo cumple sin excepción. Ella siempre ha estado ahí, Ella siempre ha susurrado en tus oídos cuando el más inmenso silencio reinaba, Ella existe desde antes de la propia existencia, Ella vive en todas las casas y no ostenta ningún lujo, Ella era La Muerte.
Pero Ella, no es un acontecimiento limitado como bien he dicho, Ella se presenta sin que la llames, es invitada a todas las últimas cenas y exige su ración. Compartirás todo con Ella, tus recuerdos serán suyos, tus pertenencias serán suyas tarde o temprano y tú, tú descansarás en uno de sus cofres eternamente, hasta que tus corroídos huesos se conviertan en polvo y otro amante ocupe tu lugar en lecho eterno, bajo la tapia que una vez tuvo tu nombre y que te cubría de una lluvia que no paraba jamás de arreciar, sean lágrimas o ceniza, la tapia cederá, inundará tu última morada y lo que quede de ti y los amantes que ocuparon tu lugar yacerá en manos del destino más inexacto, convirtiéndoos en la más absoluta nada, ni pelo, ni huesos, ni polvo, ni siquiera un recuerdo lejano, pues vuestros nombres y apellidos habrán sido olvidados antes siquiera del nacimiento de la primera grieta de la tapia. Y, aún así, Ella seguirá ahí, inquebrantable y escultórica como el día que me envolvió con su silenciosa y melodiosa luz verde, el día que me robó las últimas caladas de mi Marlboro mientras me dirigía a sus brazos y la lluvia se detuvo sobre nosotros unos instantes, el día en que mi nombre sería canturreado por los bares que frecuentaba por última vez, el día en que mi cuerpo fue hallado sin vida empapado y corrompido por el etanol.
Dicen que Ella es un instrumento de Dios aunque ningún Dios se digne a plantarle cara, son unos cobardes, ningún Dios se enfrentaría a su inexistencia como tu y yo lo hacemos cada día. Los Dioses jamás comprenderán el amor que portamos todos los seres hacia Ella, es un amor innato, que crece y florece como una flor de magnolia, para morir escasos días después de su florecimiento. Los Dioses son unos niñatos, nunca sabrán lo que es su abrazo, pero sobre todo, nunca entenderán el maravilloso camino que conduce a Ella, los pasos temblorosos que comienzan desde la cuna y que nos hacen apreciar el regalo más valioso que poseemos y que tendemos a despreciar, Ella le otorga sentido a tan digno regalo, Ella es imparcial y jamás se doblegaría ante los deseos de un Dios, aguarda a la llegada de todos sin necesidad de satisfacer las ansías aburridas de unos seres inmortales. Ojalá hubiera comprendido el verdadero cometido de Ella antes de que mi roída tapia dejase de existir, sirva esta conversación como advertencia muchacho, algún día las gotas también dejarán de caer sobre tu cabeza.
ESTÁS LEYENDO
Profundizar en el relato
SpiritualDespués de realizar el cadáver exquisito, decidimos profundizar en el relato.