Prefacio.

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El fuego arde en mi pecho al saber que ella me ha dejado.

Sus ojos me miraron por última vez despectivamente, con odio y rencor, una mirada tan lasciva que hasta sentí lástima por mi misma. Nunca le había mentido, nunca le había engañado... hasta ese día. Mire el cielo y exhalé el humo de la última calada de mi cigarrillo. Mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez y podía jurar que nunca me había dolido tanto que alguien saliera de mi vida de esa manera.

El frío de invierno comenzaba, las nubes grises tapizaban todo el cielo y la ligera brisa tocaba mi rostro sintiéndose como pequeños piquetes en la piel que no dolían tanto como el vació en mi pecho. Los cerros estaban cubiertos de neblina en la punta y, en las vías del tren que se encontraban atrás de mi casa, había un perro mirándome detenidamente.

El perro se fue, no quiso ser mi amigo. El aire azotaba fuertemente mi rostro dándome una ligera bofetada de aire frío. Respiré fuertemente, los ojos me ardían y me temblaban las manos.

A los 16 años había aprendido a amar sin ser correspondida.

A los 19 años, aprendí a amar a alguien que me correspondió de la mejor manera.

A los 20, ame con locura desenfrenada, como si no hubiera un mañana.

A los 21, yo seguía sin tener palabras para describir mis sentimientos.

A los 21, no sabía como amar sin hacer daño, sin ser egoísta; desconocía cómo parar mis impulsos.

A los 21, la amaba y la odiaba. Mi orgullo siempre pesaba más, ni siquiera me importaba quien tuvo la culpa

A los 21, la perdí.

Happy Endings?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora