Los días siguientes continuaron la rutina que Enjolras y Grantaire habían creado hasta entonces, con algunas novedades: la principal de ellas que, ahora, Enjolras procuraba sacar tiempo de entre sus trabajos y obligaciones para reunirse de vez en cuando con Adélina junto a Grantaire. Tal y como había intuido que ocurriría, se había encariñado con ella, y ella con él, y ahora cuando se veían en el parque charlaban sobre todo y nada, o paseaban por los senderos, o aprovechaban para leer en compañía mientras Grantaire pintaba la vegetación a su alrededor, mirándolos de vez en cuando con una suave sonrisa.
Otra novedad también importante tardó un tiempo más en producirse, debido a la necesidad de ser precavidos con esos encuentros. Mas, cuando el pequeño Gabriel se les unió por fin un buen día, toda espera demostró haber merecido la pena, pues el chiquillo de siete años los saludó con la mayor simpatía que podrían haber esperado.
Grantaire quedó inmediatamente prendado de él. Y Enjolras, que no había sospechado nunca que su amado sintiera tal inclinación por los niños —de hecho, era Grantaire quien le había provocado a él con ese tema en el pasado—, disfrutaba viéndolo jugar en el parque con su sobrino mientras Adélina y él conversaban. Adélina, por su parte, sonreía tiernamente mientras observaba a su hermano y a su hijo compartir todo tipo de bromas y juegos, a cada cual, ingeniado por el uno o por el otro, más extravagante.
Un día, por ejemplo, Gabriel pidió a Grantaire que lo llevara sobre su espalda, y Grantaire lo subió y comenzó a trotar imitando onomatopeyas de caballos en distintos idiomas ("Soy un caballo francés, ¡cheval! ¡Hiii!... Ahora soy un caballo inglés, ¡horse! ¡Wehee!..."), y el niño chillaba y reía alocadamente, pletórico. Otro, ellos mismos eran los caballos y corrían a cuatro patas hasta llenarse la ropa de tierra. Otro, Grantaire le enseñaba sus pinturas y Gabriel acababa usando su cara de lienzo, para diversión suya y de todos, si bien Adélina se preocupó al principio y Enjolras cuestionó cómo se limpiaría después; Grantaire sugirió con sencillez que podía ayudarle él a bañarse, y Enjolras apenas pudo contener su sonrojo ante la incomprensión inocente del pequeño y el amable disimulo de la madre.
De esas y otras maneras iban pasando los días. Días que en general, y de una forma en la que no lo habían sido en mucho tiempo, porque hacía mucho que los dos no se sentían tan a salvo en ajena compañía, fueron felices.
Mientras tanto, el tiempo que llevaban en la ciudad se había prolongado y el verano, a finales de agosto, comenzaba a languidecer. A Enjolras le sorprendió reconocer un día en el ambiente las primeras señales de la proximidad del otoño, y así se lo señaló a Grantaire, que quedó igual o más asombrado que él. Enjolras no quería hablar de la conveniencia de partir antes de que la estación llegara y volviera más dificultosos los caminos, pero supo que ambos lo estaban pensando cuando Grantaire se quedó silencioso unos instantes, probablemente pensando en la pesadumbre de tener que dejar de nuevo a su hermana y, ahora, también a su sobrino.
Al final, con un suspiro, fue Grantaire quien sacó el tema. Y, cuando lo hablaron y llegaron a la conclusión de que lo mejor era que continuaran pronto con su viaje, lo aceptó.
Un segundo motivo para tener que abandonar ese agradable estilo de vida estaba relacionado con un problema en concreto: el marido de Adélina. Al parecer, al hasta entonces desentendido hombre habían comenzado a extrañarle el cambio de actitud en su esposa en los últimos tiempos —porque parecía "más alegre de lo habitual", parafraseó Adélina; lo que, dicho por él, casi parecía algo malo— y sus rutinarias idas y venidas a supuestos paseos. Pero, en especial, le habían llamado la atención las de su hijo, a quien de ordinario tenía casi exclusivamente dedicado a los estudios, y en quien tenía puestas todas sus expectativas para el futuro. Unas expectativas que a Grantaire, que miraba a su sobrino con inquietud al pensar en ello, le resultaban demasiado familiares.
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"Amor, tuyo es el porvenir"
Fiksi PenggemarParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...