Cap. 1

133 4 1
                                    

En un pueblo pequeño llamado Elvadisce que se encuentra en Italia, escondido entre las montañas, han pasado y pasarán cosas extrañas. Siempre parece que lo rodea una niebla insólita. A penas se deja ver el sol, y el cielo casi siempre está gris.

El pequeño pueblo de Elvadisce se encuentra construido al lado de un monte, en un valle, a unos metros de distancia del mar. Sobre el monte hay un frondoso bosque, donde habitan numerosas especies de animales y plantas únicas.
Sus calles son irregulares como un laberinto, y en el centro hay una plaza bastante amplia conocida por su típico y tradicional mercadillo.

Eso es lo que Carina ha encontrado en las noticias. Se va a mudar con su familia, y como es muy curiosa tiene que saberlo todo. A su alrededor se oyen quejas y regañinas. Su hermano Iván discute con su padre.

- ¿Qué va a pasar con mi equipo de fútbol? -se queja Iván alzando su voz. El padre se acaricia el puente de la nariz y llega a acariciarse la poca barba que tiene.

- Pensaba que ya lo habíais asimilado -murmura el padre, al que se le empieza a marcar una vena.

- Hay otro equipo de fútbol en el instituto al que vais a ir -sonríe la madre con su tono dulce tratando de calmar la situación.

- ¡Papá! -llama Carina al encontrar la noticia. Quiere mostrárselo a los demás para evitar mudarse, aunque no vaya a funcionar.

- Ahora no, hija -el padre no le hace caso y Carina se entristece aún más.

Carina es una joven particular por su físico. Debe ser por su tonalidad anaranjada de cabello, el cual es muy largo y ha heredado de su madre. Tal vez sean las numerosas pecas que reposan en la piel sobre su nariz. O quizás es por el contraste que hace con sus ojos color miel de su padre.

Iván, en cambio, tiene el pelo oscuro, pero sus ojos son de un azul claro como los de su madre. Es mucho más alto que Carina, y más fornido.

La casa es un caos de cajas, maletas, gritos, enfados, quejas... Pero de alguna manera consiguen subirse a ese avión que los llevará a Italia. Los hijos no hablan a sus padres, porque han conseguido salirse con la suya. Se han tenido que despedir de toda su vida en España. Así que tienen el ceño fruncido y están ambos cruzados de brazos.

- No me puedo creer que esté pasando de verdad -murmura Iván y Carina aprieta la mandíbula.

- No se lo voy a perdonar -contesta ella.

Aunque ahora mismo están muy cabreados e indignados, sé que pronto va a cambiar todo eso. Sobretodo porque Carina es una joven incapaz de guardar rencor. Así que pronto se le olvida el enfado leyendo un libro.

Al bajar del avión se subieron a un coche que habían alquilado. Los hermanos empezaban a tener un poco de ilusión conforme veían el paisaje pasar. Aunque frente a sus padres tenían que mantener el semblante de cabreo por el orgullo adolescente.

- ¡Llegamos! -exclama la madre intentando dar emoción- Veréis qué habitaciones más chulas.

La casa nueva de los d'Angelo no es para nada como la anterior y hace que Carina abra la boca en sorpresa. Está bastante alta, por el monte y un poco alejada del pueblo. Es de madera blanca y el tejado es grisáceo. El interior aun está vacío, pero se ve bastante amplio.

Se entra directamente al salón, el cual de momento solo tiene dos sofás blancos y al centro una mesita negra de café.
Al lado se encuentra el comedor sin muebles.
La cocina, que está en una sala diferente es moderna, de encimera blanca con una gran isla, perfecta para cocinar los espaguetis de Iván.

- ¿De dónde habéis sacado esto? -murmura Iván asombrado y le saca una risa a la madre.

- Trabajo duro -sonríe el padre.

Encerrados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora