el violin del diablo

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Cada veinte años, se decía que una joven nacía para alimentar al diablo que estaba escondido en un castillo a veinte millas de nuestro pueblo. Esa chica, se llevaba atada y con los ojos vendados por una venda vieja y roída que seguramente se vería todo. Chicas jóvenes de diecisiete años que nacían con una señal en la muñeca, parecía un violín con tres cuerdas y viejo, una mancha de nacimiento. Se decía, que para que el diablo no arrasase el mundo y terminase con la especie humana, había que darle una joven con la señal del violín del diablo. No se sabía qué hacía con la chica, pero se creía que se la comía, sin dejar sus huesos, algunos contaban que sus huesos los colgaba por su castillo, para atraer los malos espíritus, otros decían que las guardaba como esclavas. Era cada veinte años al parecer porque no le gustaban mayores, le gustaban en plena flor de la vida, jóvenes, llenas de vitalidad, ya que tampoco aguantarían mucho, y si eran mayores, él las mataba.

Pero yo no sabía cuál era verdad o era mentira.

Desgraciadamente, queda tres días para mi cumpleaños, para cumplir los diecisiete, justamente las cuerdas del violín del diablo.

Y yo tengo en mi muñeca la señal del violín.

Mis padres se lo tomaron bastante mal, aunque saben que mi futuro es entregarme al diablo que habitaba en el castillo. Yo había rondado muchas veces cerca para observarlo. Era un castillo de piedras viejas pero fuertes, que aguantarían toda la vida o la eternidad. Estaba todo vallado, a una gran altura, y nunca había mariposas o flores de colores. Había malas hierbas de un metro de altura, árboles secos, destrozados, sauces llorones de colores oscuros.

Por la noche se podía escuchar aullidos de lobos, que recorrían el pueblo por la noche, esperando poder llevarse algo del ganado, o llevarse a algún humano. Lo curioso era que nunca atacaban a los que tenían la señal de diablo, como yo. Podía andar por donde quisiese, porque mi futuro ya estaba escrito.

Se decía que el diablo era la persona más sádica, loca, oscura y malévola que había en el mundo. Pero por algo era el diablo. Había personas que decían que lo había visto, pero los tomaron por locos y siguen vagando por el pueblo diciendo palabras en otro lenguaje. Según decían, era alto, pálido con dos ojos de color rojo carmesí que te sonreían mientras te enseñaba sus dos colmillos para desgarrar y chupar la sangre entera de tu cuerpo. Pero cuando estaba enfadado o tenía mucha hambre, se volvían laxos y negros, como el carbón o el vacío. Quemaban y te hacían sentir en el abismo, en el fuego del infierno.

Decían que tenía una fuerza descomunal, podía romper cualquier cosa con tocarla, y cada vez que tocaba alguna planta o ser vivo de naturaleza, se chamuscaba, convirtiéndose en el polvo que te convertirías tú cuando murieses, sin que nadie te recordase. Su risa parecía el cántico del infierno, te aterraba y hacía que todo lo que rondase por tu cabeza se rompiese en mil pedazos. Decían que era hermoso, tanto como lo cruel que era. Su pelo era cobrizo, pero eso ya nadie sabía si era verdad o no.

Yo no tengo amigos, y nunca los quise hacer. ¿Para qué? ¿Para qué sepan que tu futuro es ser comida por el diablo? También intenté romper las relaciones con mis padres, pero ellos me querían mucho y era demasiado fuerte para romper. Me hice autista, sola, totalmente sola, quería salvarme del infierno en que ya me situaba.

Quería mantenerme alejada de mí, de todo lo que se echaba encima. Ya no tenía miedo, ya había superado eso, desde los seis años supe que fuese a donde me fuese, me encontraría.

Suspiré.

Seguí mirando el bosque que estaba cubierto por niebla, que hacía un aspecto más aterrador. Podía observar el castillo, sólo las torres más altas. También sabía que tenía estatuas de piedras que parecían mirarte, también había algunas que parecían estar llorando, mujeres llorando desconsoladamente. Muchos decían que eran las mujeres que él había matado. Decía que las metía en cajas cubierta de cemento, vivas, y cuando se secaba y estaban muertas, las sacaba y las ponían en su jardín muerto, exhibiendo sus trofeos.

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