XXV

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XXV

Adler

Miré de nuevo a la chica entre las sábanas blancas, su cabello negro entre tanto blanco resaltaba, sus piernas de fuera y su espalda también, las sábanas solo cubrían su trasero, dejándome ver su cuerpo tallado con admiración.

El lunar que tenía en el costado de su pecho izquierdo me volvería loco sin duda, sus labios eran pecado en su máxima expresión y sus ojos azules eran dos zafiros esperando a la mejor pieza de la exposición.

Suspiré y me di la vuelta antes de salir, pero me detuve al ver una sombra en el balcón, salí a ver y no vi nada más que el bosque nevado y el resto de mi propiedad, volví a entrar.

-Hola.

Miré de reojo a Arlette, ahora se encontraba sentada y cubriendo su cuerpo con la sábana.

La miré en silencio, ella se levanto y pude verla de pies a cabeza, desde sus pezones hasta su culo, empezó a caminar a mi y pasó las manos por mi pecho, mis abdominales y por último, mi entrepierna.

-Arlette.- Dije, advirtiéndole.

Ella me ignoró y se puso de puntillas hasta alcanzar mis labios, la tomé del cuello y la besé con todas las ganas y el enojo con ella, gimoteó cuando empecé a acariciar sus muslos y la alcé, enrolló sus piernas en mi cadera y me separé de ella un segundo.

-Fóllame Adler, si no puedo tenerte al menos fóllame.- Susurró con tristeza.

Volví a besarla y la acosté en la cama conmigo encima, bajé mi bóxer y acaricié sus pliegues húmedos, sus pezones erectos me incitaron a lamerlos y morderlos ligeramente; de sus labios solo salían jadeos y gemidos leves, ella me quería odiar pero no podía por varias razones.

-Adler...- Jadeó cuando la penetré.

No fui suave, quería follármela y largarme a trabajar, la estaba usando y ella lo sabía.

Sonreí perverso y le di varias nalgadas, ella gimoteaba como la cachorrita que era y se removía, bajé mi mano a su sexo y jugué con ella sin dejar de penetrarla, la hice correrse y soltó un grito con mi nombre mientras arañaba mi espalda y mis hombros.

-¿De quien eres, muñeca italiana?

-Tuya!

-Dilo.

-Te amo, ¿eres prisionero de ello, no? Pues ahí está tu puta comida..

Me incliné a comerle la puta boca.

Su coño estaba húmedo y tibio, dispuesto a recibirlo todo y se corrió de nuevo, gimoteando y mirándome a los ojos.

Miré como lloriqueaba y me corrí dentro de ella, quedándome quieto unos minutos. Nuestros pechos subiendo y bajando rápidamente, mis ojos buscando los suyos hasta que los encontré, y los zafiros que siempre brillaban se encontraban opacos y secos.

-Te amo.- Susurró con lágrimas en los ojos.

-Yo no te amo.- Le dije, mirando como las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, empapando su rostro y bajando por su cuello.

-No importa, cielo -su mano acunó mi mejilla y me dio un intento de sonrisa que se deshizo al instante.- Yo tengo amor suficiente para los dos.

Lloriqueó ligeramente, y por algún extraño motivo no pude alejarme, no era su toque suave, ni su leve llanto, era algo más.

-Suéltame Arlette.

-No...no...no puedo.- Susurró con dolor.

Ambos estábamos sentados y mi polla aún se encontraba dentro de ella, no dejaba de temblar y llorar.

-Suéltame.- Dije más fuerte.

-M-me duele Adler, me duele mucho.- Lloró viéndome.

-Tu dolor emocional sanará con el tiempo, ahora suéltame o me largare de otra manera.- Advertí.

-No...no es eso. -lloriqueó más fuerte e hizo una mueca.- Me..m-e duele mucho.

-¿Qué te duele?- Pregunté harto, no me interesaba saber que le dolía.

Alzó su mano temblorosa y después señaló nuestras entrepiernas, aún unidas, lloriqueó y soltó un sollozo duro y seco, miré y entreabrí los labios.

Había sangre.

Sangre bajando de nuestras piernas.

Bueno, de las de ella e inundando las mías y manchándonos a ambos.

-¿Qué hiciste?- Siseé.

Ella se veía asustada y temblorosa, como si se fuera a romper en cualquier momento.

-Na-nada...

La moví con cuidado y ahogó un grito cuando la sangre seguía saliendo de ella, okey, no era yo, eso me calmó un poco.

Me levanté y la miré, tenía las piernas ligeramente abiertas y su mano en el abdomen.

-Adler me duele mucho.- Murmuró.

Mi respiración era pesada.

Ella estaba sangrando.

Arlette estaba sangrando y eso me hizo sentirme como la mierda.

-Eh...te llevaré con el médico.

Iba a decir algo más pero se calló cuando me puse el bóxer y el pantalón corriendo junto a la camisa y la levanté con todo y sábana para cubrirla, bajé corriendo las escaleras y salí a la entrada de la propiedad.

-¿Señor? ¿To-

-Llévenme al hospital ahorita.- Ordené.

-Per...

-Di una maldita orden!- Grité en ruso.

Ellos rápidamente arrancaron las camionetas y me subí con Arlette, el frío era horrible y ni lo había sentido debido a la adrenalina.

Acaricié su mejilla mientras no dejaba de llorar.

-Tranquilízate, muñeca.- Ordené.

Sus ojos azules me miraron y por un segundo olvidé que era mi prima en pocas palabras, ella era tan hermosa y especial, que me dieron ganas de besarla ahí mismo.

Al llegar al hospital nos bajamos corriendo, los escoltas gritando por un médico, estábamos en el mejor hospital de Moscú, y rápidamente nos dieron una habitación.

-¿Qué pasó?- Me preguntó el médico.

-Estábamos follando y de la nada empezó a sangrar y...

-¿Ella acaso estaba embarazada?

Bufé.

-Claro que no.- Escupí seco.

El médico hizo una mueca.

-Le haremos un ultrasonido.

Después de mierda y media y papeleos, terminamos en una habitación con la máquina para el ultrasonido.

Arlette ya no lloraba, solo soltaba uno que otro lamento y quejido.

El médico pasó el gel por su abdomen plano y empezó a pasar la maldita cosa esa, mientras todos mirábamos la pantalla.

-Uhm, lo que sospeché.- Murmuró para sí mismo.

-¿Qué?- Pregunté molesto.

El médico se giró y nos dio una sonrisa triste, casi de lástima, y quise matarlo cuando miró a Arlette a los ojos.

-Has tenido un aborto espontáneo.

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