Único.

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Está en la iglesia.

Específicamente sentada en una de las bancas de las filas del centro y cerca de la inmensa puerta. Seguramente es la primera vez en el año que aparece por ese lugar.

Su madre había tenido un arranque de fe, como ella había dicho, y la arrastró consigo a la iglesia ¡Ni siquiera tuvo tiempo de oponerse!

Vió a todos lados. Girando la cabeza hacía atrás, al frente y a los lados. Mirando a la gente que también está ahí, preguntándose «¿Vienen por voluntad propia o también los obligaron?»

Aburrida y deseando que comenzará de una vez miró con mala cara su madre que disimuladamente usaba el teléfono.

Su cabello llamaba un poco la atención ¿Y como no sí su tono dice «¡Mírame!»? Lo traía suelto, agarrado un pequeño mechón rosado con un gancho floreado.

Ciertamente no era la única que andaba por ahí con el cabello teñido en colores llamativos.

Encendió la pantalla del teléfono que tenía entre las piernas y se sintió desesperada ¡Llevaba unos quince minutos ahí y sin señal de que iniciará!

Siguió mirando a las personas. Unas estaban de rodillas, otras de pie y el resto, que es una mayor cantidad, hablaban en susurros entre sí.

Volteó a ver atrás, dónde la gente entraba por las inmensas puertas sin preocupaciones o quizás sí ¿Pero a quién le importa? Y ahí fue que la vió.

Vestía toda de negro como sí fuera a un funeral pero aun así se veía hermosa. Caminaba con una sonrisa en alto, luciendo su suelta melena negra y belleza que le resultó tan atrayente. Iba junto a, quien supondría, que es su madre.

Rápidamente volteó al frente sintiéndose desfallecer. Se sentía tan extraño que sus manos tiemblan.

Intentó volver a mirar hacia atrás para buscarla pero ya no estaba ahí, sino de pie junto a su banca. Y por unos cortos segundos olvidó que debía respirar.

—¿Podemos sentarnos aquí? —Preguntó la señora mayor señalando el espacio vacío.

De cerca parecía más bonita con sus ojos rojos y el sutil maquillaje que resalta sus labios rosados.

—Claro — contestó su madre— Hija, haz espacio.

Dejó de mirarla avergonzada. Sentía que la había visto por demasiado tiempo con una mirada demasiado insistente. Se deslizó más cerca a su madre con la mirada en sus zapatos blancos y pensó que no levantaría la mirada por más tentada que estuviera.

Pero sí Eva mordió la manzana, Diana también puede sucumbir a las tentaciones.

Su corazón latio más frenéticamente cuando la vió a la par. Sí moviera un poco la rodilla tocaría la de ella. Sería casi un tacto directo puesto que su vestido blanco se levantó y él jeans negro de ella está cercano.

La misa comenzó. Todos se pusieron de pie y de forma torpe también lo hizo. De vez en cuando su mirada se desviaba hacía ella como sí tuviera conciencia propia.

¿A quien engaña? No puede dejar de mirarla y pensar «¡Que linda!»

Seguramente no está siendo discreta. De vez en cuando esa chica también le regresa la mirada con una sonrisa amigable en los labios. Y el pulso se vuelve loco otra vez. Sin descansó.

Y los nervios la azotan.

En medio del sermón que hablaba de la homosexualidad y esas cosas la escuchó maldecir en voz baja. Un murmuró apenas audible que oyó por estar más atenta a ella y menos al sacerdote que gritaba sobre infiernos y pecados.

—¡Mierda, estoy aburrida! —la volvió a oír.

¡Su voz! Tan armoniosa y bonita que le gustó mucho. Ella parece ser de esos ángeles malcriados que no son demonios ¡Imposible no encontrarla irresistible!

Tomando un puñado de valor que encontró en alguna parte de su agitado ser, respondió igual en susurros.

—También yo.

—¿Sabes a qué hora termina?

Una sensación indescriptible recorrió todo su cuerpo e hizo cortocircuito en su cerebro solo por oírla responderle.

—No —dijo sincera— Vengo una vez al año. No tengo idea de lo que está pasando.

—¡¿Tu también?! —ella murmuró con sorpresa. Luego la oyó reír suavecito. También le gustó esa risa.

Volvió a desviar la mirada al altar para no verse ridícula con la cara que seguramente tenía.

Solo pasaron unos minutos para que el sacerdote dijera «¡Amén!» y toda la multitud de personas se pusieran de pie. Volteó a verla y ella ya la estaba mirando.

—¿Ahora qué? —Preguntó la chica de cabello negro y casi no puede responder por la oleada de sentimientos que la abrazaron.

—Nos podemos de pie, supongo.

Pero aún así logró formular.

Intercambiaron unas pocas muchas palabras hasta que llegó el momento dónde la iglesia se queda en silencio para orar. La mayoría con las rodillas dobladas en el suelo, hablando en susurros para nada entendibles.

Y decidió preguntar a Dios, porque vamos, no es atea.

«¿Que me sienta atraída por una mujer es malo?»

Estaba conciente de que se sentía atraída a ella y que posiblemente esté sufriendo algún tipo de bisexual panic, como dicen.

Porque sí. Es bisexual y no encuentra problemas con serlo.

La misa no tardó en terminar y puede apostar que la ha volteado a ver más veces de las que debería.

—¡Espera!

La chica a la que tanto se siente atraída se giró para verla. Sus mejías se tiñeron de rosadas cuando se dió cuenta que casi lo gritó.

—¿Podemos intercambiar números? —Sonrió con timidez.

—¡Con gustó! —respondió ella entusiasmada y no tardó en pasarle su teléfono.

Anotó el número con dedos torpes y temblorosos y se registró con su nombre.

—Que lindo nombre, Diana.

—Gracias —dijo apenada pero más interesada en el de ella— ¿Cuál es el tuyo?

—¡Soy Lif!

Y Bueno. Ahí comenzó todo.

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⏰ Última actualización: Jan 22, 2022 ⏰

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