PASTICHE

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La duda persistía. No despegó la vista del número telefónico y su mano hormigueó en deseo. Los días pasaron así: con el teléfono en la mano y la indecisión en la mente.

Anhelaba llamarle al amable veterinario y escuchar su voz; sin embargo, sucumbió ante la timidez. No supo por qué. Él nunca fue alguien retraído, al contrario, ser parlanchín era una de sus más grandes cualidades; no obstante, se sintió raro, como si algo estuviera fuera de lugar.

Meditó sobre qué era aquella sensación que burbujeaba en su cuerpo cada vez que pensaba en él. Luego, recordó la primera vez que lo vio. Aquel inicio de primavera, donde los girasoles no eran más que unos simples retoños verdes sin ningún tipo de majestuosidad. El chico de ojos sonrientes recorrió, una y otra vez, el parque hasta que sucumbió ante el agotamiento e hizo una cómica expresión al intentar obtener un poco de oxígeno, tanto que Haechan no pudo evitar la pequeña carcajada que salió de sus labios. Se avergonzó y, en un intento por no ser descubierto, regresó la vista a su vieja libreta.

La escritura fluyó de entre sus dedos, como si el guapo individuo fuera la musa que necesitaba para plasmar sus sentimientos.

"Cuando las raíces del girasol se agrietaron, un resplandeciente rayo brilló sobre su hermoso ser, quizá porque descubrió a un cálido sol una mañana de primavera".

Gracias a ello, Haechan visitaba el campo con más regularidad. Sin perderse un sólo paso del chico de ojos sonrientes. Era como si se sintiera acompañado. La soledad desaparecía siempre que veía al chico trotar alrededor del verdoso forraje y le brindaba miradas furtivas mientras se desahogaba a través de la escritura.

El deseo de ver al chico cada mañana se acrecentaba conforme los días pasaban y la estación cambiaba. En un abrir y cerrar de ojos, ya no era primavera, sino verano. Los girasoles florecieron y, con ello, también sus sentimientos.

Tal felicidad duró menos de lo que deseó; puesto que, levantarse en las mañanas era cada vez más difícil. La fiebre lo hacía someterse a largos periodos en cama, incapaz de mover un sólo músculo. El odio hacia su condición se acrecentó y la impotencia tomó rienda suelta de sus emociones.

Así que cuando, por azares del destino, el chico de ojos sonrientes se presentó en su florería, se emocionó, incrédulo. ¿Cómo era posible que la persona que más anhelaba volver a ver estuviera a unos metros de él? Su primer pensamiento fue esconderse en la bodega; sin embargo, no lo hizo. Era el primer cliente del día y, además, no perdería la oportunidad de entablar una charla con él. Cuando lo atendió, su corazón tamborileó alegre y ligero, en especial cuando éste lo llamó: "Chico Girasol". Un apodo que expresaba ternura, el cual se quedó marcado en su ser y lo hizo sonreír en el más genuino regocijo. Por esto mismo, tomó la valentía de escribirle una pequeña nota.

Después de aquella casual interacción, se esforzó por salir de su cama en las mañanas; pero, no funcionó. Los huesos le dolían con inusitado fervor y las jaquecas matutinas duraban más de lo esperado. Se sintió solo de nuevo. No había nadie para ayudarlo. No había nadie a su lado. Hasta que, de nuevo, el destino hizo una de las suyas... Sonrió al recordar a Seol y su mente lo trajo a la realidad.

Tomó un respiro. El teléfono estaba ahí, a tan sólo unos centímetros. Y, por fin, se decidió. Descolgó el viejo aparato, tecleó cada dígito y, por consiguiente, lo posicionó cerca de su oreja; pero, como siempre, nada salía como quería.

«La llamada no se puede procesar. Su línea ha sido cancelada. Favor de pagar cuanto ant...», colgó.

Una risa irónica brotó de sus labios y recordó que no tenía dinero ni para pagar el recibo.

EL CHICO GIRASOL | nohyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora