La invitación

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Todo empezó con un «Draco, tenemos que hablar». Así, después de años de noviazgo, desapareció Theo de mi vida. E hice entrar en ella a Harry. De hecho, Harry existe gracias a Dios.
Y hoy, es con él con quién comparto mi vida, con este Harry que amo cuando ríe, que amo cuando frunce el labio al leer algo, que amo cuando despierto en la mañana y su cuerpo tibio aún sigue en mi cama, que amo cuando se emociona con un capítulo nuevo de su anime favorito, que amo cuando prepara el café, que amo cuando levanta la ropa que tiro fuera del cesto, que amo en sus silencios y en sus risas, que amo cuando mí mundo está fundido en sus caricias, que amo....por elegirme y por sostenerme, y porque a partir de hoy, tendré la dicha de llamarlo "esposo".

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2 años antes. Draco POV

Todo comenzó con un dilema: mi propio dilema.

Me fui a vivir a N.Y después de que Theo me dejara a pocos meses de comprometernos. Nunca entendí porque lo hizo, nos veíamos tan felices...o quizás era yo quién me veía feliz a su lado.

Días después de que Theo cancele nuestro compromiso, y luego de tres meses en lograr ponernos de acuerdo con la empresa, conseguí el traslado a una de las tantas oficina de la compañía para la que trabajo y me mudé a Manhattan «me olvidé de aclarar un detalle, soy inglés» allí los americanos me recibieron como solo ellos saben hacerlo, invitándome el primer día de trabajo a tomar una cerveza.

Fui, no tenía nada que hacer más que lamentarme y cuestionarme en la soledad del apartamento, porqué Theodore había roto conmigo o porque mi madre seguía insinuando que yo y mis actitudes liberales lo habían espantado.

Eligieron un bar en el centro de Manhattan, el lugar estaba repleto de personas y al principio me dio un poco de pánico, todo era muy nuevo y yo tenía una semana en la ciudad, por suerte mis colegas, –hoy amigos– hicieron que todo tuviera sentido y de a poco me acostumbré a su ruidosa cultura.

Fue esa noche que lo conocí, estaba sobre la barra charlando con otro hombre y me pareció la criatura más hermosa del mundo, su sonrisa iluminaba su morena piel y parecía sacado de un cuadro de Botticelli, con un rostro delicado pero varonil. Un espécimen ideal que afianza mis sueños neoplatónicos de la belleza clásica.

Luego de un buen rato y con varias rondas de cerveza en donde mis ojos y mis pecaminosos pensamientos parecían no querer despegarse del trasero del Adonis neoyorquino, coincidimos en la barra cuando "me ofrecí voluntariamente a buscar las próximas cervezas" y fui a parar allí luego de ver que el acompañante del "David griego" se había marchado al baño.

Supuse que era homosexual, sus gestos al hablar, su postura, mí radar nunca falla. Y en esos momentos en que yo estaba esperando la bebida, sentía la intensa mirada de ese hombre sobre mí y me encantaba. Obviamente me hice esperar un rato, para darle enigma al asunto, luego volteé porque no quería hacer esperar a ese hombre y a la oportunidad de mirarlo directo a los ojos.

Tenía dos hermosos jade brillantes como ojos, eran profundos y alteraron la paz de mí mente enseguida. Su piel tenía el color del caramelo casero, ese que hacía mí abuela para ponerle a nuestro flan de maizena, no era oscura ni clara, era hermosa, tranquilamente podía competir con un dios de la antigua Roma.

Dudé, consciente de lo que estaba por hacer, pero le pedí papel y birome al barman y anoté mi número de teléfono, se lo deslicé sobre la barra y él mirándome tan cautivador me guiñó su ojo izquierdo y guardó el papel en el bolsillo del saco azul que llevaba puesto, claro que nunca me llamó, pero esa no sería la única vez que lo volvería a ver.

The Wedding Date (Harco) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora