Terminó otra jornada de clases. ¡Gracias, Dios! Otro día menos.
Mientras me acercaba a la salida del colegio, vi a Frank acercarse con una sonrisa entusiasta. Me informó que estaba organizando una fiesta para su cumpleaños el sábado. No pude evitar preguntarme cómo podía estar tan emocionado por lo que debía ser una algarabía acumulada de gente.
Las fiestas no son lo mío. La música a todo volumen la puedo tolerar, pero el bullicio de la multitud me resulta abrumador; a veces siento que no puedo respirar.
—Lo pensaré —le respondí con tono indescifrable. Él asintió y se despidió mientras se encaminaba a su coche, dejando tras de sí una sensación de alivio mezclada con culpa. Quedé esperando a mi padre, quien se había retrasado en pasar por mí.
Sentado en una banca, mis ojos se posaron en algunos rostros conocidos. A lo lejos, vi a la chica de la nota, perdiéndose entre una multitud, como un atisbo de sol que se escapa entre nubes grises. Tras su partida, el lugar quedó desierto, como un reloj detenido en una habitación vacía.
Finalmente, escuché la bocina familiar de mi padre. Agarré mi mochila y subí al auto, sintiendo la rigidez de la rutina en cada movimiento.
—¿Cómo te fue en tu primer día?—preguntó mi padre, su voz resonando con un tono casi automático.
—No tienes que hacer esto —respondí tal vez con un poco más de desdén del que pretendía.
—¿Hacer qué?—dijo, confundido.
—Preguntar esas cosas. Ya no soy un niño pequeño; ese tiempo quedó atrás. La distancia entre su entusiasmo e indagación y mi reticencia se hizo palpable.
—¿Ahora ya no puedo preguntarte cómo te fue en el día? Solo pareces un estúpido diciendo eso —su respuesta caló hondo, y poco a poco comencé a adoptar la sordera ante su tono exasperante.
Al llegar a casa, él se despidió para volver a su trabajo. La atmósfera de la casa era fría, los muebles en tonos oscuros contrastaban con las luces amarillas de la cocina, donde solía encontrar refugio. Después de darme una ducha reconfortante y cambiarme de ropa, me acomodé en la cama con el ritual que más disfruto: leer.
Me encanta sumergirme en libros de misterio y suspenso. En esos momentos, el choque de emociones me brinda una extraña satisfacción. El libro que estaba leyendo se titula “Un buen hijo de p…”. La historia gira en torno a un chico que corta la relación de ocho años con su novia debido a sus inseguridades y miedos al compromiso. Con la ayuda de un guía de vida, busca recuperarla, aunque no sin un inevitable viaje de descubrimiento personal.
La vida, en esos instantes, se siente distinta. Hay paz, y la intriga se densa con cada página. Un libro puede despertar la imaginación y hacerte sentir como si fueras parte de la historia. ¡Increíble lo que puede evocar un simple párrafo!
La realidad me reclamó cuando sentí hambre, así que me dirigí a la cocina en busca de algo para comer. Después de llenar una olla con agua y colocarla al fuego, abrí una bolsa de pasta y la eché en el agua burbujeante. Me mantuve atento, moviendo la pasta para evitar que se pegara. Sin embargo, un despiste resultó en un pequeño desastre: al intentar colar el agua, la olla se me resbaló esparciendo la mitad de la pasta sobre el suelo.
Al menos logré rescatar algo para almorzar, pero el embrollo me obligó a limpiar antes de que llegara mi padre. Mientras leía y comía un plato de pasta con un poco de queso, me sentí aliviado, aunque mi mente vagaba hacia el sueño que había tenido, el cual dejaba una sombra de inquietud.
Cuando por fin terminé de comer, sentí la necesidad de tomar una siesta: tras el almuerzo, era un ritual que no podía ignorar. Así que me dejé caer sobre la cama, sucumbiendo al sueño.
De repente, me encontré flotando sobre nubes suaves, vistiendo un esmoquin, pero descalzo. El cielo se extendía como un lienzo azul por encima de mí. Estaba en paz hasta que una voz resonó detrás de mí.
—Perdón.
Al darme la vuelta, mi abuela materna apareció vestida en un luctuoso vestido negro, descalza como yo. La visión de su rostro, adornado por lágrimas que parecían un manantial de dolor, me paralizó.
—¿Qué haces aquí?—pregunté inquieto.
—Perdón —su repetición resonaba como un eco desgarrador, pero cada palabra parecía drenar su vitalidad, acentuando los moretones que comenzaban a aparecer en su rostro.
—¡Basta! No te entiendo, abuela. —Mi corazón latía desbocado.
—Perdón… — Volvió a decir, y en cada reproducción de esa palabra, su rostro adquiría más contusiones, como si cada disculpa estuviera golpeando su existencia.
—¡Ya deja de decirlo, por favor!— me acerqué a tomar sus manos, ansioso por devolverle la paz.
Sin embargo, ella me apartó con un grito desgarrador que resonó en el vacío. Caí sobre la nube, sintiéndome a punto de deslizarme hacia un abismo.
—¡Déjame ser libre de esta cadena!— clamó. Sus palabras destilaban frenesí.
Y mientras su grito se intensificaba, la neblina de la nube comenzó a despejarse, revelando un abismo oscuro y aterrador bajo mí. La caída era inminente.
—¡Ayúdame!— le grité, intentando alcanzar su mano, en busca de compasión.
—Mereces sentir lo que él vive todos los días contigo— dijo, y en un instante, manchó mi rostro con su sangre, convirtiendo la necesidad de salvación en la culpa del pasado.
—¡No me dejes caer, por favor!— grité tratando de recordar la bondad que una vez había en su mirada.
Fundido en un instante de horror, ella finalmente logró soltar mi mano. Todo se volvió una caída hacia lo desconocido mientras susurra la última frase.
—Perdón, Henry.
Desperté de golpe, golpeándome la cara con el suelo. Al parecer, me había quedado dormido en el borde de la cama. Mis latidos retumbaban en una habitación que parecía vacía, recordándome la soledad de mi corazón.
¡Mierda! Se me fue el tiempo volando. Se suponía que eran las 4 p.m.; ¿cómo es posible que ya sean las 7 de la noche y no he cenado?
Después de prepararme un emparedado y finalizar algunas de las tareas, escuché el sonido reconocible de las llaves en la puerta. Aquellas llaves que siempre abrían la puerta a mi problema cotidiano.
Mi padre siempre llegaba del trabajo molesto, y en ocasiones, su furia se desataba sobre mí. Decidí ignorarlo y retirarme a mi habitación. Al entrar, me di cuenta de que aún no había respondido a Frank sobre su invitación al cumpleaños.
Siendo sincero, las fiestas no me agradan; prefiero la tranquilidad de mi mundo solitario. Sin embargo, pensando en el libro, recordé que experimentar cosas nuevas puede ser revelador. Tal vez el mundo más grande estaba esperando por mí y yo, atrapado en mi propia habitación.
Finalmente, decidí aceptar la invitación; sería descortés no asistir a la fiesta de Frank. Después de todo, solo sería una noche.
—Invitación aceptada— murmuré para mí mismo, sintiendo un leve atisbo de emoción en medio de la incertidumbre.
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La Relatividad del Amor
Romance¿Tiempo? Acaso tienes tiempo para visitar ha alguien, que probablemente ya ni recuerde el color de tus ojos. Tantos viajes y el camino sigue avanzando. Igual que el tiempo, nunca se detiene y tampoco te espera. Dime ¿Disfrutaste la última vez que es...