Capítulo 3

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Capítulo 3

Me despierta el sonido melodioso de una voz femenina. El timbre agudo se me cuela por debajo de los párpados y zarandea mis recuerdos más antiguos, memorias de cuando yo era un niño y mi madre me levantaba todos los días al amanecer con una canción dedicada al bosque. Se acercaba a mí y empezaba a acariciarme los brazos con dulzura, luego besaba mis párpados cerrados y finalmente terminaba haciéndome cosquillas. Para ese momento, yo ya estaba más que despierto, pero me gustaba disfrutar de unos minutos más de su atención. Ahora suena una voz parecida, aunque canta una canción que desconozco. Las caricias en los brazos, no obstante, son iguales a las de mi madre. Me dejo acunar por la sensación de estar entre dos tiempos, siendo niño y el presente, donde soy un adolescente fracasado, un cambiante que no cambia, un vulgar humano. Acabo abriendo los ojos.

Al principio me cuesta enfocar la vista porque la habitación en la que me encuentro está casi en penumbra. Todas las ventanas están cerradas y la escasa iluminación la aportan un conjunto de velas aromáticas que arden en un rincón del cuarto. La mujer del bosque, la que recogía cosas en una cesta, la que me hizo gestos para que acudiera hacia ella cuando las serpientes me perseguían, la que... está frente a mí. Me encuentro tumbado en una especie de jergón bastante duro, ella sentada al borde y acariciándome con una rama de tomillo los antebrazos. Está completamente desnuda, a excepción de un colgante con una brillante piedra blanca que pende de su esbelto y delicado cuello. Me recuerda a los cisnes.

Tiene el pelo de color cobre, largo y ondulado. Cae como una capa sobre sus hombros pálidos y se descuelga, travieso, entre sus pechos.

Hacía mucho que no veía a una mujer desnuda, no es habitual en el clan, ya que solemos ir cubiertos con pieles o en forma lobuna.

Al ver que he abierto los ojos, la mujer separa el tomillo de mi piel y me mira duramente durante unos segundos. Me revuelvo sobre el jergón, algo incómodo. ¿He hecho algo mal, por qué tiene esa mirada acusadora en la cara?

—¿Cómo te encuentras? —me pregunta, aún con el ceño fruncido.

Abro la boca, pero sólo un gemido sale de mi garganta. Ella termina por asentir y sonreír.

—Es normal —dice—. Gritaste mucho, debes darte un tiempo para recuperar la voz del todo.

Pruebo suerte de nuevo y esta vez logro articular una pregunta.

—¿Dónde estoy?

Ella asiente de nuevo repetidas veces, volviendo al ceño fruncido.

—Estás en mi casa, te traje aquí cuando te desmayaste.

Entonces me acuerdo del dolor. Recordaba vagamente el haber perdido la mano derecha, la visión de ese miembro muerto sobre la hierba, pero ahora me viene a la mente de manera clara la intensidad con la que me ardía y... el alivio que resultó perderla. Ahora no me duele nada. Intento levantar el brazo derecho, pero ella me retiene con delicadeza.

—No lo muevas, deja que cicatrice —se limita a decirme.

Luego se pone en pie. Yo la sigo con la mirada. Tiene la carne tersa y las piernas largas, se nota que es joven y no le falta alimento. La mujer llega hasta una mesa de madera que tiene repleta de utensilios varios desconocidos para mí y guarda el tomillo en una cajita.

Tierra de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora