Willy, el saltarín

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Más allá de lo inexplicable, en lo profundo de la selva de Zonia; habitaba una pequeña pero afable rana que desde chica, siempre había querido saltar tan alto o igual que una rana draytonii. Y aunque le decían que sería algo imposible... Un día, decidida, citó —en su gran mayoría— a todos los animales de la selva para que pudieran ver lo valiente y capaz que podía llegar a ser.

—¡Buenas tardes, animales de Zonia! —dio un pequeño salto a una gran roca para poder tener un panorama completo de todos—. Como sabrán, los cité aquí porque ha llegado el momento de demostrarles que una rana tan sencilla y pequeña como yo—.

—¡Basta de cháchara, Willy! —lo interrumpió una tucán aun sabiendo cuan especial era esto para él.

—¡Y demuéstranos si es verdad que puedes saltar mejor que Fénix! —contestó su compañero.

—¡Sí! ¡Queremos verlo!—exclamó un martín pescador

«Muy bien —se dijo a sí mismo».

Y de repente; intentó saltar tan alto como pudo, pero de un momento a otro, creyó que todo su esfuerzo y dedicación no habían sido los necesarios y dudo de sí mismo. Supuso que para poder saltar como Fénix —la famosa rana draytonii que todos de Zonia cotilleaban—, debía dedicarse más y más. Así que extendió sus patas a mata caballo y aquel intento en lugar de ser el más alto o igual al de Fénix, se convirtió en un salto regular de una rana de su especie.

—¿Pero qué es esto Willy? Es un salto que normalmente haces —dijo un capibara.

—Ninguna rana de Zonia puede igualar a Fénix. Ella es inalcanzable —repuso una serpiente y en un abrir y cerrar de ojos, los animales fueron abandonado la zona citada poco a poco.

—¡No! ¡Yo... sé que lo lograré, puedo demostrárselos! —exclamó Willy impaciente—. ¡Denme más tiempo!—manifestó siguiéndoles el paso, ocultando sus sentimientos.

—Sí, no lo sé Willy. Ya veremos... —respondió la serpiente y abandonó el lugar de una vez por todas.

Pero Willy no era el único que había quedado solo en aquel sitio. En lo más alto, una vieja pero sabía ave, contemplaba el lugar desde el hermoso amanecer, hasta el frío anochecer. Y como era de esperarse la desesperación y aquel sueño frustrado de Willy no habían sido la excepción.

—El éxito se gana siempre y cuando tus prioridades son claras —abrió sus coloridas y hermosas alas y voló hacía donde estaba Willy quien había regresado a la gran roca donde perdió la oportunidad que tenía en sus patas—. Esa es la solución, William—concretó.

—¿Quién eres tú? ¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó la rana desconcertada ante tal aparición.

—Este sitio es mi hogar. Lo he vigilado desde siempre. Incluso hasta una pequeña rana como tú es mi prioridad... —replicó abriendo sus ojos de par en par, relamiéndose.

—¿Por qué? —preguntó nuevamente la rana impaciente.

—No me sorprendes Willy como se nota que no has vivido todavía. Pero tranquilo, más adelante aprenderás —repuso la vieja ave—. Soy Lante, un placer.

—El placer es mío —el ave asienta la cabeza en señal de aprobación—. Entonces dígame señor Lante, ¿cómo puedo aclarar mis prioridades? Creí que ya lo estaban; toda mi vida me he preparado para poder saltar tan alto como Fénix. Pero hoy que debía demostrarlo... —gira en dirección contraria para sentarse sobre la roca y con sus patas anteriores cubre su cara—. Tuve miedo. Dude de mí mismo.

Acompañados de una agradable brisa. Ahí sobre la gran roca, contemplaron la hermosa puesta del sol. El ave decidió callar. Determinó que Willy necesitaba ese momento y cuando supuso que ya era hora de hablarle, le habló:

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