03| Besando a Liam Parker, y sus consecuencias

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LENA

Las calles de Madrid eran una maravilla, llenas de vida. Había gente por todas partes, desde críos corriendo hasta abuelos paseando tranquilos por la Gran Vía. También se veían turistas de todos los rincones del mundo. El sol lo iluminaba todo, creando un ambiente tan alegre que me hizo sentir una chispa de felicidad, aunque fuera por un momento.

Llevaba años soñando con volver aquí, a mi tierra. No había pisado Madrid desde aquellas primeras semanas de vacaciones en casa de mi tía y de Carla, mi prima. Después de vivir en Londres toda mi adolescencia, por fin estaba de vuelta en esta ciudad que siempre había considerado mi hogar.

Aun así, no podía negar que estaba cagada de miedo. Todo era nuevo, y aunque me daba vértigo, estaba agradecida de que Carla me hubiera ofrecido quedarme en su piso. Le debía una.

No tenía claro si había hecho bien, pero ya no había marcha atrás. Tenía que empezar de cero, dejar atrás a mi familia, amigos y esa vida que, en el fondo, nunca sentí como mía.

"Perderse para encontrarse", decían en algunos libros, ¿no? Pues a ver si funciona.

Mientras caminaba, admiraba el atardecer. Era un espectáculo de esos que te dejan clavada, los que se quedan grabados en la memoria. Saqué el móvil del bolso y comencé a hacer fotos. Los colores del cielo, esos tonos entre rosa y naranja, parecían pintados a mano.

Sonreí. Sentí que, aunque fuera por un segundo, todo estaba en su sitio.

Esperaba a Carla justo frente a una librería. Sonaba 'Un beso en Madrid' de Tini y Alejandro Sanz en mis auriculares. Me gustaba esa canción, tenía algo que encajaba perfecto con lo que estaba viviendo. El sonido del móvil me sacó de mis pensamientos. Lo saqué del bolso y vi que era mi madre. No podía estar enfadada con ella, aunque no la entendiera en absoluto.

—¡Hola, mamá! ¿Qué tal? —intenté sonar tranquila, aunque sabía que la conversación no iba a ser fácil.

—Cariño, ¿cómo estás? ¿Has llegado ya? ¿Dónde estás? —me bombardeó con preguntas, y pude notar la preocupación en su voz.

—Sí, mamá, todo bien. Estoy en La Gran Vía, esperando a Carla —respondí, intentando calmarla.

—Menos mal... cuando llegues, avísame, ¿vale? —pausó un segundo y después añadió, bajando la voz—. Por cierto, tu padre te manda saludos...

Sentí como si una ola de rabia me subiera desde el estómago hasta la garganta.

—Ese hombre no es mi padre —dije, con los dientes apretados.

—Lena, no hables así. Él te quiere mucho...

—¡No, mamá! Tienes que divorciarte de él de una vez. ¡Solo te estás haciendo daño a ti misma! —insistí, sin poder contener la frustración.

—No puedo, hija, lo necesito —su voz se quebró. Pude oír cómo empezaba a llorar al otro lado del teléfono.

—Mamá, escúchame. No lo necesitas. Si te quisiera, no te habría hecho lo que te hizo. ¡No pensó en nosotras ni un segundo cuando se fue con esa tía! —grité antes de colgar el teléfono, frustrada.

Me quedé un momento con la mirada perdida, reviviendo aquel día en la cocina, a las tres de la mañana, cuando mi padre confesó lo que había hecho. Esa frase quedó grabada en mi cabeza. No podía olvidarlo. No podía dejar de pensar en las noches que pasé encerrada en mi cuarto, escuchando sus peleas, mientras yo lloraba en silencio.

En el instituto sabían que algo me pasaba, pero nadie dijo nada. Solo mis notas lo delataban. Al final, por suerte o por insistencia, logré salir adelante, aunque con el alma destrozada.

Un Beso En Madrid {en edición}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora