La curiosidad del Tecolote

233 17 6
                                    

A Hernevalito le encantaba leer, así como los niños solían ser curiosos un pequeño susto podía ser sumamente travieso, constantemente entraba este en el despacho del pesadillero real, solo para poder tomar los apuntes de su escritorio y leerlos, pero Procustes siempre que lo atrapaba leyendo sus pesadillas lo levantaba de un brazo y le quitaba las hojas.

-Su alteza, no puede estar leyendo esto.

Y el pequeño Tecolote le sacaba la lengua y movía sus alitas para intentar liberarse.

-De todas maneras siempre escribes lo mismo, estaba viendo si ya habías escrito algo mejor.

Y siempre que Hernevalito decía algo como eso Procustes enfurecía y lo sacaba de inmediato de la habitación cerrando la puerta en su cara, pero al pequeño no le importaba, aunque hubiera caído sentado se levantaba y sacudía sus elegantes ropas, se acomodaba su corbatín y se iba tarareando una canción alegre.

Las cosas mejoraron para Hernevalito cuando pudo ir al mundo de los humanos, paseando incluso llegó a meterse un par de veces a una vieja y pequeña biblioteca a explorar lo que había, pero no encontró muchas cosas de su interés al estar leyendo, sentía que le faltaba algo más.

Una tarde cuando jugaba entre las tumbas del panteón dónde estaba aquel portal por el que podía cruzar, tuvo que esconderse ya que había llegado una gran cantidad de gente, parecía una diligencia que traía a algún fallecido, de inmediato Hernevalito se cruzó a la puerta de su lado, pero pudo ver a través de los ojos de una estatuilla todo lo que pasaba, entre los presentes había una niña que parecía terriblemente triste, pero lo que más llamó su atención es que por un momento esta después de dejar unas flores en la tumba de la mujer que acababan de enterrar se quedó mirando fijamente la estatuilla de búho, fue casi como si lo mirara a él a los ojos y luego de eso mientras los adultos hablaban de diferentes cosas, ella sacó un cuaderno de su rebozo y comenzó a escribir.

-¿Es acaso una escritora como Procustes?

Se preguntaba a sí mismo Hernevalito, y dado que a veces sentía que la niña volvía a observar como si pudiera ver a través de aquella puerta decidió que en cuanto le fuera posible iría a ver que era lo que ella estaba escribiendo, fue entonces que el pequeño escuchó a lo lejos que lo estaban buscando no tuvo más remedio que volver a su casa.

Pasaron días antes de poder volver a cruzar, y lo primero que hizo fue inspeccionar aquella tumba mirando bien el nombre que había en la lápida, para su buena fortuna justo en ese momento iba llegando la misma niña en quién pensaba, acompañada de una mujer mayor que le decía a la pequeña a cada momento que hacer y esta le obedecía.

-Vamos Francisca, trae el agua del pozo, vamos Francisca ayúdame a quitar estas flores y poner nuevas, ya no llores Francisca, ven, volvamos a casa.

Hernevalito no dudo en seguirlas, descubriendo así en que parte del pueblo vivía la niña y no tardó en encontrar un buen lugar para entrar, una chimenea que al parecer no usaban mucho y tenía leña nueva que nadie movía, aún así decidió ir a echar un vistazo fuera de la casa, pasó toda la noche paseando por los alrededores, se acercaba a los animales que a veces empezaban a hacer fuertes sonidos al verlo cuando trataba de atraparlos solo por diversión y se escondía cuando alguien salía a observar que era lo que estaba pasando, fue hasta la mañana siguiente que volvió a meterse a la chimenea que pudo observar con gusto que la niña que al parecer se llamaba Francisca estaba escribiendo, claro que apareció la mujer mayor después que pudo identificar como la abuela y se la llevó, ese momento lo pudo aprovechar para tomar el libro y comenzar a leer.

Hernevalito reía de gusto al darse cuenta que lo que había encontrado era un tesoro, jamás había leído cuentos como aquellos, aunque se mencionaban personajes que él ya había visto antes en las historias del pesadillero real, estas eran totalmente diferentes y a su parecer mucho más divertidas, no dudó en nada más tener otra  oportunidad volver a tomar el libro por la noche apenas pudo, aunque casi fue descubierto por aquella niña, no le importó demasiado.

Desde entonces Hernevalito cada que podía se escapaba a ver si la niña escritora tenía un nuevo cuento, pero con el tiempo se dió cuenta de algunas cosas al observarla, en primer lugar pasaba mucho de su tiempo triste, era solo cuando estaba escribiendo o cuando hablaba de lo que escribía cuando había una sonrisa en su rostro, también le llamaba la atención la capacidad que tenía para nombrar cosas que no estaba segura de que eran, así que al volver al castillo Hernevalito le decía a su papá que era un Susto, esto lo tomaron tanto en gracia que terminó por extenderse ese término primero entre la realeza y después en todo el pueblo de aquellas criaturas de la oscuridad.

A Herneval no le gustaba ver triste a Francisca, aunque procuraba no ser visto por ella, a veces le dejaba bolsitas con semillas cuando veía que su abuela no la dejaba comer hasta que terminara alguna tarea que le hubiera mandado, y así Francisca podía echarse algunas a la boca mientras hiciera lo que hiciera.

Llegó un momento en que Hernevalito entendió cuales eran las mayores tristezas de Francisca Imelda, la primera era la ausencia de su madre, y la otra era que su abuela la solía regañar por distraerse de otras cosas cuando estaba escribiendo, pero Hernevalito no quería que ella dejara de escribir, así que incluso una navidad decidió darle unos regalos que de seguro le ayudarían con eso.

Con el paso del tiempo, mientras ambos crecían, al Tecolote le empezaron a dar más responsabilidades en el reino, por lo que había días que no podía ir al mundo humano, pero cuando lo hacía nunca se decepcionaba, pues Francisca tenía por lo menos una nueva y terrorífica historia que él podía leer a gusto.

Una noche, mientras Francisca dormía en su cama, Herneval estaba acostado en el suelo con las piernas cruzadas una encima de la otra y con los dos brazos rectos hacia arriba con el libro que sostenía en sus manos de tres dedos, nada más terminar de leer bajó el libro y lo abrazó satisfecho.

-Otra obra maestra.

Susurró y se levantó sentándose en el piso, solo para observar el bulto en la cama de una joven y dormida Francisca que subía y bajaba con cada respiración.

Herneval volvió a meter el libro bajo la cama y puso primero una mano sobre el colchón y luego la otra sin dejar de observarla, cruzó los brazos y la siguió observando unos instantes, preguntándose que era esa sensación que tenía en su pecho, al principio había creído que era su admiración por la escritora y sus cuentos, como buen fanático a veces tenía ganas de hacerle preguntas sobre sus historias, pero ahora pensaba en todo lo que sabía sobre ella y eso le provocaba un hormigueo en el estómago y algunas punzadas en su corazón, movió las alas un par de veces pensativo, cuando Francisca abrió los ojos, de inmediato Herneval se metió bajo la cama con temor de haber sido visto, sobre toda aquella pila de libros y tomándose de la parte de arriba para pegarse al colchón, mientras, Francisca parecía mirar a todos lados desconcertada como si el sentirse observada la hubiera despertado, luego ella misma dijo en voz alta.

-Debió ser un susto travieso.

Y Herneval se mordió los labios para aguantarse la risa, pero tan solo vió los pies de ella dirigirse hacia su baño, Herneval se escabullo por el lado contrario para salir de ahí, no quería interrumpir la privacidad de la chica cuando se arreglaba por la mañana, se decía a sí mismo que tenía sus límites, de todas formas, era hora de volver a su reino.

Un susto por persona Donde viven las historias. Descúbrelo ahora