Capítulo 2: La llave del alma

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Hay quienes dicen que la llave del alma es la mirada, al fin y al cabo, es ella la que nos hace decidir de quien nos enamoramos. Es ella la que le abre la puerta al mundo a nuestro corazón. Solo a ella le toman 7 segundos saber si algo nos gusta. 

Tic-tac, Tic-tac

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Tic-tac, Tic-tac

El tictac de un oxidado reloj la despertó;

Siempre había sido madrugadora, no le costaba levantarse. Ya fueran las seis o las siete de la mañana, siempre se levantaba con ánimo. No obstante, ese día se le hizo muy difícil, le dolía la cabeza como si hubiera estado de fiesta todo el fin de semana. Aunque tampoco es que eso fuera mentira, la fiesta del otro día le dejó marca.

Sintió que los ojos le pesaban demasiado y le costó abrirlos, lentamente la imagen se formó ante ella. Como cualquier mañana al despertar, se veía poco nítida y necesitó parpadear varias veces hasta que pudo divisar aquello que le rodeaba. La imagen difuminada de dos pares de pies se postraba delante suyo, pero, no estaban parados de pie, sino... ¿cruzados? como si estuvieran... ¿atados?

¿Acaso estoy en una especie de sueño lúcido?– preguntó hacia sus adentros.

No era la primera vez que sentía que estaba viva en uno de sus sueños. Le vino a la mente aquella terrible noche en la que se levantó de un salto gritando porque había soñado que moría cayendo al vacío o, aquella otra en la que una bala perdida le atravesaba el corazón en un abrir y cerrar de ojos sin poder evitarlo. La mente es muy poderosa y, a veces, lograba crear las imágenes más aterradoras que uno nunca podía llegar imaginar pues, estas eran olvidadas y uno solo se quedaba con la desagradable sensación de haber muerto. Eso era lo que más miedo le daba, su mente, el poder que tenía sobre ella y como con solo unas imágenes inventadas podía destruirse a sí misma.

Parpadeó de nuevo logrando así que la imagen se volviera menos borrosa. Aquella sensación era muy desagradable y tenía la necesidad de levantar la vista en busca de luz, como las polillas. Por desgracia, esta fue cegadora y le impidió ver lo que había a su alrededor. La cabeza empezó a darle vueltas y todo se volvió de un blanco nuclear. Se había mareado. La cabeza le dolía demasiado como para haber salido de fiesta, tal vez le habían echado algo en la bebida y ahora le estaba pasando factura, entre lo borroso y la intensa luz, temió desmayarse.

Hizo un intento de acostumbrarse a la luminosa habitación, en donde una frágil bombilla colgaba e iluminaba la estancia con bastante intensidad. No pudo ver bien así que, cerró los ojos y los volvió a abrir en un intento de mejorar su visión. Al hacerlo, su cabello cayó sobre su rostro e imposibilitó todavía más su visión. Hizo el amago de levantar las manos para quitarse el cabello de la cara, pero, algo se las retuvo a la espalda provocándole punzadas de dolor a lo largo de toda la musculatura del brazo derecho.

–¡AUCH!–susurró .

La joven notó como sus manos al igual que sus pies se encontraban atados. Unas cintas de plástico rodeaban sus pies marcando una gruesa línea rojiza.

El Caso MünchbergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora