Hay algo en las grandes ciudades cuándo se hace de noche. No sé qué es, pero me resultan jodidamente hipnóticas. Miles de luces las iluminan, sus grandes edificios pierden sus siluetas y se convierten en estrellas, las estrellas de nuestra generación. Hace cien años, los jóvenes perseguían manchas blancas en el cielo, hacían promesas de amor debajo de ellas. Pero nosotros perseguimos otro tipo de estrellas. Luces tan brillantes que te ciegan. Sueños de ambición y metal. Nos hemos vuelto tan fríos... ocultos detrás de las pantallas de nuestros smartphones, vagando por paraísos artificiales en forma de megabytes.
Me acomodo en el asiento y miro a través de las ventanas de nuestro nuevo coche familiar, cortesía del nuevo y bien pagado empleo de mi padre. Desde luego, debe de estar muy bien pagado si podemos permitirnos un coche de esta categoría. Y para tener que mudarnos a 168km de donde vivíamos, claro.
Madrid me regala un espectáculo de luces tan impresionantes como aquellos de las que os he hablado al principio. Los coches, los edificios, el ruido, la gente... Puede sentirlo todo desde aquí, os lo juro. Puedo oler el aire, y sé que debería considerarme afortunado de respirar esta gran masa de hidrocarburos por la que otros han cruzado mares en condiciones no precisamente favorables. Puede que penséis que soy un imbécil por no ver todo lo que Madrid puede ofrecerme a mí, a mis 15 años, pero es que en estos momentos solo soy capaz de ver todo lo que esta ciudad me quita.
Pero no os voy a mentir, aunque me de rabia admitirlo, me siento ilusionado. En mi ciudad (exciudad) no es que viviese muy feliz que se diga. No os aburriré, simplemente os diré que no era precisamente popular, por no decir que no tenía ningún amigo de verdad, y que recibí más de un golpe, tanto emocional como físico. Sin embargo, esto nunca se lo cuento a nadie porque no quiero despertar compasión barata. ¿Sábeis que odio más que al bullying en si mismo? Las personas que lo han sufrido y no son capaces de pasar página. Si, ya me has contado esa ocasión en la que te metieron la cabeza en el váter y tu pelo parecía una lavadora centrifugando, ¿podemos cambiar de tema antes de que vomite la cena?
Estamos entrando en la ciudad, hace un rato que perdí de vista las titánicas torres Kyo para sumergirme en los variados edificios de la periferia de la ciudad, en dirección al centro. Un coche de alta gama como este no puede dormir en Vallecas, hombre por dios. Nos dirigimos a un nuevo bloque de apartamentos a dos minutos de los Jardines del Palacio Real y a cinco de la Gran Vía. A pie. Lo que viene siendo el centro de la ciudad.
Rotonda arriba, rotonda abajo, el GPS nos va guiando a lo que será nuestro nuevo hogar. Y yo sigo apoltronado en el sillón, mirando por la ventanilla, fingiendo un enfado que por dentro no siento y registrando el espectáculo que esta ciudad me ofrece. Es enorme. Me fuerzo a no mostrar ni un solo símbolo de aprobación. Ellos tienen que ser conscientes de que sigo enfadado. Muy enfadado. Enfadado por no haberme avisado de que nos íbamos a mudar a Madrid hasta que faltaba un mes, por no haberme hecho partícipe de la decisión, para variar.
-Leo... - mi madre me mira fijamente a través del espejo central del coche- Leo.
La ignoro.
-Leo, por favor, no hagas que tenga que levantar la voz- Repite mi madre, pero su voz tiembla al final de la frase, haciéndola parecer débil. Es débil, pienso.
-¿Qué?- respondo de la forma más arisca posible. Da igual como realmente me sienta por dentro, para el resto del mundo Leonardo Quirós sigue enfadado con sus padres y con la vida en general.
-Sabes que no tenemos la culpa de tener que mudarnos, no puedes ser tan egoísta. No piensas en lo que supone ese ascenso para la vida laboral de tu padre. Para nuestra vida familiar. – dice mi madre, y gimotea un poco al no obtener respuesta.
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Por una vez
Teen FictionLa vida puede ser complicada, y no siempre tenemos claro si el siguiente paso que daremos será en vano o en falso. Román vive en la permanente insatisfacción, y al final de todos los días se ve acorralado por la sensación de estar desperdiciando su...