Antes del mediodía Philip y Krantz habían embarcado,haciéndose a la vela en la piragua. No tuvieron dificultades en mantener el curso, pues las islasdurante el día y las claras estrellas por la noche eran su brújula.Cierto que no siguieron la ruta más directa, pero si la mássegura, aprovechando las aguas calmadas y más bien ganandoterreno hacia el norte que hacia el oeste. En muchas ocasioneslos persiguieron los praos malayos que infestaban las islas, perohallaron seguridad en la rapidez de su breve embarcación; adecir verdad, y hablando de lo que ocurría en general, lospiratas abandonaban la caza en cuanto notaban la pequeñez delvelero, pues suponían obtener de él muy poco o ningún botín. Una mañana, mientras navegaban entre las islas con menosviento del acostumbrado, Philip observó: —Krantz, dijiste que en tu vida, o en relación con ella, hubosucesos que corroboran el misterioso relato que te confié. ¿Nome dirás a qué te referías?
—Desde luego que sí —respondió Krantz—. A menudo penséhacerlo, pero una u otra circunstancia me lo ha impedido hastaahora. Sin embargo, ésta es una buena oportunidad. Por tanto,prepárate a escuchar una historia extraña, quizás tan extrañacomo la tuya. Doy por hecho —agregó Krantz— que has oídohablar de las montañas Hartz. —Nunca oí hablar de ellas, que recuerde —respondióPhilip— pero sí leí sobre ellas en algún libro, y de las extrañascosas allí ocurridas. —En verdad que es una región salvaje —comentó Krantz—, yse cuentan de ella muchos casos extraños; pero por extrañosque sean, tengo buenas razones para suponerlos ciertos. Mi padre no nació en las montañas Hartz, ni fue en unprincipio habitante de ellas; era siervo de un noble húngaro quetenía grandes posesiones en Transilvania; ahora bien, aunquesiervo, de ninguna manera era mi padre un hombre pobre oanalfabeta. Por el contrario, tenía riquezas, siendo tales suinteligencia y su respetabilidad, que el amo lo había elevado alcargo de administrador. Pero quien siervo nace siervopermanece, aunque acumule riquezas: ésa era la condición demi padre. Llevaba casado unos cinco años, y de aquelmatrimonio nacieron tres hijos, mi hermano mayor César, yomismo (Herman) y una hermana llamada Marcela. Como biensabes, Philip, el latín sigue siendo la lengua que se habla enaquel país, lo que explica la sonoridad de nuestros nombres.Era mi madre una mujer muy bella, por desgracia más bella quevirtuosa. Viola y admiróla el señor de aquellas tierras, quien envió a mi padre en alguna misión. Durante su ausencia mimadre, halagada por las atenciones y conquistada por laasiduidad del noble, cedió a los deseos de éste. Sucedió que mipadre volvió antes de lo esperado y descubrió la intriga. Nohabía dudas del vergonzoso acto de mi madre ¡pues lasorprendió en compañía de su seductor! Llevado por laimpetuosidad de sus sentimientos, mi padre esperó laoportunidad de un nuevo encuentro entre aquéllos, y asesinó ala esposa y al amante. Consciente de que, como siervo, nisiquiera la ofensa recibida iba a servirle para justificar suconducta, con toda rapidez reunió cuánto dinero pudo y, porencontrarnos entonces en lo más duro del invierno, ató suscaballos al trineo, tomó a sus hijos y partió mediada la noche; seencontraba muy lejos cuando se supo del trágico suceso. Segurode que lo perseguirían y de que ninguna oportunidad tendríade escapar, ni de permanecer en alguna parte de su país nativo(donde podían echarle mano las autoridades), mantuvo suhuída sin descanso ninguno hasta enterrarse en los vericuetos yel aislamiento de las montañas Hartz. Desde luego, todo lo quete he dicho lo supe después. Mis recuerdos más antiguos estánunidos a una cabaña tosca, pero cómoda, donde viví con mipadre y mis hermanos. Estaba en los confines de uno de esosvastos bosques que cubren la parte norte de Alemania; teníaalrededor unos cuantos acres de terreno despejado que mipadre cultivaba durante los meses de verano y que, si biendaban una cosecha magra, bastaban para nuestromantenimiento. En el invierno pasábamos mucho del tiempopuertas adentro, pues quedábamos solos mientras mi padre ibade caza, y en esa estación los lobos merodeaban sin cesar. Mi padre había comprado la cabaña y el terreno circundante deuno de aquellos rudos montañeses, quienes se ganaban la vidaen parte cazando y en parte fabricando carbón, cuyo propósitoera separar el mineral obtenido de unas minas cercanas; distabaunas dos millas de todo sitio habitado. Puedo en este momentotraer a mi mente aquel paisaje; los altos pinos que montañaarriba se levantaban por encima de nosotros, la ampliaextensión del bosque a nuestros pies, las copas y las ramassuperiores de cuyos árboles mirábamos desde nuestra cabaña,según la montaña descendía rápidamente hasta el valledistante. En verano la perspectiva era muy bella, pero en elsevero invierno era difícil imaginar un escenario más desolado. Dije que, en invierno, mi padre se ocupaba en la caza. Todoslos días nos dejaba, y a menudo atrancaba la puerta, de modoque no pudiéramos abandonar la cabaña. Nadie tenía que loayudara o cuidara de nosotros; de hecho, nada fácil eraencontrar una sirvienta que aceptara vivir en aquella soledad.Pero incluso de haber encontrado alguna, mi padre no la habríaaceptado, pues lo marcaba un horror hacia tal sexo, como loprobaba claramente la diferencia de trato hacia nosotros, susdos hijos, y hacia mi pobre hermana Marcela. Has de suponerque nos descuidaba tristemente; en verdad, mucho sufríamos,pues mi padre, temeroso de que algún daño pudiera ocurrirnos,ningún combustible nos dejaba cuando partía de la cabaña, ypor tanto, estábamos obligados a enterrarnos bajo un montónde pieles de oso, y allí mantenernos tan abrigados como eraposible hasta su regreso al anochecer, cuando un fuegopoderoso nos deleitaba. Quizás parezca extraño que mi padre eligiera ese tipo de vida, pero lo cierto es que le resultabaimposible estar tranquilo; fuera el remordimiento por el crimencometido, la miseria derivada de su cambio de situación oambos combinados, nunca sentía felicidad a menos de estaractivo. Pero los niños, cuando tanto se los deja a la soledad,desarrollan una capacidad de reflexión desusada a sus años.Así ocurrió con nosotros. Durante los cortos días de inviernonos sentábamos silenciosos, nostálgicos de las felices horascuando la nieve se derrite y las hojas brotan, cuando las avescomienzan a cantar y nosotros recobrábamos la libertad. Tal fue el peculiar tipo de vida llevado hasta que mi hermanoCésar cumplió nueve años, siete yo y cinco mi hermana,momento en el cual ocurrieron las circunstancias que sirven debase al relato extraordinario que estoy por contarte. Un anochecer mi padre regresó a casa más tarde de loacostumbrado; ninguna fortuna había tenido y, siendo muysevero el tiempo y habiendo sobre la tierra muchos pies denieve, no sólo tenía mucho frío, sino que venía de muy malhumor. Había traído leña, y nosotros tres ayudábamos congusto a soplar sobre las ascuas para levantar un buen fuegocuando tomó a la pobre Marcela por un brazo y la apartó de unempellón; la pequeña, al caer, se golpeó la boca y sangróprofusamente. Mi hermano corrió a levantarla. Acostumbradaal mal trato, temerosa de mi padre, no se atrevió a llorar, pero sílo miraba al rostro con suma lástima. Mi padre, tras acercar subanquillo al hogar, murmuró algo criticando a las mujeres, y seocupó en mantener el fuego, que tanto mi hermano como yodescuidáramos al ver el trato cruel dado a nuestra hermana. Llamas alegres fueron el pronto resultado de sus esfuerzos,pero, en contra de lo acostumbrado, no rodeamos aquel fuego.Marcela, sangrando aún, se apartó a un rincón y al lado de ellanos sentamos mi hermano y yo, mientras mi padre, lúgubre ysolitario, se inclinaba sobre la fogata. Media hora llevábamos enaquella posición cuando el aullido de un lobo, cercano a laventana, llegó a nuestros oídos. Sobresaltado, mi padre tomó suescopeta; repitióse el aullido; tras examinar el cebo, saliópresuroso de la cabaña, cerrando la puerta tras sí. Esperamos(con oír ansioso), pues pensábamos que si lograba matar allobo, regresaría de mejor humor; y aunque era duro connosotros, en especial con mi hermanita, lo amábamos, ygustábamos de verlo alegre y feliz, pues ¿a qué otra cosapodíamos aspirar? Y bien puedo comentar aquí que jamás hubotres niños que más se quisieran; a diferencia de otros, nopeleábamos ni discutíamos; y si, de casualidad, surgía algúndesacuerdo entre mi hermano y yo, la pequeña Marcela corríahasta nosotros y, con besos y ruegos, sellaba entre nosotros lapaz. Marcela era una chiquilla cariñosa y amable e incluso mees fácil recordar sus bellos rasgos. ¡Ay, pobre Marcela! —¿Está muerta entonces? —preguntó Philip. —¡Muerta! ¡Sí, lo está! Pero ¿cómo murió? Mas no deboanticiparme, Philip. Déjame seguir con mi relato. Esperamos un tiempo, pero no llegó a nosotros disparoalguno de la escopeta y mi hermano dijo: "Nuestro padre va enpersecución del lobo y no volverá por un rato. Marcela, limpiemos la sangre de tu boca, dejemos este rincón ycalentémonos al fuego." Así lo hicimos, y de esta manera esperamos hasta cerca de lamedia noche, preguntándonos a cada momento, segúntranscurría el tiempo, por qué no regresaba nuestro padre. Nocreíamos que estuviera en peligro, pero sí pensamos que debióhaber perseguido al lobo por un largo trecho. "Me asomaré aver si padre vuelve", dijo mi hermano César yendo a la puerta."Cuídate", pidió Marcela, "que los lobos deben andar cerca y nopodemos matarlos, hermano". César abrió la puerta con muchacautela y sólo unas cuantas pulgadas; miró fuera. "Nada veo",dijo al cabo de un tiempo y se nos unió junto al fuego. "Nohemos cenado", comenté, pues mi padre solía cocinar la carne alvolver a casa, y durante sus ausencias no teníamos sino losrestos del día anterior. —Y si nuestro padre vuelve a casa tras la cacería, César—agregó Marcela—, le agradará tener algo que comer;cocinemos para él y para nosotros. César subió al banquillo y descolgó un trozo de carne, norecuerdo si de venado o de oso; cortamos la cantidad usual yprocedimos a aderezarla, tal como lo hacíamos guiados pornuestro padre. Ocupados estábamos poniéndola en la fuenteante el fuego, esperando su llegada, cuando oímos el sonido deun cuerno. Atendimos. Hubo un ruido fuera y un minutodespués entró mi padre, acompañado de una joven y de unhombre alto y moreno vestido de cazador. Quizás deba relatar aquí lo que vine a saber muchos añosmás tarde. Al salir mi padre de la cabaña, percibió a unostreinta metros una gran loba blanca. En cuanto el animal vio ami padre, retrocedió lentamente, gruñendo y amenazando. Mipadre lo siguió. El animal no corría, sino que se manteníasiempre a cierta distancia. A mi padre no le gustaba dispararmientras no estuviera seguro de que la bala cumpliera sumisión; así continuaron por un tiempo, la loba dejándolo enocasiones muy atrás, para luego detenerse y desafiarlo congruñidos, volviendo luego a alejarse con rapidez cuando lo veíaacercarse. Ansioso de matar al animal (ya que es muy raro encontrar unlobo blanco), mi padre mantuvo la persecución por variashoras, tiempo durante el cual ascendió por la montañacontinuamente. Debes saber, Philip, que en esas montañas hay lugaresextraños, a los que se supone y, como mi relato lo probará, contoda razón, habitados por influencias malignas; son lugaresmuy conocidos por los cazadores, que invariablemente losevitan. Pues bien, uno de esos lugares, un espacio abierto en elbosque de pinos que estaba arriba de nuestra cabaña, le habíasido señalado a mi padre como peligroso en razón de loexpresado. No sé si descreía aquellas historias extravagantes osi, impulsado por la excitante persecución de la caza, las hizo delado, pero lo cierto es que la loba blanca lo condujo hasta aquelespacio abierto, y ahí pareció disminuir su velocidad. Mi padrese acercó, quedó muy próximo a la bestia y se llevó la escopetaal hombro; estaba por disparar cuando la loba desapareció de pronto. Pensando que la nieve lo había engañado, bajó el armapara buscar al animal, pero éste no apareció. Incapaz era mipadre de comprender cómo pudo escapar la loba de aquel clarosin que él la viera. Mortificado por el fracaso sufrido en aquellacaza estaba por volver sobre sus pasos cuando escuchó eldistante sonido de un cuerno. El pasmo sentido ante aquelsonido, a tal hora, en tal espesura le hizo olvidar por unmomento su decepción, y quedó clavado en el lugar. Al minutose escuchó el cuerno una segunda vez, a menor distancia.Inmóvil permaneció mi padre, escuchando. Hubo un tercertoque. He olvidado el término empleado para expresarlo, peroera la señal que, bien lo sabía mi padre, indicaba que alguien seencontraba perdido en el bosque. En unos cuantos minutos vioque entraba en el claro un hombre a caballo, con una mujer enla grupa, que se dirigía a él al paso. En un principio en la mentede mi padre vinieron los extraños relatos que había escuchadoacerca de los seres sobrenaturales que, según se decía,frecuentaban aquellas montañas. Pero el ver de cerca a quienesvenían, lo convenció de que eran tan mortales como él. Encuanto estuvieron a su lado, el hombre que guiaba el caballo lehabló. "Amigo cazador, para fortuna nuestra anda tarde poraquí. De lejos venimos cabalgando, y tememos por nuestrasvidas, ya que se nos busca con afán. Estas montañas nospermitieron eludir a nuestros perseguidores, pero si nohallamos refugio y alimento, de poco nos valdrá, pueshabremos de perecer de hambre y debido a las inclemencias dela noche. Mi hija, que a mis espaldas viene, está más muertaque viva. ¿No podría ayudarnos en nuestras dificultades?" —Mi cabaña se encuentra a unas millas de distancia—respondió mi padre—. Poco tengo que ofrecer, exceptorefugio del tiempo. Bienvenidos son a lo poco que poseo.¿Puedo preguntar de dónde vienen? —No es ya ningún secreto, amigo. Escapamos deTransilvania, donde el honor de mi hija y mi vida seencontraban por igual en peligro. Bastó aquella información para despertar el interés en elcorazón de mi padre, quien recordó su propia huida. Recordótambién el perdido honor de la esposa y la tragedia con la cualiba unido. De inmediato, y lleno de cordialidad, les ofreció todaayuda que pudiera darles. —Entonces, amable caballero, no hay tiempo que perder—observó el jinete—. Mi hija está congelada por el frío, y nopodrá resistir mucho más la severidad del tiempo. —Síganme —contestó mi padre, conduciéndolos hacia suhogar—. Me trajo hasta aquí la persecución de una gran lobablanca —comentó luego—, que vino a la ventana misma de micabaña; de otra manera, no hubiera salido a esta hora de lanoche. —Esa criatura pasó a nuestro lado justo cuando salíamos delbosque.....
CONTINUARA..
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Mujer Loba
AdventureRecrea el tema del hombre lobo en una narración de los montes Hartz, donde un padre se traslada con sus tres hijos a un bosque lejano, huyendo del asesinato de su esposa, a quien ha matado por infidelidad. El inconsciente de culpa y una aversión a l...