Probablemente, Madre había sido coqueta en su juventud. Se notaba que alguna vez había tenido una gran figura, con una cintura esbelta y miembros delgados. Su cabello negro satinado, largo y exuberante, cubría su espalda como una pieza de raso. Cuando aparecía una sonrisa en su tez blanca de bebé, las comisuras de su boca se curvaban hacia arriba, dándole una mirada infantil, que recordaba a una niña pequeña que nunca había crecido. Pero sus ojos, tan grandes, tan profundos, tan oscuros, siempre tenían el aspecto de un cervatillo asustado, llenos de indecisión y temor mientras miraban de un lado a otro para esconderse. De vez en cuando, su frente se arrugaba repentinamente y sus ojos parecían bolas de fuego ardiendo en su rostro, como si su corazón hubiera sido encendido por el rencor ardiente.
Madre apenas llegaba al hombro a Padre, y cuando salían a pasear juntos él se mantenía erguido, como un soldado en un desfile, marchando con orgullo, en tanto ella por detrás le seguía, tratando de mantener el paso mientras miraba temerosa de un lado a otro. Los dos, un hombre viejo, abatido y corpulento con el pelo canoso, y siguiéndole, una mujercita asustadiza con cara de bebé, formaban la pareja más incongruente del callejón, un cuadro formado por un marido viejo y una mujer joven, que impresionaba a los transeúntes cuando caminaban juntos.
A pesar de todo, Padre sin duda había querido con todo su corazón a mi madre, pero no lo podrías imaginar por cómo se comportaba de bruto con ella. Una vez, Madre estaba bromeando con un joven verdulero en la puerta, lo golpeó juguetonamente en su pecho desnudo con un nabo, y él respondió pellizcándola en la parte superior del brazo. Padre lo vio todo por casualidad, y cuando estuvieron a solas en casa, sin decir una palabra, sacó una caña de junco de detrás de la puerta y, haciéndola silbar, le propinó a Madre tres latigazos salvajes con ella en la espalda.
Madre cayó al suelo y se acurrucó hecha una bolita, sus hombros y pantorrillas blancas se agitaban incontrolablemente. La forma en que yacía allí me recordó a una gallina que habíamos matado para Año Nuevo; tirada en el suelo con la garganta cortada y pateando el aire frenéticamente, atormentada por espasmos, luchaba por mantenerse con vida mientras sus plumas blancas se volvían rojas lentamente por la sangre fresca que chorreaba. Madre no lloró mientras estaba en el suelo, ni gritó. Su rostro estaba pálido, pero mantuvo la boca cerrada con fuerza mientras lo miraba. Sus grandes ojos estaban vueltos hacia mi padre y parecían estar a punto de salirse de sus órbitas. Al día siguiente no se levantó de la cama. Y cuando Padre regresó a casa por la tarde, colocó una caja envuelta en papel de flores junto a su almohada, luego se dio la vuelta y salió rápidamente de la habitación. Dentro de la caja había un vestido nuevo hecho de fino algodón verde con un estampado de peonías. Madre se levantó de la cama, se puso el vestido nuevo, se acercó al espejo y se miró de arriba a abajo. Pero detrás, dos ronchas del tamaño de un dedo, justo en la base del cuello, le atravesaban su espalda, rojas e hinchadas como un par de serpientes arrastrándose por su piel clara.
Un buen día, cuando yo tenía ocho años, Madre desapareció sin dejar rastro. Se llevó toda su ropa, incluido el vestido de peonías que Padre le había comprado. Se había escapado con un trompetista de la 'Compañía de Danza de los Tesoros de Oriente'. Se unió a la compañía y actuó con ellos por toda la isla. Los miembros de la compañía se habían instalado en un dormitorio de la calle Changchun, donde Madre iba con regularidad a recoger su ropa sucia para lavarla. Una vez, cuando pasaba frente al dormitorio, la vi adentro, mezclada con los miembros de la tropa, cantando con ellos. El joven músico, que apenas tenía veintitantos años, vestía una librea [14] carmesí con dos hileras de botones dorados en la parte delantera y rayas doradas en los anchos puños de las mangas. Su gorra blanca con ribetes dorados descansaba sobre su cabeza en un ángulo alegre que dejaba escapar una brillante cabellera negra. Sostenía una trompeta de bronce brillante con ambas manos, tocándola con tanto entusiasmo que arqueaba la espalda. Madre estaba de pie con un grupo de mujeres de la compañía que se estaban divirtiendo cantando 'Cuando sopla la brisa primaveral'. Llevaba una gorra de hombre blanca con adornos dorados en el mismo ángulo alegre, y creo que no la había visto nunca tan feliz.
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HIJOS DEL PECADO (Crystal Boys)
Romance---- La primera novela gay asiática moderna ---- Traducción al español de la novela 孽子 ("Nie Zi"). Más conocida por su nombre inglés, Crystal Boys. Autor; Pai Hsien-Yung (白先勇). Año y lugar de publicación; 1983, Taiwán. Contenido: PRELUDIO: DESTIERRO...