Perdiendo la razón

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El tener la consciencia de la cercanía de Sebastián Mendoza, me había estado inquietando sin cesar.

Llevada por un impulso, decidí que necesitaba volver a verlo, a pesar de eso, no encontraba un buen pretexto para acercarme a él a parte de las incontenibles ganas que sentía de estar a su lado, así que, sin pensarlo más, me dirigí a su oficina, era momento de comprobar si contaba con la inmunidad que me había asegurado.

Pregunté a los canes si se encontraba con alguien, Rebeca me dijo en tono seco que no, así que llamé a la puerta y sin esperar respuesta, entré.

Tenía la vista clavada en unos documentos sobre su escritorio, al percatarse de mi presencia, levantó la vista y con una hermosa sonrisa, su mirada se hundió en lo más profundo de mi ser.

No tenía una idea clara para explicar mi presencia en aquel lugar así que ante la pregunta de qué era lo que me había llevado hasta ahí, solté lo único que daba vueltas por mi cabeza sin parar.

—No dejo de pensar en usted, desde nuestro primer encuentro, llevo su imagen hasta en mis sueños, he tratado de ocultarlo, me he obligado a callar, y ya no puedo más, debe saber que estoy enamorada de usted de manera irremediable.

Sebastián se levantó de un salto, y jamás olvidaré la cara que puso, fue como si hubiera recibido la peor de las ofensas.

—¡Por Dios, Jocelyn! —exclamó escandalizado— debes haber perdido la razón. Estoy seguro que estas muy confundida.

—No estoy confundida, sé a la perfección lo que siento y puede estar seguro que desde la primera vez que lo vi, yo...

—Jocelyn, ¡No es posible que vengas hasta aquí a exponerme eso! no tienes idea de lo que dices —exclamó llevándose las manos a la cabeza a la vez que se metía los dedos entre el cabello— eres una niña y tu inmadurez te hace decir tonterías, puedo comprender que has cometido un exceso y todo esto es obra de un impulso infantil.

—Sé muy bien lo que digo —alegué frunciendo el entrecejo— yo le aseguro...

Intenté explicarme, no obstante, no había manera que me dejara hablar, Sebastián estaba escandalizado.

—Tengo que pedirte que salgas de aquí, si permito que sigas hablando, sé que me odiarás, no soy un hombre de quien se supone debas enamorarte, no es esa la forma en la que debes verme.

—¡Lo estoy! —exclamé segura.

—Jocelyn, sé que Mauricio Estrada y tu son novios, él es un chico que en verdad te conviene, es él a quien debes amar, es joven, de buena familia y créeme, no podrías encontrar a alguien mejor que él. Considero que no estás pensando con claridad.

No podía creer que eso estuviera sucediendo, me armaba de valor para confesarle lo que sentía y por mayor respuesta, me mandaba a los brazos de Mauricio.

—Lo lamento —dije apenada— no sé cómo pude imaginar que un hombre como usted, se fijaría en una chica como yo.

—¡Por Dios! ¿Qué dices, una chica como tú? Joven, hermosa, llena de vida y con un futuro por delante.

—Si en verdad piensa eso ¿por qué le molesta tanto que le haya confesado que estoy enamorada de usted?

—Jocelyn, te suplico que no repitas eso nunca más, te aseguro que es algo fuera de lugar, en verdad creo que debes irte.

No sabía en qué momento había pensado que Don Sebastián podía corresponderme y tomar de la mejor manera lo que le había confesado.

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El hombre del parque (Primera Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora