VELVET QUEEN

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Se despertó antes de que los primeros rayos de sol dieran los buenos días. Observó la oscura habitación y dejó escapar un ligero gimoteo. Su cabeza dolió y se acurrucó contra el mullido colchón; sin embargo, la punzada que recorrió su occipital derecho lo hizo clamar por un poco de piedad a su mañanera enfermedad. Se recostó contra el respaldo de la cama y acarició su nuca, en un intento por disminuir el malestar, pero no funcionó. Al parecer, la imprevista pijamada, lo hizo olvidar que debía tomar su medicamento correspondiente antes de dormir y, ahora, las consecuencias estaban manifestándose en un dolor insoportable. Necesitaba regresar a casa para no alargar más el desfase de la medicación; así que, se puso de pie y buscó su ropa a través de la poca iluminación, la encontró sobre la mesa de noche y procedió a cambiarse.

Cuando estuvo listo, cerró la puerta de la recámara con total cuidado y dio pequeños pasos silenciosos a través del pasillo, para no despertar a Jeno. Llegó a la sala, en donde se encontró con Seol durmiendo boca arriba. Sonrió, enternecido, y se acercó hacia ella mientras le dejaba un minucioso beso en la frente. La gatita ni se inmutó y, en cambio, se dio la vuelta para seguir en el mundo de los sueños. Soltó una ligera risita y le susurró: «Cuida bien de Jeno, Seol».

Antes de irse, buscó papel y pluma, pero sólo encontró un desgastado recibo de compras y un plumín; así que, sin más, se dispuso a escribir. Al terminar, dejó la nota en el comedor y se aseguró que fuera visible a simple vista. Procedió a caminar hacia la puerta y se puso los zapatos que había dejado en la entrada. Cuando tomó el picaporte su mano tembló y la tristeza lo invadió, porque, por primera vez después de mucho tiempo, se había sentido cómodo y feliz, pero sabía que debía regresar a lo que él llamaba "casa", si es que se le podía decir así a un despotricado apartamento de cuatro por cuatro.

Regresó la vista hacia la sala de estar y, con un rostro que denotaba añoranza, abrió la puerta y la cerró tras de sí.

«Gracias, Jeno».

🌻

La alarma matutina sonó con desespero. Dejó escapar un quejido y la apagó. En menos de un minuto, se quedó dormido nuevamente, pero aquella irritante melodía volvió a escucharse a través de sus oídos y, pateando las cobijas, se levantó de su acogedora cama.

Todavía adormilado, salió de la habitación y talló sus ojos para obtener una mejor visión. En su estado de trance, recordó a Haechan y sonrió. Se dirigió hacia la habitación de huéspedes y tocó suavemente la puerta. Al no escuchar respuesta alguna, creyó que, quizá, el florista seguía durmiendo y lo dejó descansar mientras se alistaba para un nuevo día en el trabajo.

Cuando se alistó, procedió a hacer el desayuno, con la esperanza de que a Haechan le gustaran los panqueques. Puso todo lo necesario en la isla, para disfrutar de una rica merienda, no sin antes asegurarse de también proporcionarle su debido alimento a Seol. Esperó cerca de veinte minutos con la mesa lista; sin embargo, no había presencia del lindo chico. Así que, decidió volver a tocar en la habitación. De nuevo, no obtuvo respuesta; así que, lentamente, abrió la puerta, pero no había nadie. Revisó el baño, la terraza y algunas otras habitaciones, pero no encontró señal alguna del bonito chico. Se sintió desolado. Haechan se había ido y ni siquiera tuvo un momento para hablar con él o darle los buenos días.

Regresó a la cocina, desanimado, y comenzó a comer sin gran apetito. Incluso compartió un poco con Seol, quien había subido a su regazo y se acurrucó contra él, como si estuviera dándole algún tipo de soporte emocional. Cuando hubo terminado, se dispuso a lavar los platos sucios; no obstante, su mirada se percató de algo sobre el comedor, así que se dirigió a él con una expresión de curiosidad.

Había un plumín y lo que parecía un recibo, el cual tomó entre sus manos:

«¡Buenos días, Jeno!

EL CHICO GIRASOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora