Capítulo 4: La muerte más allá de la vida

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El amor más puro nacerá de los corazones rotos porque amarán como nunca les amaron a ellos.

Katherina cerró de golpe el libro que tenía sobre sus manos, prefería no hablar más y centrarse en buscar alguna pista entre las pertenencias de su secuestrador

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Katherina cerró de golpe el libro que tenía sobre sus manos, prefería no hablar más y centrarse en buscar alguna pista entre las pertenencias de su secuestrador. La cantidad de libros de aquella estantería era impresionante y de temas muy diversos: clásicos, contemporáneos, modernos e incluso futuristas, y con autores muy conocidos y otros con los que ni siquiera se atrevía a pronunciar su nombre. No le cabía duda de que aquella era una hermosa y sensual colección; era muy atrayente, libros de todos los temas, de todos los colores. Alguien había invertido una gran cantidad de tiempo y dinero en formar aquella colección y, sin embargo, la habían aparcado en lo que creyeron que era un sótano a llenarse de polvo.

¿A quién hay que matar para conseguir una así? - Se dijo a sí misma, pero, se arrepintió nada más hacerlo. Podría acabar muerta y no era agradable fantasear con esos temas, en cualquier momento su corazón dejaría de latir y le tocaría ser juzgada. Aquello, sin duda, era lo que más le aterraba en el mundo.

Al contrario de lo que pensaban los demás, Katherina sabía que su secuestro habría pasado en algún momento; tal vez no justo esa semanas, pero, si no era hoy, sería mañana. Después de lo sucedido en los últimos días y con sus antecedentes... la carta, el coche e incluso el propio conserje, todo le había inducido a pensar en que la secuestrarían tarde o temprano. Solo esperaba que las otras personas que estaban allí no fueran lo que solían llamar "daños colaterales", no podría soportar la culpa. De todas formas, sería demasiado trabajo para matar a una sola persona.

Se giró disimuladamente fingiendo que revisaba uno de sus libros. Observó a cada uno de sus "daños colaterales", parecían igual de tristes y preocupados que ella, tampoco le extrañaba. Aquella desde luego no era una situación fácil pero el ser humano tiene la capacidad y la habilidad de fingir emociones. Por unos minutos, dudó de que fueran eso, "daños colaterales", debía estar alerta a cualquier comportamiento extraño o si alguien mostraba demasiado interés en su vida. Después de la fiesta...

Oh mierda–masculló hacia sus adentros.

Abrió los ojos con terror, recordaba la fiesta. Estaba segura de que Salvador se pasaría meses recordando lo que había ocurrido cuando cedió a sus súplicas, no, mentira, seguro que la mataría. De todas formas, puede que el que fuera con ellos fuera beneficioso, seguro que se cruzaron con el secuestrador, tenía que ser así. No habrían tenido otra oportunidad para fijar objetivos. Trató de centrarse en los movimientos y gestos de sus compañeros, tal vez los hubiera visto por ahí.

Lilian terminaba de revisar detrás de los cuadros de la pared en busca de alguna caja fuerte o fechas y datos que pudieran estar allí escondidos. Ahora, revisaba las cajas de cartón y su contenido, se movía con rapidez y eficacia, no perdía el tiempo, lo hacía con orden y sin perder los nervios. Vaciaba una caja, hacía una primera evaluación, ordenaba el contenido según tamaño y/o utilidad, y los devolvía a la caja. El único tic nervioso que observó fue que no dejaba de colocarse el pelo detrás de la oreja, eso era fácil de detectar. Pero, no recordaba a nadie así en la fiesta.

El Caso MünchbergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora