Marchita Primavera

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Alguien dijo una vez que si encontrabas un diente de león, lo soplabas y todas sus semillas emprendían su viaje sin que quedase ninguna en el tallo, podías pedir un deseo que luego se haría realidad. Nunca había creído en esas cosas, así que no era como si fuera a creer en ellas ese día.

Me levanté por la mañana y me vestí para ir al hospital. Los cerezos ya habían florecido a esas alturas de la primavera. Caminé bajo la lluvia de pétalos rosados hasta la puerta del gran edificio de un blanco impoluto. Crucé varios pasillos hasta llegar a la habitación en la que estaba mi hermana pequeña de cinco años sentada en la cama, con la sábana cubriéndole las piernas. Al verme, se le iluminó el rostro y sonrió. No había nada que hiciera más feliz a un hermano mayor como yo que ese momento.

          — ¿Has caminado bajo los cerezos?—preguntó emocionada mientras miraba por la ventana y los admiraba.

            —Sí. Me han caído dos pétalos en la cara. Es un fastidio.

            —A mi me gustaría tanto poder ir a verlos también…

Mi hermana pequeña era una niña muy alegre, con muchas ganas de vivir y con muchas cosas que quería hacer, pero tenía una enfermedad en los pulmones y uno lo tenía totalmente destrozado. Si hacía algún esfuerzo podía ahogarse. Yo, en cambio, no tenía ningunas ganas de hacer nada y no tenía ganas de vivir. Muchas veces había querido cambiarme por ella y me había preguntado por qué la vida era tan injusta.

Cada vez que iba a verla, le llevaba algún regalo. A veces un libro, a veces un pastelito, a veces un póster de su banda de pop preferida. Ella siempre que recibía mis regalos me sonreía y me daba las gracias. Ese día le regalé un peluche bastante adorable de un conejo y lo abrazó como si fuera lo más preciado para ella. Me gustaba que me sonriera y me diera las gracias, porque de alguna manera me sentía útil.

            — ¿Sabes? Antes de que mamá se fuera, me dijo que si cogías un diente de león y lo soplabas sin que quedara ninguna semilla, podías conseguir que un deseo tuyo se cumpliera. Me gustaría poder ir a buscar uno y soplarlo con todas mis fuerzas… ¡y entonces pediría un deseo!—exclamó con una ancha sonrisa que se fue desvaneciendo poco a poco— Pero el doctor me ha dicho que no sabe si podré salir a la calle durante todo lo que queda de primavera…

            —No te preocupes. Mañana le preguntaré yo, y si no te deja…—me quedé pensativo— ¡Vendré una noche y te raptaré para que puedas soplar uno!

            — ¿¡En serio!?—se puso muy contenta y yo asentí.

Estuve con ella durante la hora de visitas que me permitía el médico y ella me estuvo contando todo lo que quería pedir. Lo decía con tanta emoción que sonaba fantástico. Cuando me fui, le pregunté al doctor si podríamos salir a dar un paseo dentro de una semana. Él me dijo que si mi hermana mejoraba un poco, nos dejaría.

Durante toda la semana fui al hospital a visitarla y le llevé un montón de regalos para que estuviera feliz y ella me dio las gracias muchas veces. Escuché todas sus ambiciones y todas las cosas que se le habían ocurrido para hacer cuando saliéramos y yo también propuse algunas.

El día anterior a la salida, recibí una llamada del hospital justo cuando me iba a dormir. Mi hermana había empeorado y no podríamos salir mañana. Al menos no legalmente. Lo que hice fue pasar al plan B: no fui a visitarla durante la mañana para que descansara y por la noche la fui a buscar, la cargué tras mi espalda y salimos del hospital. Caminamos hasta el gran parque que había en las afueras del barrio y subí con ella a la colina más alta de éste. Arriba había un gran prado de hierba con un montón de dientes de león. Como estaba bastante alto, las luces de la cuidad lo iluminaban bien y también había un par de farolas, además de la luna llena y las estrellas. Me arrodillé y mi hermana bajó de mi espalda. Observó el paisaje fascinada y luego me miró a mí. Le sonreí y ella se lanzó a mis brazos y me abrazó con fuerza. Le devolví el abrazo y luego la solté.

           —Bueno, hay un montón de dientes de león. Elige el que quieras—le dije acariciándole la cabeza.

            — ¡Cogeré el más grande, ya verás!

Ella empezó a correr por el prado, gritando y riendo, bajo el cielo estrellado. Se paraba de vez en cuando para buscar el diente de león más grande de todos. Cuando ya llevaba cinco minutos corriendo y buscando, se desplomó en el suelo. Me asusté y corrí hacia ella mientras gritaba su nombre como un histérico. Me arrodillé a su lado y apoyé su cabeza en mi mano. Entre las suyas, tenía un diente de león súper grande. Su respiración era agitada y abrió los ojos lentamente.

           —Mira… he encontrado el más grande…— habló entrecortadamente.

            —Sí, es el más grande—asentí con las lágrimas en los ojos— Menos mal que estás bien. Me había asustado, pensaba que te habías ido.

            —Ya sé lo que voy a pedir—me dijo con una débil sonrisa. Su voz se quebró.

Le tomé el pulso en la muñeca y me di cuenta de que cada vez era más lento.

            — ¿Qué pedirás?—le pregunté con las lágrimas ya cayendo por mis mejillas.

            —Quiero que nunca, nunca, nunca… nos separemos— me sonrió otra vez y yo empecé a negar repetidamente con la cabeza. Tomó aire, quizás el último aire que tomaría, y sopló con fuerza al diente de león. 

Las semillas salieron volando, emprendiendo su viaje sobre las luces de la ciudad nocturna. Las lágrimas me empañaban la vista y no podía verlo bien. Cuando volví a mirar a mi hermana, tenía los ojos cerrados. Se me hizo un nudo en la garganta horrible y la abracé todo lo fuerte que pude mientras lloraba sin parar. Entonces, de su mano se deslizó el diente de león. Decían que si todas las semillas salían volando al soplar, el deseo se cumpliría.

Lo cogí con los dedos, lo miré atentamente mientras seguía llorando sin parar y luego lo tiré bien lejos. Había quedado una semilla.

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⏰ Última actualización: Apr 09, 2015 ⏰

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