Capítulo 29: Por algo se empieza.

35 3 0
                                    

Sábado.

Gracias a Dios, Allan no nos ha dejado nada para hoy. Lo habrá hecho para que descansemos un poco.

En un abrir y cerrar de ojos ha pasado casi la semana entera. Esa fantástica u horrible semana, depende de como se mire, en la que nos hemos defendido en Londres sin Allan. Completamente solas.

He de decir que esta pequeña independencia me ha sentado bien. Me ha abierto los ojos de alguna manera. Antes no sabía poner una lavadora, ahora soy capaz de lavar la ropa de las cuatro; no es mucho, pero por algo se empieza.

Escucho el tono de llamada de mi móvil, me levanto y salgo corriendo por el pasillo hasta llegar a mi cuarto.

—¿Sí? —Digo.

—¿Anne? —Quienquiera que sea, tiene la voz más temblorosa que un móvil cuando vibra.

—Esa soy yo, ¿con quién tengo el gusto de hablar?

_Soy... soy Marie. —Dice ella tímida.

—¡Marie! ¡Madre mía! ¡Qué de tiempo! —Intento sonar amigable para quitarle ese nerviosismo.— ¡Ya no recordaba ni tu voz!

—Han pasado muchos años. ¿Tienes planes para hoy?

—Pues no, la verdad. He estado muy ocupada esta semana, ya sabes: reuniones y esas cosas tan aburridas... ¿Quieres que quedemos en algún lugar en especial?

—Conozco una buena cafetería, puedo ir a buscarte yo, si vas sola te perderás. —Parece que ya está menos nerviosa y más segura de sí misma.

—Si no es molestia para ti...

—¡Claro que no lo es! ¿Me paso por tu casa a las cinco?

—Las cinco, sí, me viene de perlas.

—Pues, nos vemos después.

—Sí, tengo muchísimas ganas. Adiós, Marie.

—Adiós. —Dice ella y colgamos el teléfono a la vez.

Salgo de mi habitación y voy hacia el salón, allí Gemma está viendo un tonto y absurdo pero entretenido programa que emiten todos los sábados por la mañana.

—Tengo hambre. —Digo.

—Te ha faltado el "mamá" al final de la frase. —Me mira y sonríe.

—Tengo hambre, mamá.

—Habla con Lucy, sabes que es la única que se maneja en ese ámbito.

Entro en el cuarto de Ruth y Lucy. Allí están las dos haciendo exactamente lo mismo: leer y escuchar música sobre sus correspondientes camas.

—Lu, ¿qué vas a hacer de comer? —Digo después de bajar el volumen de la música que suena por los altavoces del equipo de música de Ruth.

—¿Tienes hambre ya?

—Bastante.

—Pues fríe unos filetes o unos huevos fritos o haz arroz. Haz lo que quieras. —Me manda y vuelve su vista al libro.

—Venga, Lu —alargo la u—, sabes que no sé.

—Pues ya es hora de que aprendas, ¿no crees? —Dice marcando con su dedo índice la última palabra que ha leído antes de que la interrumpiese por segunda vez.

—Está bien.

Salgo de la habitación y entro en el cuarto de baño para lavarme las manos. Tras ésto, me dirijo a la cocina.

—A ver, Anne: —me empiezo a recoger el pelo— lo primero es buscar la sartén. —Busco en un primer mueble, pero nada. Continuo mi búsqueda en el mueble que está al lado del frigorífico, y después en el de abajo del fregadero. Cuando he revisado cada mueble dos veces, lo cual me ha llevado unos siete u ocho minutos, encuentro una sartén de mediano tamaño. La pongo en uno de los cuatro fuegos de la vitrocerámica. Llevo mi dedo índice derecho hasta los botones del aparato.

El Susurro de AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora