Al atravesar el portal, Izuku se sintió como un náufrago que emergía de las profundidades de un océano oscuro. La luz del mundo mortal lo abrazó con calidez, y el aroma familiar de la tierra lo envolvió, trayendo consigo recuerdos de risas, sueños y un hogar que parecía lejano. Todo era tan vibrante, tan lleno de vida, que por un instante, las cadenas invisibles que lo ataban al inframundo se desvanecieron.
Sin embargo, al girar la cabeza hacia Todoroki, quien había cruzado junto a él con una expresión de calma decidida, Izuku sintió que el aire se volvía más denso. La mirada de Todoroki estaba fija en él, y aunque su rostro era un faro de serenidad, en sus ojos brillaba una intensidad que lo hacía sentirse expuesto, como si todas sus inseguridades estuvieran al descubierto.
—¿Listo para ver a tu madre? —preguntó Todoroki, su voz un suave murmullo que contrastaba con la tormenta de emociones en el corazón de Izuku.
Izuku asintió, su pecho apretado por la anticipación y el miedo. Mientras caminaban por la calle que una vez le había sido tan familiar, las memorias lo inundaron como un torrente. Cada rayo de sol que caía sobre su piel, cada risa de los niños que jugaban en el parque cercano, lo acercaba más y más a su antigua vida, una vida que, de repente, parecía tan distante y anhelada.
Finalmente, se detuvieron ante la puerta de su hogar. La casa aún conservaba el mismo color verde pálido, y las flores en el jardín seguían floreciendo, aunque un poco marchitas. Izuku sintió que su corazón se aceleraba mientras se acercaba a la entrada.
—¿Estás seguro? —Todoroki lo miró con una mezcla de interés y advertencia, como si quisiera protegerlo de la tristeza que podría inundarlo al ver lo que había perdido.
—Quiero hacerlo —respondió Izuku, con firmeza. Su deseo de ver a su madre superaba el temor a lo que pudiera descubrir.
Con un ligero temblor, Izuku empujó la puerta y entró. La casa estaba silenciosa, pero el eco de su infancia resonaba en cada rincón. Al fondo, en la cocina, la figura de su madre se movía con familiaridad. Al instante, el aroma del katsudon de su madre llenó el aire, y una oleada de nostalgia lo envolvió.
—¡Mamá! —llamó, su voz temblando con la emoción.
Su madre se giró, y al instante, sus ojos se encontraron. La expresión de sorpresa en su rostro se transformó rápidamente en una mezcla de alegría y confusión. Con pasos rápidos, Izuku se acercó a ella, y en ese instante, el mundo exterior desapareció.
—¡Izuku! —exclamó su madre, abriendo los brazos en un abrazo que lo envolvió con una calidez que había anhelado en su tiempo en el inframundo. —¡Te creí perdido!
Las lágrimas comenzaron a fluir mientras Izuku se aferraba a ella, sintiendo cómo las piezas de su corazón se recompusieron en su lugar. Era tan real, tan tangible, y el amor de su madre era un ancla que lo mantenía conectado a la vida. Pero mientras se sumergía en la calidez de su abrazo, el eco de la advertencia de Todoroki resonaba en su mente.
—Mamá, he estado... —comenzó a explicar, pero las palabras se desvanecieron en la confusión y el amor abrumador que sentía.
Todoroki, en la entrada, observaba la escena con un aire de satisfacción, pero también con una sombra de descontento. Su mirada se posó en Izuku, y la chispa de celos que ardía en su interior se intensificaba. Había algo en esa conexión entre madre e hijo que lo hacía sentir vulnerable, como si una parte de su control estuviera resquebrajándose.
—Izuku —dijo, su voz suave pero firme. —Recuerda por qué estamos aquí. Tu lugar está a mi lado, en el inframundo. No dejes que esta visión te haga dudar de lo que hemos construido.
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Perséfone [Tododeku] [Corrigiendo]
Hayran KurguPerséfone es la diosa de la primavera y soberana del inframundo junto a su tío y esposo Hades. Ellos, a diferencia de los hermanos del dios, viven un fiel matrimonio, pero un día dos mortales se habían prometido secuestrar y desposar a hijas de Zeus...