Thaddeus Cohen Parte 1

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Año 1381:

Hubo un tiempo en la vida del Gran Brujo de Brooklyn, antes de conocer a sus grandes amigos Catarina y Ragnor, antes de Camille, antes de Will y Tessa, antes de todo, en otra vida donde la inocencia marcaba sus acciones y pensamientos y donde el mayor dolor que podría imaginar era que el mal tiempo que normalmente reinaba en Batavia, su ciudad de origen no le permitiera salir a jugar en los extensos jardines de la estancia a la que llamaría hogar la mayor parte de su vida. Un tiempo en el que el brujo de ojos gatunos era más conocido como Aiko Caillat.

Aiko vivía junto a Ivette, quien era su madre adoptiva, una bruja justo como él. Ella tenía dientes pequeños y puntiagudos, y una lengua fina como de serpiente, e incluso tenía algo de piel escamosa en la zona de los hombros, extendiéndose casi hasta rozar los codos. Ella lo había acogido cuando el tenía doce años, tras pasar dos años con los misteriosos y aterradores hermanos silenciosos. Pocos meses después de su llegada, llegó otra niña bruja, llamada Saori. A Aiko le impresionó mucho cuando la vio por primera vez.

Saori era cinco años menor que él, y era muy pequeña, como una muñequita de porcelana con la que debías ser sumamente cuidadoso, sus ojos eran grises, como el cielo antes de la lluvia. Pero no fue su estatura o sus ojos lo que le llamaron la atención, sino su cabello, era como un remolino de colores, como si el mismo cielo le hubiera dado un arcoiris para usarlo en su larga cabellera, que en ese momento tenía suelta y hacia ver sus cabellos justo como eso, como un arcoiris.

Ella venía con Ivette de la mano, se veía aún más pequeña e inofensiva, escondiéndose tras la larga falda de Ivette.

-Aiko, ella es Saori, se quedará con nosotros-. Dijo Ivette.

Aiko no sabía que más hacer además de inclinar la cabeza en ademán de saludo. El aún era algo renuente a pasar mucho tiempo con Ivette, a pesar de todos los intentos de ella por acercarse a él. Por lo que no estaba seguro de si la idea de tener a una niña viviendo con ellos era o no una buena noticia. Sin embargo el se comportó cordial con la recién llegada, cuando Ivette, le pidió que la llevará a donde sería su habitación.

Aiko guió a Saori por los pasillos de la bonita estancia de Ivette. Sentía los pasos de la niña en sus talones, mientras ella observaba curiosa, los cuadros y detalles que decoraban delicadamente el salón principal. El cual era gigantesco. Había una larga mesa hermosamente arreglada, con pequeños candelabros y jarrones con flores rojas en ellas. Las sillas de terciopelo y, marco de refinada madera tallada y pintada en dorado. Un par de cuadros aquí y allá que retrataban paisajes. Todos eran de paisajes, Aiko solía encontrarse con frecuencia queriendo visitar esos hermosas lugares.

Él volteó a ver a Saori, ella también observaba los cuadros con detenimiento, Aiko se preguntó si ella estaría pensando lo mismo que él. Logró mirar a la niña con más atención, sus pómulos altos y rosados, sus cejas finas y en forma de arco.

Saori pareció notar su mirada clavada en ella, por lo que ella también lo miro. Aiko enrojeció, pero Saori le dio una sonrisa tranquilizadora, a la que él respondió tímidamente. Ambos siguieron caminando, lado a lado.

-¿Has estado aquí mucho tiempo?-. Preguntó Saori de pronto.

-No mucho, sólo unos meses-.

-Eres como yo, Ivette dijo que eras como yo-. Ella lo miró, directo a sus ojos. -Tus ojos-. Dijo, al tiempo que Aiko se tensaba. - Son como los de un gato-. El primer instinto de Aiko fue correr la mirada, pero no lo hizo. Había algo en la voz de Saori que era diferente a como lo había escuchado antes, no había rechazo en ella, sino más bien... fascinación.

-Y tu cabello, parece un arcoiris-. Contestó.

-¿Un arcoiris? ¿En serio? -. A ella pareció gustarle la expresión que Aiko había usado para describirla.

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⏰ Última actualización: Sep 25, 2015 ⏰

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