—No puedo evitarlo, es que el amarre esta haciendo efecto y creo que me gustas más.
—Aw amor, me awite déjame hacer otro JAJAJJAA.
[♡]
Margaret tenía una melena roja, los ojos avellana y la piel cubierta de pecas. Era aventurera de corazón, exploradora desde nacimiento, no le temía a lo desconocido o rasparse las manos por averiguar que existía más allá de los árboles. Le gustaba investigar lo que había debajo de las rocas y se fascinaba al encontrar animalitos en el bosque, siempre asustando a sus progenitores al llevar a su hogar lagartijas o escarabajos. Había pasado todos sus 17 años de vida buscando a través de los árboles, siguiendo a las aves y la luz de la luna algo que pueda ser considerado "fuera de este mundo".
Y lo encontró.
Apreció la imagen de un ángel bajando de los cielos que tuvo que rascarse los ojos para asegurarse de que lo que veía era real. Era ella, un ángel. Alguna vez había escuchado al padre de la iglesia decir que mientras nadie veía, Dios mandaba a sus mejores guerreros a escabullirse entre los mortales para hacer de la vida mucho más bonita. Siempre pensó en ellos como seres enormes con alas majestuosas que traían la brisa en el campo, pero se quedó muda al verla, todo lo que tenía en su mente se esfumó y de repente no sabía el significado de la palabra ángel hasta que la vio saliendo de la pequeña laguna en medio del bosque.
La ropa blanca y delgada se pegaba a su cuerpo mostrando y marcando más de lo que esperaba ver, no quería ser morbosa, pero no pudo apartar su mirada de aquella figura, las gotas de agua recorrían sus brazos y piernas exponiendo la tersa piel bajo la luz del sol, sus ojos tan negros como la noche absorbiendo su atención en segundos, parecía haber sido creada con el amor de todos los dioses que existían en el universo. Estaba segura de que no había otro ser más precioso que aquella mujer con una hermosa sonrisa en el rostro. Una sonrisa que le dedicaba exclusivamente para ella.
Podría hablar de su sonrisa como si fueran las estrellas de su cielo.
— Sofía... — susurró cautivada.
Le faltó el aire al observar como con tanta elegancia alzaba su mano para incitarla a acercarse. Se le debilitaron las piernas por tal acción, aunque lo que más deseaba era correr hacia ella, tomarla entre sus brazos y plantar un enorme beso en sus apetitosos labios de color cereza. Avanzar hacia ella parecía la opción más riesgosa que podría cometer, el deseo de estar con ella era más fuerte que sus valores impuestos, y sus pies mortales terminaron pisando territorio que le era prohibido.
Por un momento recordó aquel pasaje de la biblia donde citaba a Eva cometiendo el pecado mortal, sintiendo la escena casi similar a aquel suceso, pero no le dio tantas vueltas. El recuerdo de la primera vez que la vio con cada pisada que daba, le llegó a la mente.
Eran pequeñas, no más de 10 años, se le podrían olvidar cientos de cosas como los proyectos de la escuela o recoger la ropa cuando estaba lloviendo, pero jamás la vez en que caminando por los alrededores del bosque un ángel cayó del cielo, siendo más realistas su mejor amiga de un árbol al bajar una cometa.
No tenía conocimiento alguno de lo que significaba amar a primera vista, sin embargo logró sentir un cosquilleo en todo su cuerpo cuando sus profundos orbes negros se toparon con la miel de los suyos, ambas se quedaron estáticas en sus lugares tratando de asimilar el hecho de encontrar a otra niña en el campo, pero después de ofrecerle su ayuda con las manos temblando y dirigirla hacia su casa no pudieron separarse nunca más. Si le preguntaban, ella creía en Dios. Si le preguntaba a profundidad quién era su Dios, la respuesta sonaría muy bizarra, no obstante, no la cambiaría. Sofía era la diosa a la cual le pertenecía en cuerpo, alma y pensamiento.
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Ella entre sus líneas
RomansaMargareth Baker y Sofía Morgan aunque muchas personas lo nieguen, soy muy parecidas entre sí, tal vez la diferencia esta en su apariencia física, una es de cabellos rojos y rebeldes, mientras que la otra mantiene bajo control su lacia melena negra...