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Quiero gritar que me gustas.

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— Buenos días, mi Darín. — Sus suspiros estaban cargados de un solo nombre, ve cómo sus mejillas toman un tono rosado, que raro y celestial don le han dado los santos. Ahora sería más fácil olvidarse de comer que de esa imagen que está presenciando. Solía pensar que el amor era de un tono rojo, igual que la pasión, devoción exagerada y sumisión, pero en realidad puede ser azul como el cielo, verde como el pasto suave y picante, así de bonito como el color rosado que ve en Sofía.

Su misma presencia es una explosión de colores en el cielo limpio.

Es el suave golpeteo de su corazón cada vez que la mira.

Ella es como el viento fresco, pasando de vez en cuando. Por esa razón se enamoró en octubre, por eso le encanta el otoño.

— Buenos días, ¿Quieres? — Traía dos panes con mermelada en la mano, la pelirroja soltó un gemido gustoso y asintiendo rápido para poder tener delicioso manjar en su boca.

Era un rutina, siempre se llevaban comida que le gustaba a la otra, de vez en cuando traían la mitad para dividirse entre ellas. A comparación de Sofía que esperaba los recreos para comer, Margaret se atragantaba con la boca llena a mitad de la clase, puesto que había "mal acostumbrado a su estómago" a devorar lo que se atravesara en su camino, siempre y cuando fuera comestible.

— Gracias, eres un angelito — piñizco su mejilla con cariño, admirando atentamente el sonrojo que se esparcía en su rostro.

Sonrió ampliamente cuando la contraria acercó su mano hacia su rostro limpiando con el dedo pulgar los restos de mermelada en su labio, soltando un jadeo sorpresivo al notar que el mismo dedo lo llevo hacia sus labios y lamió.

Hipnotizada.

Quiso decir algo, pero se quedó muda, todas las palabras se le quedaron estancadas en la garganta incapaz de creer que su amiga haría algo así, las emociones que le recorrieron el cuerpo pasaron de lo bueno a lo magnífico en un segundo.

Sofía era una persona peculiar.

Era esa clase de mujer encantadora inteligente, serena, pero en su interior todo era caos, era el alma de la fiesta, ruidosa, escandalosa, y un poco zafada de la cabeza. Era esa clase de mujer de la que estaba profundamente enamorada. Perfecta en pocas palabras y resumidamente, no importa cuántas veces le vaya a romper el corazón o cuantas veces le ha ocultado la verdad, en su mente no hay otro ser que acapare más su atención que no sea ella.

Es una persona fuera de este mundo.

Ahora bien, se alejó de ella cuando escuchó el bullicio de los demás alumnos entrando al salón con las orejas aún calientes por lo sucedido. Eran las primeras en llegar para poder disfrutar de su compañía antes de ser separadas, no es que tuviera una clase de impedimento, mas su madre había tenido una charla con su profesor para que pudiera concentrarse en sus estudios, eso implicaba estar lejos de su otra mitad, no tenía malas referencias pero todos re conocían su falta de concentración en el salón a su lado. — Buenos días, señoritas. — La voz de un Santiago joven y alegre apareció entre la multitud, tan cautivadora que termino robándole un suspiro a la mayoría de chicas, tomó asiento en medio de las dos jóvenes amantes.

— Buen día, Santiago — Sofía acarició su mejilla con falsa felicidad y pizcándola en el proceso, provocándole un quejido al joven quien casi llorando se separó de la muchacha.

En realidad Sofía podía ser muy cruel. — ¡Auch! ¡Déjame, déjame! — Dijo dando un manotón al aire, — Margareth, ¿Por qué solo a ti no te maltrata? ¿Qué clase de privilegio tienes tú? — Se aferró con fuerza al brazo de la pelirroja al verla de reojo sonreír con diversión.

Ella entre sus líneasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora