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 [1:33, 30/9/2021]: Me gustas

Me siento frustrada de todo, no me siento... Me siento ansiosa de poder hacer nada, ni decir nada sabiendo lo siento, sabiendo que cada día que te conozco lo que siento por ti crece

 AAAAAHHHHH maldición

Siento que el corazón se me va a salir de la boca

Voy a amanecer con los ojos chinos

 Mikaela me gustas

 Fin

[♡]

Estaban tomadas de la mano, y es que tan solo esa acción era tan común para ellas que ni siquiera era necesario de relatar, pero lo haría de todas formas porque estaba comenzando a convertirse en una adicción la manera en que se encontraban. Margareth había recorrido toda la plaza buscándola con los nervios a flor de punta, preguntando a unos cuantos que se hallaban en el lugar por su presencia y cuando por fin la encontró sentada en la banca, no dudó en saltar la misma para abrazarla, conteniéndose para soltar un suspiro de enamorada, sus oídos deleitándose al  escuchar un par de jadeos sorprendidos por su accionar.

Siempre haciendo cosas arriesgadas.

Siempre tan malcriada. — ¡Cuidado! ¿Cómo hiciste eso? — Sofía siempre tan asombrada.

No lo diría en voz alta jamás, estaba volviéndose dependiente a los riesgos que corría junto a la pelirroja, sabía que nunca se sentiría satisfecha porque cada vez deseaba más, su cuerpo esperaba la descarga de adrenalina ansiosa, desesperada. Quería ser como ella o tal vez pertenecerle, no lo tenía tan claro todavía. Era tan extraño que temía arrepentirse. — Tomé un poco de impulso al saltar, pero ya me dolieron las costillas, no lo intentes. — Mentira.

¿Quería cambiar su vida o ser parte de ella? Mantenía apartada a su mejor amiga de copiar sus acciones, no le gustaría que saliera malherida o su madre pensaría que era una mala influencia. (Más de lo que ya pensaba) 

Sofía era frágil, distinta a ella en todos los sentidos, parecía estar hecha con el vidrio más fino, como una muñequita de porcelana que a cualquier tacto violento se destruiría. Le molestaba pensar en eso, pero así era. A veces... — ¿Recuerdas al hombre Japonés? — Arrancó de sus preciosas manos el libro más grande que había visto en toda su vida, de medicina, el escalofrío recorriéndole las vertebras.

— Claro que lo recuerdo — Contestó rápidamente Sofía. — ¿Qué historia te ha contado ahora?

Una sonrisa pequeña le provocó un pequeño repiqueteo del corazón. ¿Cómo podía ser Margareth la persona más linda del universo? — Estoy segura de que te va a gustar, se trata de viajes en el tiempo, pero primero... ¡Debemos ir a misa! — Se levantó tan pronto terminó de hablar y guiando su camino, corrieron el campo hasta llegar a la  iglesia que quedaba a la esquina de la escuela, no era tan grande, aunque sí lo suficiente para tener a la mitad de su población

Todos los viernes en las mañanas - muy obligadamente por parte de la madre de Sofía - debían asistir a la misa, algunos tomaban el camino más rápido que era pasar por la escuela, pero a ellas en específico les gustaba perderse en el bosque y salir cubiertas de ramitas, hojas secas enredadas en el pelo como excusa para mantenerse más cerca de la otra y poder quitar los mismos, en esta ocasión los dos tenían algo de puro y no corrieron con la suerte de quedarse encantadas en la vestimenta de su amor platónico. 

Aquel fin de semana en particular la familia Morgan debía hacer un viaje largo al hogar de una tía que vivía en la ciudad, por lo que partían esa misma tarde pero antes quisieron pasar a un lugar sagrada a pedir buenos tiempos durante su viaje.

Ella entre sus líneasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora