Capítulo 6. 🍎 Pequeños vándalos. 🍎

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Luego de que el barco rodeó Eptenia, a lo lejos se divisó el castillo de Zantenia

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Luego de que el barco rodeó Eptenia, a lo lejos se divisó el castillo de Zantenia. Fugaz no le prestó mucha atención, ya que estaba demasiado emocionada por llegar a su destino. Quería conocer a la gente con la que se encontraría en su camino.

El reino se veía tan inmenso que parecía brillar, pero en realidad era el resplandor del sol que se asomaba cada mañana en Zantenia lo que causaba ese brillo. La vegetación variada y abundante, los arbustos con flores de vivos colores y toda la exuberante naturaleza se apreciaban claramente desde el punto en el que Fugaz lo admiraba todo.

En cuanto llegaron al puerto de Ordion en Zantenia, Fugaz no pudo esperar más para averiguar el propósito de su llegada y se tiró al agua sin esperar a que abrieran la compuerta. Empezó a nadar deprisa hacia tierra firme, sin recordar siquiera que no sabía cómo nadar. Fue a mitad del camino cuando Fugaz se dio cuenta de que su brazo herido le causaba problemas debido a la fuerte presión del agua y su manera de nadar. Por suerte, unas personas que pasaban en canoa la ayudaron a llegar a tierra firme. Aún así, quiso ir hacia la plaza, pero Mira la detuvo por lo mojada que estaba y le dio un par de ropas limpias para que se cambiara. Con esa ropa, ahora parecía una pirata.

—Ya debo irme. Fue un gusto conocerte, brujita —le dijo Mira, lista para embarcarse en su barco—. Espero que logres cumplir todo lo que desees aquí.

—Gracias, igualmente. Te deseo buenas aguas y espero que algún día nos volvamos a ver —respondió Fugaz con tristeza.

Mira le dedicó una última sonrisa como despedida.

Finalmente, Mira subió al barco y se despidió de su amiga con la mano.

Fugaz se sintió triste al ver cómo el barco se alejaba poco a poco, sin embargo, su aventura en Zantenia apenas comenzaba y no pretendía perdérsela por nada del mundo. Ahora solo necesitaba encontrar a Antho Magiura, quien, según Mira, iba a ayudarla.

Entre el bullicio de los comerciantes de ropa, alimentos y demás, Fugaz caminaba indecisa, sin saber a quién preguntar por el paradero de Antho. A su vez, estaba impresionada de lo frescas y dulces que parecían las frutas, con una tonalidad de colores brillantes. Tres pequeños, un niño y sus dos hermanas menores, que cargaban pequeños sacos llenos de comida, chocaron contra ella, haciéndola caer al suelo y casi lastimando su brazo herido.

—¿Estás bien? —preguntó el niño, asustado.

—Sí, estoy bien —dijo Fugaz, levantándose con la ayuda de las hermanas del niño.

Un señor regordete se acercó corriendo hacia los pequeños, agitando un viejo bastón y gritando con ira: "¡Pequeños vándalos! ¡Devuelvan mi comida!".

Cuando se acercó más a ellos, tomó del brazo a la más pequeña diciéndoles que si no entregan lo que le habían robado, se encargaría de que los guardias le corten las manos por ladrones e irían al calabazo por la eternidad. La niña empezó a llorar muy fuerte, lo que hizo que el señor se molestara aún más y la jalara de sus cabellos negros y rizados. Fugaz, enfurecida por tal violencia, le ordenó que la soltara, y este, con una muy mala cara, obedeció.

Reinos: El árbol de plata. (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora