II

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En el auto había una fragancia intensa. En vano intenté abrir la ventanilla para escapar de aquella asfixia, así que me resigné a esperar el inevitable agionarmiento olfativo. El calor también comenzaba a notarse. Mi anfitrión ocupó su puesto, se volteó y me lanzó un “¿tout va bien, mon ami?” que yo asentí. Dada la orden, comenzó la marcha. 

“Me dieron instrucciones precisas, precisas, de que le mostrara la ciudad”. Yo sólo pude emitir un brevísimo gruñido y comenzar a maquinar toda clase de muy “precisas” venganzas contra Raoul.   

“Veo que usted es Gabonés… dicen que en Gabón se está haciendo mucho dinero…”

Ante mi casi indiferente negación, comenzó a ametrallar tan velozmente que inutilizó cada mísero intento de respuesta: ¿Senegalés? ¿Maliense? ¿Chad? ¡¿Marruecos?! Ahh, Costa de Marfil…”  

“Mis padres son belgas… radicados en Francia”, alcancé a interrumpir. “Adoptivos, padres adoptivos”, rectifiqué. El alzó la cabeza seriamente en señal de comprensión. “Vengo a visitar la tumba de Lumumba… estoy aquí por él”.

Su expresión pareció contraerse y me dijo con cierta fragilidad: “Lumumba… Mobutu dice que Lumumba es un héroe. Lumumba es un héroe, mon ami”. Hubo una solemne pausa –ahora que lo pienso, la única de todo el viaje- y finalmente mi interlocutor agregó: “Lumumba… está bien, pero le digo algo, no lo diga mucho. No lo diga mucho, mon ami. Nunca se sabe…”.

Bordeamos el frente del estadio. Me emocioné al ver de lejos las grandes figuras olímpicas africanas incrustadas en la entrada. Mucho más me alegró que el artista proveyera un adecuado Sitz im Leben a sus protagonistas; en lugar de solo sustituir la piel de algún discóbolo o doríforo. Bien elocuentes son los trazos de “Poedooa”, que todavía laten en mi memoria, que intentan reproducir la recóndita mirada de una princesa tribal polinesia. Sólo que, con toda seguridad artística, se trataba de una indígena nacida en Sussex o Normandía, y que, además, sabía posar como la mismísima Afrodita. Aquí por el contrario, las efigies negras están semidesnudas, en posición de lucha, rodeados por espectadores casuales que interrumpen el trabajo, y que se hacen acompañar del ritmo de un jefe tribal que absorto percute un tronco horizontal.

Mi acompañante debió notar mi pequeña fascinación, porque irrumpió a hablar de todo lo que había acontecido desde que el gobierno impulsara su política de africanización. Me habló de su nuevo nombre, de los sacerdotes multados por bautizar con nombres franceses. “Authenticité, eso dice Mobutu, authenticité”, repetía, mientras yo meditaba en lo paradójica que sonaba una tan francesa palabra para describir aquello. 

“¿Mobutu dice que el Congo se llama Zaire? Pues se llama Zaire. ¿Mobutu quiere que hablemos lingala? Hablamos lingala. ¿Mobutu quiere que “amiguemos” con los chinos? Amigamos con los chinos. ¿Mobutu dice que los belgas son malos? Pues los belgas son… bueno… quiero decir… no todos… algunos son muy buenos ¿Verdad mon ami?”  

“Reírse un pocadinho y hacer caso del jefe… hacer caso del jefe. C’est la vie ¿No es así mon ami?” Yo le devolvía intermitentes sonrisas. “C’est la vie”. 

“Mon ami” conducía con una alegría demencial. Se volteaba cada interminable segundo para continuar con su inspección; llegué a preguntarme si había reparado que su auto poseía un retrovisor. Estuvimos a punto de atropellar a una persona con un carro de comida que creo que se nos abalanzó (según la versión de mi anfitrión), de modo que nos detuvimos para una razonable tanda de dialectales improperios. La aventura se precipitó hacia algunos barrios periféricos, donde las efervescencias humanas se hacían cada vez más frecuentes. Casi todos los edificios que vi eran blancos, decorados únicamente de negras e irregulares manchas de humedad; repletos de celosías y de miradas. Un laberinto de cordeles se tendía en ocasiones frente, sobre y entre nosotros. Varias veces corrieron los niños, como si hubiese llegado una caravana presidencial. Pude advertir continuos pasadizos sin salida, repletos de esqueletos metálicos plagados de óxido; pero no pude precisar su función. Más miradas. Todas las miradas.

Sombras sobre el UbanguiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora