Inglaterra 1693.
Anthony Evans, un pianista que apenas empezaba en el negocio de la música; él pertenecía a una familia de la clase alta del país.
Anthony colocó un pequeño estudio de música, donde daba clases de piano.
Él pianista no vivía en casa de sus padres, este se mudo del lugar donde vivía, él tenía su propia casa en un rincón de la ciudad, no era una casa tan grande y extravagante como la de sus progenitores, era una casa mediana pero con muy buen estilo, algo minimalista. Como Anthony no se encontraba en casa por trabajo y demás pendientes, tenía una sirvienta de edad algo mayor que tenía a su hija con ella, la señora limpiaba y hacia de comer; Anthony dejaba que la hija de la señora se quedara ya que él entendía su situación.
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—María, hoy saldré a un viaje fuera de la ciudad, iré a visitar a mi familia— avisó a su sirvienta, —Por supuesto, señor Evans, estaré esperando su llegada— respondió la mucama, —¡Señor Evans!, ¿se irá de la casa?— preguntó la chiquilla, —Si, Violet, pero prometo que regresaré pronto, y te traeré un pequeño obsequio— dijo poniéndose a la altura de la niña, acariciando su suave mejilla, —señor eso no es necesario—, el mayor le dedico una sonrisa a la pequeña niña quien alegremente le dio un abrazo.
A la mañana siguiente Evans esperaba su tren para ir a la ciudad donde se encontraban sus padres.
Durante el viaje el pianista iba pensando en una melodía que él había escuchado de pequeño, siendo tocada por uno de los músicos que sus padres contrataron para su fiesta de 10 años, esas melodías eran una de sus favoritas, y también en una de las razones para convertirse en pianista; así mismo, recordó un día de otoño donde la pequeña Violet se acercó a verlo tocar el piano curiosamente era la misma canción por la cuál tocaba el piano, —guau señor Evans usted es realmente bueno tocando— dijo alguna vez Violet.
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