∆ ¿Que pasaría por tu mente si te dijera que todas las historias que nuestros padres nos contaron de niños son una realidad palpable? ...Cuentos de fantasías, hadas y espectros, todo existe.
∆ Hace muchos años una chica llamada Anneling Torres lo co...
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La habitación en la que se encontraba Anne era redonda, una forma algo inusual para lo que Anne estaba acostumbrada a ver en una. En cierto momento la chica se imaginó que tenía esa forma porque la torre en si era redonda, pero sería algo ilógico, pensó, imaginarlo así.
Sonrió para sus adentros y se puso cómoda. Era muy espaciosa, el color era de los tonos cremas que a Anne más le gustaban, rosa pálido y blanco, mesita de noche blanca, una cama en la que podían entrar fácilmente cinco personas, con cuatro parales de madera y tela de tul blanca cayendo por los lados como la neblina que acaricia el bosque en una tarde lluviosa. El suelo era blanco bastante pulido, un clóset antiguo pero muy elegante frente a la cama, otra puerta a un costado que aún Anne no revisaba pero supuso era el baño y un gran ventanal a su derecha.
La rubia dejó sus instrumentos, su relicario, su diario, el mapa, la bolsita de las bienaventuranzas y el bolso donde a su vez guardaba sus cosas a un lado de la mesita de noche. Con una respiración profunda se acercó al ventanal y la vista la dejo anonadada por unos instantes. Era ya muy de noche y todo se veía tan pasivo, tranquilo, tan irreal que recostándose de un extremo de la ventana se quedó en silencio contemplando dicho paraje. Era magnifico, omnisciente, irradiaba tranquilidad y paz en todo el sentido de la palabra.
El bosque estaba en calma, y se veía inmenso desde la altura en la que la chica se encontraba. Los matorrales siseaban y se movían en concordancia con el suave viento, los colores variaban entre morados, azules marino y verdes muy oscuro, la brisa igualmente movía la espesura en el suelo convertido en un césped que parecía casi negro, las luciérnagas y reflejos aperlados en el horizonte eran el contraste perfecto para aquella noche estrellada y por último la luna creciente parecía hacerse más y más grande a medida que Anne se centraba en su sutil belleza.
No se había dado cuenta cuanto tiempo había estado admirando ese sutil paisaje hasta que después de un rato con un parpadeo lento se acercó a la cama y se sentó en ella. La suavidad del acolchado la hicieron acostarse de espaldas y ver el techo embelesada, el sueño la estaba comenzando a cubrir cuando escuchó un ruido como de pasos acercándose, cada vez más a su puerta.