Antojos.

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«Sientes un antojo por lo que sea que tu alma gemela esté comiendo en ese momento»

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Dee no creía en las almas gemelas hasta que a los doce años tuvo el primer antojo como sí fuera señora embarazada.

Desde niño sus padres les han contando a Heavy y a él historias de personas que, siguiendo el hilo rojo del destino, encuentran a su otra mitad. Que mirándose a los ojos saben quién ese su alma gemela, con la que quieren pasar el resto de su vida. Y mientras Heavy creía fielmente en esas cursilerías con azúcar, Dee no confío en ninguna palabra.

Solo eran cuentos, historias y leyendas que pasaban de generación en generación como una simple tradición. Además no todas las personas encuentran a su alma gemela, sí es que existe.

Dee, siendo inteligente y juzgando todo con su propio razonamiento y pensamiento crítico, decidió desde los siete años no creer en cuentos de fantasía. Sí no lo vive en piel propia no existe.

Pero quién lo diría, a los doce años descubrió que tiene un alma gemela, para colmo, dos años menor que él. Según las leyendas, a los diez años conoces a tu alma gemela y a él le tocó descubrirla con los antojos de lo que sea que su alma gemela esté comiendo en ese momento.

Y desde ese día ha sufrido. Desde chocolates entre horas de clases hasta nachos a media noche ¿Quien diablos hace eso a esas horas?

Ha tenido antojos bien raros desde los doce ¡Incluso una vez quiso probar tierra mojada, ¿Que tiene en la cabeza su otra mitad?!

Han pasado cuatro años desde eso y, aunque siempre prestó suma atención a la gente de su alrededor, jamás lo hizo en su propia casa.

¿Quien estaría tan loco como para decir y acertar que tu alma gemela está sentando junto a tí en el sillón, debajo del mismo techo, comiendo frituras?

¡Dios! Esa persona estaría demente. Y los dementes tienen más razón que un cuerdo. Casi como sabios incomprendidos.

Le preguntó a Chess un día sobre este tema, su tío parece tener más conocimientos en esto que su padre, y le dijo que su alma gemela puede ser cualquiera. Hasta su hermano. Ese día se rió hasta que sus pulmones exigieran aire. Cómo maldice a su tío Chess y su sabiduría de demente.

Porque Heavy, sentando a la par suya mirándose mutuamente y comiendo frituras, se da cuenta de que el experimento sí funciona. Quiere frituras.

Su hermano menor de catorce años también tiene el mismo problema, antojos como de mujer embarazada. Pero solo los que de él más normales.

Tomó un puñado en su mano y las metió en la boca, calmando su sed de comida.

Heavy no perdió de vista sus movimientos. Está demás decir que el pelirrojo fue quien propuso hacer esto. Su hermano es él más observador en este tema por más imposible que suene.

Entonces estiró la mano y, de la variedad de cosas que hay en el sillón entre sus piernas y las de Heavy, tomó un bombón de sandía. Bajo la mirada de la persona que jamás pensó ver serio la metió en la boca.

Lo vió temblar y saborearse los labios. Comprendía perfectamente esa sensación.

—Esta bien —murmuró no tan decidido. Ya no parecía algo estúpido como al inicio—. Aún puede ser una coincidencia.

Heavy asintió despacio y de forma lenta agarró un tubo de hierro pequeño, no tan sucio y solo dios sabe de dónde lo sacó.

—¡Entonces saquemos la dudas!

Heavy volvió a elevar la vista a sus ojos. Tan decidido. Tan firme. Pero vamos, querer lamer metal es un asco.

—¿Estás seguro? —cuestionó indeciso mientras intenta quitarle el tubo a Heavy, pero este con más velocidad y entusiasmo lo quitó—. Podemos probar con otra cosa, además, ¿Por qué mierda te metes eso a la boca?

—¡Accidentes! —se apresuró a responder Heavy. La verdad es que no quiere saber la verdad. Suspiró y dejó que lo hiciera.

Y apenas la punta del bastón pequeño de hierro tocó la lengua de su hermano menor, la ganas de probarlo también aparecieron. Y Heavy lo notó.

Mierda. Aún podría decir que era una coincidencia sí no fuera porque las frituras, el bombón y ese hierro no fueron con lo único que experimentaron.

—¡Ves, yo tenía razón! —Heavy festejó. Tan feliz como sí hubiera ganado algo en una apuesta que no hicieron—. ¡¿Cómo pudiste dudar de mí?!

Su hermano se puso de pie sobre el sillón y con un orgullo se señaló así mismo. Rodó los ojos ante ese gesto.

—Saboreas hierro y nachos a media noche, ¿Quien no lo haría? —respondió con voz que trató de parecerse a la monótona y aburrida que usa siempre y no a la tambaleante que ahora tiene.

Mucha información.

Almas Gemelas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora