LA ALACENA

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- ¡Maldita puerta!

La cocinera gruñó mientras se frotaba la rodilla que acaba de golpearse contra la puerta abierta de la pequeña alacena.

Ban Xia suspiró ante los juramentos de la mujer de mediana edad al tiempo que colocaba los platos que acababa de secar en el armarito frente a ella. Esa puerta llevaba varios días con el pomo roto y no podían cerrarla, bajo el riesgo de no poder volver a abrirla. La cocinera tenía una extraordinaria habilidad para chocar contra ella de forma casi constante.

- El carpintero quedó en que se pasaría hoy sin falta.- explicó con tono suave.

- Ese hombre es un vago y un...

- Buenas tardes.- la interrumpió Wei Guo, mientras se adentraba en la habitación.

La mujer se apresuró a agachar la cabeza la cabeza y seguir maldiciendo entre dientes, apresurándose a salir de la cocina y pasando al lado del sorprendido soldado.

- ¿He dicho algo malo?- le preguntó a la doncella, alzando las cejas y acercándose a la mesa.

Ban Xia se sonrojó ligeramente y se centró en recoger las especias que la cocinera había dejado sobre la mesa tras preparar la última comida. Aunque se conocían desde pequeños, en los últimos años la presencia del joven militar siempre la ponía nerviosa, provocando que la mayor parte del tiempo balbucease ruborizada como una niña. Y por algún motivo, el soldado siempre se tomaba el descanso de después de comer en la cocina, cuando ella estaba recogiendo, haciendo que más de una vez se le resbalasen las piezas de la vajilla.

- Se ha vuelto a dar con la puerta en la rodilla.- le explicó, caminando hacia la alacena mirando al suelo.

- Esperemos que ya se quede arreglada hoy, sino al final se romperá algo...- suspiró el joven.

- Sí, el carpintero debería estar aquí en cualquier momen...- se interrumpió al tropezar con la puerta, inclinándose peligrosamente hacia delante.

- ¡Ban Xia!- exclamó Wei Guo, corriendo hacia ella.

El estrépito de los tarros de especias al caer, los tablones de las estanterías al chocar contra ellos y finalmente el golpe de la puerta al cerrarse de un portazo fue seguido por un denso silencio.

- Ay...

La joven abrió los ojos. La luz del diminuto ventanuco de la alacena iluminaba levemente la estancia y se dio cuenta de que estaba sobre el militar, quien la mantenía sujeta contra su pecho mientras un tarro con salsa de tomate que había sufrido un trágico destino se derraba sobre su normalmente impoluto cabello.

- ¡Lo... lo siento!.- exclamó incorporándose rápidamente.- ¿Estás bien?

Una gruesa gota de salsa le resbaló al joven por la frente, quien sonrió con un gesto algo dolorido.

- Sí, no te preocupes, solo ha sido un golpe en la espalda. ¿Y tú?

- ¡Estás lleno de salsa!- se lamentó la joven, con la cara a juego del contenido del bote derramado.- ¡Iré a por...!

Al darse la vuelta vio que la puerta tras ella estaba cerrada.

- No, no, no, no...- murmuró apresurándose a agarrar el pomo y tratar de abrir, sin ningún resultado.- ¡No te cierres ahora!

- Espera, pruebo yo.

Wei Gou se situó justo detrás de ella, pasando el brazo por su lado y poniendo su mano junto a la suya, apoyando su pecho levemente sobre la espalda de la doncella, que sintió que casi dejaba de respirar.

La alacenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora