La batalla

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Cuando Mordred regresó sonriendo junto a Morgana y el resto, Morgana creyó que todo había terminado por fin. Le habló a su mente de la manera que sólo los druidas sabían hacer y que ella había aprendido a hacer también.


      - ¿Has acabado con el príncipe?

      - Aún no. He medido su habilidad con la espada pero necesitare que mantengáis entretenidos a sus caballeros.

      - ¿Espada? -preguntó Morgana extrañada.-¿Para qué quieres saber su habilidad con la espada? Tienes magia. Podrías acabar con él con un chasquido de dedos.

      - Es probable. Pero tengo reservado algo especial para él. -dijo mirando su espada con admiración.- Un regalo de nuestra amiga. Si consigo hacerle aunque sea un pequeño corte con esta espada Arturo morirá. Pero se mantendrá vivo durante días mientras muere con una terrible agonía. Es lo que se merecen los Pendragon después de lo que le han hecho a los míos.


Morgana apretó los puños con fuerza. Todos los druidas eran iguales. La primera vez que había querido matar a Arturo le había pedido ayuda a una druida porque no quería que la relacionaran directamente con la muerte del príncipe. Pero esta, en vez de matarlo, le había tirado la maldición. Nunca entendió sus motivos porque sabía que odiaba a los Pendragon más que cualquier otro druida pero en ese momento no le importó. Arturo estaba lejos. Consiguió manipular al rey para que le declarara muerto. La druida había puesto una barrera que impedía que cualquier persona sin magia pudiera encontrar el castillo. Nadie con magia podría romper la maldición porque nadie con magia podría enamorarse de un Pendragon. Y entonces, cuando solo faltaba un año para que la maldición fuera permanente para siempre apareció ese maldito hechicero entrometido. Se ganó el corazón del príncipe. Y consiguió lo imposible. Que Arturo aceptara la magia y amara a un hechicero. Arturo debía morir aquí y ahora porque si la maldición se rompía todos sus esfuerzos no habrían servido de nada. Y ahí estaba. Aliándose de nuevo con un druida que decidía hacer las cosas lentamente. Como esta vez Arturo sobreviviera iba a matarlo con sus propias manos y después mataría a Mordred. Ya se preocuparía más tarde de las consecuencias.

Los caballeros y Arturo entraron en el castillo antes de que sus atacantes llegaran. El plan era que él se ocultaría y los otros se quedarían inmóviles como objetos. Y luego atacarían a los intrusos por sorpresa reduciendo el número lo máximo posible antes de que Arturo se uniera a la batalla y los sirvientes se pusieran a salvo. Arturo les había dicho mil veces que el plan no saldría bien porque Morgana ya sabía que los objetos del castillo estaban encantados y no los cogerían por sorpresa pero le habían recordado que el castillo estaba lleno de objetos normales y no podía saber cuales estaban vivos y cuáles no así que con mucha suerte podría funcionar. Se escondió en una habitación esperando a que Morgana y los soldados llegaran. Se permitió darle un último vistazo al espejo. Merlín estaba yendo a toda velocidad. Pero no iba a llegar al inicio de la batalla. Quizás no iba a llegar hasta que todo terminara. Debía mantenerse con vida y protegerlos a todos hasta que eso sucediera. Guardó el espejo y se puso en guardia cuando oyó a los primeros soldados acercarse a la puerta.


      - Aquí no hay nadie. -dijo uno

      - No bajéis la guardia. Los objetos están encantados. Y las armaduras. -Oyó decir a Morgana.


Los soldados que la acompañaban eran soldados de Camelot. Había supuesto que habían traicionado a su padre pero parecía que no sabían a quién iban a matar. Por un momento pensó en su padre. ¿Estaría bien? ¿Si Morgana venía a por él habría ido primero a por su padre? Arturo sabía que Morgana ambicionaba el trono. Pero en este momento no podía preocuparse por eso. Debía luchar.

The sourcerer and the beastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora