Capítulo 4: wildest dreams

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Tras haber escuchado las explicaciones de su hermano, Andrés se tomó un momento en silencio para reflexionar y no decir cualquiera de las barbaridades que estaba pensando. Si se lo hubiera contado en cualquier otro momento, igual llegaría a dudar de la veracidad de aquella historia, pero, al ver a su hermano tan dolido, no dudó en que aquello seguía presente para él y no volvió a ser el mismo.

—¿Eso es todo lo que piensas hacer? –Andrés sonaba enfadado, cualquiera podría jurar que le afectaba más a él que a Sergio la situación. Pero la verdad no era otra más que la de que estaba harto de ver como su hermano siempre pensaba en el por si acaso de todo, como nunca hacía lo que sentía solo por terceras personas.

—Sí, Andrés, es todo lo que pienso hacer y te pediría, por favor, que no hagas nada al respecto. –Dijo el hermano pequeño limpiándose las lágrimas que cayeron contando aquella historia.

—¿Cómo quieres que no haga nada? –Casi gritó Andrés dando vueltas por la sala.

—¿Tú no ves que no puedo joder de esa manera la vida de una persona? –En su voz se notaba un cierto tono de desesperación–. Déjalo estar.

—Deja que eso lo decida ella. –Se volvió hacia su hermano ya harto de que hubiera asumido que nada más tendría que ver en la vida de aquella mujer.

—Ya lo decidió. –Su voz se quebró en el mismo momento en el que las palabras salieron de su garganta, pero no dejó caer las lágrimas que habían vuelto a llenar sus ojos. No podía seguir llorando por aquello, no más.

Andrés negó con la cabeza, sabiendo que no convencería a su hermano de nada. Salió de allí a petición de su hermano, que le había pedido que lo dejase solo para trabajar. Andrés ya le había mostrado innumerables veces su disconformidad con esa actitud de pasarse día y noche trabajando cada vez que tenía un problema.

Al mismo tiempo, en la otra parte del pueblo, Raquel daba un portazo, provocando el sobresalto de Alicia y el de ella, la primera por el golpe que había provocado la puerta y, la segunda, por la presencia de su amiga, que la esperaba en el hotel con Ágata, no en casa.

—¡Joder, Alicia, que susto! –Tan pronto cómo había escuchado el golpe en la puerta, la pelirroja había salido de la cocina, con una taza en la mano.

—Susto el que me has dado tú a mi, un poco más y traspasas la puerta, hija. ¿Qué haces aquí tan pronto? ¿Ya habéis acabado?

—¿Y tú? Yo te hacía todavía allí.

—Yo he preguntado primero, respóndeme y te respondo. –Guiñó un ojo a su amiga.

—Sergio ha intentado besarme.

—¿Perdón? –Alicia no pudo evitar soltar una carcajada, aquella respuesta era lo que menos había esperado, aunque tras ver el semblante serio de su amiga, entendió que no era el momento de bromear respecto a eso.

—No estoy para bromas, Alicia, y tampoco me apetece hablarlo ni nada, ¿Vale? No ha pasado nada, pero era mejor volver a casa y no seguir allí. Así que ahora respóndeme tú. ¿Qué haces aquí bebiendo... –Hizo una pausa observando la taza que tenía Alicia entre sus manos–, té? ¿O qué es esto? ¿Infusión?

—Es que me encontraba bastante mal. –Raquel observó a su amiga, percatándose de que parecía bastante cansada–. Creo que me voy a tumbar un rato.

—Pero cómo no te vas a encontrar mal, si es que...

—No. No me regañes como si fueras mi madre. Que sí, que duermo mal, que como mal, que vivo mal y todo lo que quieras, Raquel, pero no me regañes como le regañas a Paula.

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