Advertencia: Los personajes no me pertenecen. Solo son pequeñas escenas que me vienen a la cabeza. Disculpen los errores.
Esta historia comienza con un hombre preso. Su nombre es Franco Reyes. Se encuentra sentado en un mugriento catre, en una habitación oscura iluminada por una pequeña ventana a tres metros del suelo. Tiene unos pómulos marcados de forma poco natural y la mirada fija en la puerta de barrotes que tiene delante. Después de tantos años de privaciones lo esperado sería una actitud derrotista y dócil, pero las injusticias sufridas han endurecido su carácter. Siempre se consideró un hombre débil, con una fuerte necesidad de apoyarse en las personas queridas. El más conciliador de sus hermanos. No se podría decir, a día de hoy, que fuera débil, pese a su bajo peso, su ropa andrajosa y su olor pestilente. Él sólo tenía una cosa en la cabeza, escapar y volver a verlos.
Es normal tirar de recuerdos cuando no tenernos otra cosa a la que aferrarnos. Olor a tierra, a caballos, a ella. Por un lado, se arrepiente de no haber sido sincero con su familia, cree que quizás se hubiera evitado lo ocurrido, por otro, también está seguro que todos estarían muertos si él hubiese hablado.
Cansado de estar en guardia, se acuesta y mira hacia el techo desnudo. A su mente llega uno de sus recuerdos más hermosos.
- ¡Flaco! – su hermano Oscar lo abraza - ¡Es hermosa! La primera Reyes Elizondo. Lo único... ¿Gabriela?
- Gaby – dijo el orgulloso padre, sacando a su hermano de la habitación -. No grites, gañan, que las vas a despertar.
Era el primer día que pasaban los cuatro en casa. Sara había abandonado el hospital esa misma mañana, después de estar unos días en observación tras el parto debido a una serie de complicaciones. En ese momento, lo importante es que ambas se encontraban bien.
Su mujer dormía, ya que la pequeña les había dado una tregua a ambos. Su rostro pecoso, sin maquillaje, tenía unas pequeñas ojeras y sus labios formaban una suave curva que hacía pensar que soñaba con algo agradable. Gaby estaba en su cuna y Franco, sentado al borde de la cama, acariciaba ligeramente el pie de su hija. Escuchó unos pasos a su espalda y vio a su hijo, Andrés, mirando a su madre con ojos de preocupación.
- ¿Está malita? – balbucea el pequeño. Al parecer se había escapado del cuidado de su abuela.
- No, hombrecito, Mamá solo está algo casada. Ven aquí, te voy a presentar a alguien muy especial.
El niño se acercó a la cuna y Franco lo sujetó en brazos para que pudiera ver bien el interior.
- ¿Recuerdas que te contamos que ibas a tener una hermanita? A partir de ahora no sólo tendrás a tus primos para jugar - dice con voz pausada -. Gaby aún es muy pequeña, primero tendremos que cuidarla para que sea tan grande y fuerte como tú.
- ¿Cómo Mamá? – dijo el pequeño. Miraba a su hermana con mucha curiosidad y ternura, nunca había visto una persona tan pequeña y vulnerable. Franco lo dejó suelto sobre la cama y Andrés rozó suavemente la manita de su hermana durante unos segundos.
- Sí, como Mamá. – La voz de Franco estaba cargada de emoción.
Sara abrió los ojos y contempló la escena de los dos mirando a Gaby. Tiró de la camisa de Franco para llamar su atención.
- Buenas, hermoso – dijo Sarita, con una sonrisa llena de amor.
- Mi bella durmiente – susurró Franco, dirigiendo sus labios a los de su mujer para darle un beso corto. Ella se incorporó y acomodó su cabeza en el hombro de él.
- Tu camisa huele a tierra, a pasto... - Sarita se quedó unos segundos en esta posición – ¡Cuánto echo de menos montar!
- No tienes remedio, mi rancherita – dijo con tono de burla –. Voy a darme una ducha antes de estar más con nuestra pequeña.
Se dan otro pequeño beso. Antes de abandonar la habitación, Franco se queda un rato mirando a su familia. Escucha los susurros y ve a Sara abrazando a Andrés.
Tiene esa última imagen grabada en su cerebro. El mayor momento de felicidad, ellos cuatro en una misma habitación. Saldrá de este encierro, serán una familia de nuevo.
Sin embargo, no sólo anhela estar con ellos de nuevo. El Franco de estos últimos años, tiene el corazón más duro, es menos inocente y necesita justicia.
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Veinte años después. Sarita y Franco
Fiksi PenggemarEn una semana se estrena la segunda temporada de Pasión de gavilanes. Estoy entre emocionada y asustada. No sé si nos gustará lo que nos cuenten. A partir de lo que sabemos, he decidido escribir una pequeña historia (o algunas escenas que me vengan...