LAIA MÜLLER
Me preocupa Lara, bastante, cuando comenzó a anochecer preferimos ir a casa, pero yo no me mantenía tranquila. Ella veía a su madre con pánico y aunque traté de disimularlo, el primer día que la vi me dio la impresión de que el temor de esa chica era diario.
Hoy estaba alegre en el colegio, hasta que, nos encontramos y lloró en mi hombro.
Escucho un ruido de un golpe proveniente de esa casa y observo el balcón de Lara, se encuentra despejado y la luz encendida.
Maldición, ¿Le está pegando?
Corro y mi corazón parece el mismo Toreto, bajo las escaleras y observo cómo mi familia se encuentra charlando acerca de preparar una lasaña.
— ¿Qué sucede, mi niña?
— Necesito hablar con Leonardo y Luis —ellos fruncen el ceño y me observan sin entender—. Rápido.
Suben junto conmigo y al estar dentro de la habitación les explico mis miedos, ellos hacen silencio escuchando el ruido proveniente de la casa de al lado. Se observan entre sí y luego me llevan con ellos.
No le mencionan nada a nuestros padres, sólo van como perros rabiosos con bate en mano, yo me escondo tras un arbusto y veo como ellos tocan la puerta desesperadamente.
La mujer que se llevó a la madre de Lara tiempo atrás abrió, limpiándose las manos. Ellos entablan una conversación y yo decido observar un pequeño callejón que me lleva hacia una ventana que se visualiza en el segundo nivel.
Maldición.
Lo bueno que esta enfermedad de mierda no me prohíbe nada.
Esa ventana está abierta, el bombillo alumbra todo a su paso y yo, como si fuera Spiderman trepo las paredes.
Bromita.
Había unas escaleras y decidí subir por ahí, a gran velocidad y viendo dentro, se analiza la madre de Lara pegándole como si no hubiera un puto mañana. Un silbido me hace observar hacia abajo donde mi hermano tiene el bate a punto de golpear un equipo de electricidad, mierda, es loco.
Lo hace y alza sus pulgares, la casa de Lara quedó a oscuras y, la mujer dejó de golpearla. Sale enfurecida de la habitación y yo decido indicarle a Luis que marche a casa.
Entro a la habitación a través de la ventana y saco mi celular, alumbrando el camino, Lara tose en una esquina y corro hacia ella, tomando con delicadeza su rostro.
— Lara, vamos, te ayudaré a salir de aquí —ella niega sollozante.
— Estaré bien, ve a tu casa.
— No lo estarás, tú madre parece endemoniada.
— Ve a casa —los gritos abajo me notifican que pronto subirá—. Nos veremos en el colegio, ve a casa.
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Imprevisto amor ©
RomanceVivir en un lugar donde sólo tienes permitido ser hetero, donde a las personas homosexuales la tratan como si fueran ratas de laboratorio o quizás peor. Es una pesadilla vivir así, quizás nunca debí enamorarme de ella, nunca debí hacerlo. Pero es ta...